SOCIEDAD › EL FEMICIDIO DE SUS AMIGAS LAS IMPULSO A APRENDER LO QUE JAMAS HUBIERAN IMAGINADO

Movilizar a pulmón

Quince amigas de Abril Wilson, acuchillada junto a su madre, Romi, el 20 de febrero de 2015, aprendieron a reclamar justicia desde el puro desconocimiento en la materia. Hicieron carteles, los pegaron, pintaron grafitis. Para el próximo viernes convocan a una marcha.

 Por Horacio Cecchi

Mercedes, Daiana, Florencia L. Vanesa, Rocío, Florencia V., presentes en representación de las 15.

La figura de la letra empieza a despegarse de la lámina de poliéster que de a poco pierde su condición de placa radiográfica para transformarse en un esténcil casero. La letra es una J y corresponde a Justicia. El poliéster, a la placa radiográfica del pie de la madre de Florencia L.. Flor tomó las placas (unas cuantas) porque de algún lado tenían que salir las bases de los grafitis. “Justicia por Abril”, “Justicia por Romi”, dicen los esténciles en placas diferentes porque las dos frases no entran en una sola. El reclamo se pondrá en juego el viernes próximo, con la marcha por el primer año del doble femicidio. Será la primera marcha a la que se lanzan organizada por ellas mismas. Ya participaron en la masiva concentración de Ni una menos, el 3 de junio de 2015, y en la marcha del 25 de noviembre. Pero este viernes son ellas las que convocan y el miedo se les viene como pregunta: “¿Irá alguien además de nosotras?”. Si uno se guía por las exclamaciones de Mercedes, Daiana y Florencia, la más rápida en fabricar esténciles es la otra Flor, Florencia V. Rocío y Vanesa ríen en silencio. No saben de dónde sacó la habilidad. Aunque, sí saben.

Martes 24 de febrero de 2015. En el frente del edificio de Constitución 1734 se reúne un grupo de chicas. Algunas lloran desconsoladas y se abrazan. Otras no pueden llorar porque el espanto y la sorpresa secan. Alguna sostiene una lámina de papel que dice, garabateado se ve que más con desesperación que con urgencia, “Justicia por Abril y Romina”. Es lo que pudieron hacer ese día negro, apenas se enteraron del doble femicidio. Entre el grupo que se abraza y corta la calle Constitución sobre la esquina de Solís, están algunas de las chicas que casi un año más tarde se encontrarían recortando placas radiográficas para pintar grafitis por su amiga y la madre. En ese momento no hubieran podido imaginar el tortuoso aprendizaje que les significó cargarse sobre los hombros el reclamo. Imaginar, imposible. No tenían la menor idea de qué representaba ni cómo.

La causa judicial ya lleva siete cuerpos, 1400 fojas como en el léxico judicial se designan las hojas de papel cosidas y numeradas de un expediente, tal como tuvieron que aprender. La causa dice que durante la madrugada del 20 de febrero, en el departamento 14, tercer piso del 1734, Elizabeth “Romi” Wilson, de 44 años, y su hija Estefanía “Abril”, de 19, murieron acuchilladas. Esa madrugada, la pareja de Romi, Juan José Campos, que convivía hacía poco tiempo con ellas, respondió a una vecina alarmada por los alaridos que escuchó en el edificio. “¿Oíste algo? ¿Dónde fue?”, preguntó Campos. Durante dos días, los vecinos aseguran que Campos simuló que todo estaba en orden y convivió en el departamento 14 con los dos cadáveres y más de veinte gatos que cuidaba Abril dentro de la vivienda de dos ambientes. Hasta que lo vieron salir como siempre y ya no volvió. Los cadáveres los descubrió Ricardo Loiácono, padre de Romina y abuelo de Abril, el 24, después de llamar insistentemente al teléfono sin que le respondieran. “Me pareció raro que Abril no contestara, siempre estaba pendiente del llamado del teléfono”, dijo a este diario.

Aunque en la casa de Daiana, las que recortan placas son seis, al grupo se agregan otras. En total serán unas catorce o quince las que empujan. “Hoy no están Lore (“la profe de danzas”, explica una de las chicas, porque casi todas conocían a Abril de bailar danza árabe), Agus, Kari con K, Caro, Vero, Meli”, recuenta Daiana y suma a Agustín, que está recortando radiografías y Carlos, que es el novio de una de ellas.

Empujar. Qué querrá decir empujar en este relato. Aunque la muerte se cruce con el inerte formato judicial, empujar una causa no significa solamente entender de derecho penal. Que por otro lado tuvieron que hacerlo.

“Nosotras íbamos a Tribunales una vez por mes, más o menos, para saber cómo iba la investigación, si lo estaban buscando o no al femicida”, explicó una de ellas durante una reunión en una pizzería de San Cristóbal. “Pero no nos dejaban ver lo que había adentro porque no somos familiares. Entonces veíamos que el expediente tenía más hojas y eso nos daba la impresión de que había movimiento”, agregó. “La hermana de una de nosotras es abogada, pero no es penalista, así que un poco nos explicaba, pero tampoco podía ver la causa”, describió otra.

Hace un tiempo, a fines de 2015, unos carteles aparecieron pegados contra los postes y los árboles de la calle Constitución a la altura del 1700, y también sobre Solís, sobre Pavón, alrededor de la manzana del departamento que fuera de Romi y Abril. Decir carteles es suponer algo ya hecho. Son impresos en hojas tamaño A4 que hubo que pensar como carteles previamente. Y antes, pensar en la necesidad de comunicar algo, de pensar cómo, y recién después, hacer carteles. No es poco. Tienen tres fotos en blanco y negro del rostro del mismo hombre. “Juan José Campos. Femicida prófugo”, dice en letras grandes. Hay un celular “011-15-6036-7281”. También una cuenta de Facebook: “Basta de femicidios - Justicia por Abril y Romi” (que luego mutaría a Justicia Por RomiyAbril); y una dirección de correo: [email protected].

Igual que ahora los esténciles, los carteles A4 los hicieron las amigas de Abril para mover a los vecinos, para empujar la causa.

Ricardo es Domingo Loiácono. Se hace llamar por su segundo nombre. Las amigas de Abril organizaron un encuentro con Ricardo en el club 25 de Mayo, Entre Ríos debajo de la autopista. “Soy uno de los fundadores”, dice orgulloso, mientras organiza los bancos para la entrevista. Ricardo lleva su vida como puede. Volvió a preparar comida casera. “La preparo para los vecinos, para los muchachos de las motos de la vuelta, todos me piden, todos me conocen en el barrio”, dice. Y cuenta de su recuperación lenta, de su actual romance. De la causa habla poco y nada. Le quitó una parte de su vida. La otra, su mujer Perla, falleció después y quedó solo. Las chicas le dan fuerza.

Aunque Ricardo entró primero al departamento, quienes se hicieron cargo de la limpieza fueron las chicas. “Era un horror, todo manchado, los gatos dando vueltas, nadie limpiaba y la policía no nos dejaba entrar. Por suerte le acercamos comida y el policía que cuidaba les daba a los gatos”. De a uno, tuvieron que ir reuniendo a los animalitos, 27 contaron ellas, y entregarlos a una mujer que se los quedó. Un par al menos, uno bien pelirrojo y el otro blanquinegro y peludo, descansaban y se estiraban junto a la mesa donde se recortaban los esténciles.

“Nos empezamos a reunir a la semana porque algunas necesitábamos hacer algo por nuestra amiga”, dijo una de ellas.

De las reuniones surgió la idea de organizar algunos eventos que les permitieron reunir fondos para hacer las camisetas, estampadas con una foto en la que se ve a Romi y Abril abrazadas, con el texto “Basta de femicidios”. Con esas camisetas marcharon el 3 de junio.

Fueron tres encuentros en los que reunieron más de un centenar de personas en cada uno. Alquilaron locales y presentaron muestras de las danzas que estudiaban con Lorena. Una de las veces se les ocurrió armar la coreografía que bailaba Abril en el grupo. A una de ellas le tocó representar el rol de su amiga. Durísimo aseguran que fue.

El aprendizaje es permanente. “Al principio no sabíamos a quién preguntarle qué quería decir femicidio”, dice una de ellas.

En el relato, resulta difícil determinar quién de cada una habla. Se enciman, todas dicen, son varias, y en buena parte de los encuentros las voces fueron colectivas así que para qué individualizar cuando aparece el grupo.

Al mes, algunas creen que en marzo, otras que en abril, y hacen cuentas, llegaron por primera vez a un lugar para entender de qué se trataba todo esto que les estaba pasando, porque además de amigas, también se sentían invadidas por una inexplicable sensación. Alguien les pasó el dato y acudieron a la Casa del Encuentro, donde les explicaron dónde estaban paradas, de dónde estaban saliendo o, mejor dicho, estaban entrando de donde nunca habían salido: la sensación de ser víctimas en la mira.

Entonces, las que más pudieron afrontar ese lugar arrastraron a las otras, las convencieron, las empujaron. Algunas no pueden ya reunirse porque no pueden. No es un lugar fácil. Pero en el grupo no hay deserciones, se cuentan todas y cada una puede hace lo que puede.

“Los esténciles son para grafitis –explica Daiana–, pero en las paredes está prohibido pintar, así que los vamos a usar en la vereda y la calle”.

Planificar la pegatina tampoco es que esté dado. ¿Qué van a informar en la pegatina? “Tenemos que anunciar la marcha. El viernes 19 a las 17 en el Congreso”, explica Mercedes. Por qué el Congreso. Se miran, no saben. Es intuitivo. Ya sabrán si la decisión estuvo bien tomada.

¿Qué van a poner en la foto? “A Abril y Romi. A este tipo ya lo pusimos. Esta marcha es para recordarlas a ellas, además de pedir justicia”.

“El sonido”, dice Vanesa o más que decir, pregunta o se da cuenta. “Yo tengo un bombo”, agregan por atrás. Y entonces surge la idea de pedir la percusión a una amiga que está en una murga. “Pero están a full con el Carnaval, no va a poder”, aclaró Flor V.

“¿Y si hacemos una radio abierta?”, sugiere Flor L. “Che, ¡qué lindo que quedó eso!”, exclama Daiana y señala a Florencia V., que terminó el esténcil. Toda una prolijidad. Las letras parejas, legibles.

“Está buena la idea de la radio abierta –se entusiasma Mercedes–. Tenemos que conseguir micrófonos y un generador. O un megáfono”.

“Yo vi un bombo a 200 pesos”, aclara una. “Tenemos que entrar a las murgas y preguntar”, responde otra.

“No vamos a saber qué cantar el viernes”, apareció otra duda. “Pensemos una canción.” “Hagamos una canción”, agregaron por atrás. “¿Y si pensamos en una canción que le gustaba a Abril?”.

Para la marcha del viernes tienen además preparado un audio. Como no puede ser de otra manera, fue producido a pulmón, de entrecasa, con celulares. El audio por un lado. Tres minutos veintitrés segundos. En siete partes grabadas con celulares. El guión es propio, tomado de otras marchas, aprendido de lo que aprendieron, explican por turno quiénes eran Romi y Abril, que fueron víctimas de femicidio, dicen qué significa femicidio, y cierran a coro, “sin justicia no hay ni una menos”. Al audio le piensan agregar imágenes, tomadas de los medios, de las imágenes que ellas mismas grabaron de las marchas en las que participaron.

Se las ve llevando un cartel largo, una sábana, en la que reclaman justicia para Romi y Abril.

Faltan pocos días para las 17 del viernes 19 de febrero, frente al Congreso. Es un paso más. Saben que no descansarán hasta que detengan al femicida prófugo. Pero tampoco es cualquier paso. En la pesada carrera sin plazos que iniciaron el 24 de febrero del año pasado, este viernes apuestan todo. Será la primera marcha organizada por ellas. La medida de su convocatoria. Como dijo Mercedes, tienen miedo, pero no tienen nada que perder. Lo que podrían perder ya lo perdieron.

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