SOCIEDAD › OPINION

Una mañana en el Renar

 Por Daniel Stragá *

Una triste enfermedad familiar me impuso el legado de una pistola calibre 22. Sin saber qué hacer con ella durante años, ante la ley 26.216, que propuso la entrega voluntaria de armas de fuego, decidí mi “desarme” y hasta el Registro de Armas me dirigí.

Extraña fue mi sorpresa ante la masiva aceptación social de la propuesta. Llegué y estaba atestado de gente.

Gente sin particularidades, que precisamente permitía particularizarlos socialmente: expositores de la clase media baja que, ahogados por la propaganda de la “inseguridad” (del régimen) habían “comprado” el discurso y también un arma de fuego.

Gente común que, primero, se prendió a la teoría de la seguridad social, donde cualquier pobre marginalizado era su “enemigo” al que era necesario “combatir” y, para ello, nada mejor que el armamento casero para la protección del más sacro de los valores (del capital): su magra propiedad privada.

Gente que promediaba los sesenta años, aturdida por la siembra del miedo al excluido, al que le quitaría condición humana si “entraba a su casa (de Devoto, de Ciudad Evita, de San Martín, de Turdera, de Villa Crespo) matándolo como un perro”.

Gente que nunca portó un arma y que se sentía identificada con aquellos “justicieros” que “hacían justicia por mano propia” al calor de tanto periodista, fiscal, juez y político de derecha.

Gente que, en la paranoia instrumentada, creía que “meter bala” era gratuito y que no implicaba sembrar sangre, y más violencia de la social, que es política.

Gente desesperada que, en su inconciencia no sólo de clase sino de lo que implica la pólvora, adquirió un “matagato de mala muerte” para defender el 17 pulgadas. Gente sin maldad más que su propia cobardía que las hacía más peligrosa que el “Rambo” que suponía tener adentro.

Gente de trabajo que primero se creyó partícipe de las mieles del neoliberalismo y al final se creyó el título y la lucha aideológica de Blumberg.

Gente que en su decadencia económica y social menospreció al que tenía abajo y que, ahora, va a devolver un fierro que nunca usó. Porque las carga el diablo y las compran los necios.

* Abogado de derechos humanos.

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