SOCIEDAD › DESPUES DE LA MASACRE DEL ’94, EL SIDA ESTA COMPLETANDO LA FAENA

La ruandesa que murió tres veces

En 1994 hubo una masacre étnica en Ruanda: un millón de personas fueron muertas y decenas de miles desplazadas. Ocho años después, la herencia de esos hechos es el sida, como lo vio un enviado de Página/12.

Página/12
en Ruanda

Por Eduardo Febbro
Desde Kigali
La mujer mira con ojos asustados. Con el rostro cubierto a medias por una tela de colores vivos, la mujer escucha las preguntas como si las palabras que llegan hasta ella fueran golpes en el medio del pecho. Rose Muringa murió tres veces. La primera, una noche de finales de abril de 1994 cuando las milicias hutus entraron a su casa y despedazaron a su marido y a sus cuatro hijos a golpes de machete delante de ella. La segunda, unas horas después cuando, a pesar de que estaba encinta de nueve meses, 10 milicianos hutus la violaron sucesivamente hasta el amanecer. Rose mira hacia el vacío y hace una pausa extensa enjugándose las lágrimas de los ojos. Después prosigue. La tercera vez que se murió fue en 1996 cuando los médicos del hospital central de Kigali le anunciaron que estaba infectada con el virus del sida.
Rose Muringa no es la única. El país entero arrastra las consecuencias del genocidio de 1994. En la asociación que agrupa a las viudas del genocidio, Avega, más de la mitad de las 50.000 viudas que integran la asociación son seropositivas. Las dos terceras partes de las mujeres violadas en el transcurso de abril y junio de 1994 están igualmente infectadas con el virus del sida. Un millón de muertos, decenas de miles de personas desplazadas al interior del país y una herencia aún más macabra que las espantosas matanzas entre hutus y tutsis que diseminaron el país. Silvie, una de las dirigentes de Avega, afirma que “es como el sida se hubiese encargado de continuar el trabajo que los genocidas dejaron inconcluso”. Las cifras oficiales sobre la propagación de la enfermedad son escalofriantes, tanto más cuanto que, según el doctor Joseph Ardent, responsable del Centro de tratamiento e investigación sobre el sida (TRAC), el incremento del virus está estrechamente ligado al genocidio de 1994. “La extensión del sida responde a una lógica implacable. Las violaciones masivas de que fueron víctimas las mujeres en el curso de abril y junio de 1994 sembraron el virus. Luego, durante el desesperado éxodo por escapar a la muerte, la población de las ciudades se desplazó hacia el campo, propagando así el virus en zonas donde las estadísticas mostraban un bajo nivel de infección, es decir, entre el 1,5 y el 2,5 por ciento. Hoy ese porcentaje puede llegar hasta más del 10 por ciento según las regiones. Luego, hacia el fin del conflicto, la población que se encontraba en los campos de refugiados regresó a sus localidades de origen trayendo con ella el virus del sida.” El ciclo infernal se cierra más tarde con la falta de información y termina de sellarse con el reencuentro. “Cuando la gente volvió a sus casas, a sus barrios, empezó a intentar vivir como antes y ello favoreció considerablemente la contaminación.”
Luego del drama de 1994, ni el gobierno ni los sobrevivientes pensaron que los genocidas iban a seguir matando secretamente. “¿Quién hubiese temido que tras las matanzas masivas una enfermedad iba a propagar la muerte 10 años después?”, se pregunta Innocent Ntaganira, miembro del Rwanda’s National AIDS Control Programme.” La posterior extensión del sida se debió en gran parte a las condiciones de extrema pobreza de la población ruandesa. Con un PBI anual de 180 dólares por persona y una población cuyo 78 por ciento vive por debajo del límite de pobreza, Ruanda figura en la tercera posición de los países más pobres del mundo en el informe del Banco Mundial. El TRAC estima que hay actualmente más de medio millón de personas infectadas en un país que tiene poco menos de 8 millones de habitantes. Estas cifras, sin embargo, corresponden a lo que los especialistas locales denominan como “el segmento visible de la epidemia” y nada tienen que ver con la realidad. Muchos enfermos de sida no están atendidos en los centros hospitalarios públicos, mientras otros mueren por los efectos de enfermedades ligadas al sida.
Los porcentajes de infección son muy elevados: el sida alcanza todos los sectores socioeconómicos y ha provocado una auténtica hecatombe en el campo. Los efectos combinados del sida y las consecuencias de la guerra “quebraron” la cadena de producción agrícola tradicional. El genocidio “limpió” el campo de sus habitantes, especialmente los hombres. Las familias perdieron la “mano masculina” a la vez que la totalidad de las mujeres fueron violadas, es decir, infectadas. “Decenas de miles de habitantes de las zonas rurales están infectados por el virus y no pueden trabajar. Muchísimos mueren antes de poder haber transmitido los conocimientos necesarios para labrar el campo o desarrollar las llamadas medicinas naturales”, acota Marcella Villareal, coordinadora del programa de la FAO ligado al sida. Al igual que su mujer y sus hijos, devastados por el sida, Agustin ve sus fuerzas disminuir cada día. Este agricultor de las colinas de Kigali contaminado por el VIH ya no puede cultivar su campo de mandioca. “Estoy condenado a morir como los demás.” Resignado, con el rostro chupado por la enfermedad, Agustin dice que “de todas maneras ya no vale la pena seguir viviendo. No me queda nadie en este mundo”.
En Ruanda los enfermos tienen entre 25 y 40 años y forman parte del sector de la población más activo. Algunas grandes empresas, como la filial local de cerveza Heineken o el Banco Nacional de Ruanda, garantizan a sus empleados la atención clínica en caso de infección. Sin embargo, el alcance de esa iniciativa es limitado. En Ruanda, contrariamente a Burundi, “la reglamentación local no autoriza el ingreso de remedios genéricos”, según admite bajo el más estricto anonimato el representante de una multinacional de la industria farmacéutica. De todas formas, si se permitiera la distribución de medicamentos genéricos, el poder adquisitivo es tan bajo que muy pocos ruandeses podrían comprarlos”. El gobierno intenta programar una campaña de información y prevención, particularmente en los centros urbanos como Kigali o Butare, la segunda ciudad del país. En la capital ruandesa, el equipo del TRAC estima que “entre el 20 y el 30 por ciento de la población es seropositiva”. La campaña gubernamental choca con la configuración socioeconómica de Ruanda. El doctor Ardent admite que “resulta fácil conseguir preservativos en las ciudades, pero en el campo es otra cosa”. Rose Muringa no está sola en su desgracia. Junto a ella, un inmenso sector de la población se muere poco a poco.

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Una madre con su hijo en uno de los campos de refugiados que se armaron en la guerra.
Esos campos fueron el centro de contagio, que se propagó cuando la gente volvió a las ciudades.
 
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