SOCIEDAD › OPINIóN

Las becas educativas en la ciudad

 Por Claudia Danani *

Días atrás, el ministro de Educación de la ciudad de Buenos Aires, Mariano Narodowski, presentó dos iniciativas que en conjunto modificarían el sistema de becas vigente:

1) una importante suba de los montos, junto con una disminución también significativa del número de becados; y 2) la incorporación de lo que llamó “estudios ambientales”, como parte del procedimiento para decidir su otorgamiento. La primera medida (menos becas de más dinero) fue presentada como contraposición a la política de la gestión Telerman, que había ampliado el número con sumas insignificantes en algunos casos. El argumento es “concentrar los recursos en los que más lo necesitan”. De las dos medidas anunciadas, ésta es la más difundida hasta ahora y la que viene siendo eje de debates y reclamos de distinto tipo por parte de estudiantes y padres de la ciudad.

Menos atención se prestó a los “estudios ambientales”, destinados a evaluar el “nivel de vulnerabilidad”; estudios que, según el ministro, nunca se hicieron y que requieren una capacidad instalada de la que el Estado carece. Tal como las noticias fueron recogidas por la prensa, esos estudios eliminarían el clientelismo que, en cambio, hasta aquí habría estado presente en la figura de un “gestor por escuela”.

El ministro se equivoca: los estudios ambientales forman parte de la historia de las políticas sociales (las asistenciales, especialmente) y de la de algunas profesiones, como el Trabajo Social. Más aún: en general forman parte del costado más sombrío de esa historia, ya que han tendido a fundarse en la sospecha, en la presunción de que toda demanda es potencialmente expresión de profesionales de la pobreza (de personas que “trabajan de pobres”, precisamente, para no trabajar...). Demasiadas veces, entonces, la misión de los estudios fue discriminar entre pobres verdaderos y simulados; y entre los que “merecen la ayuda”, por haber hecho el esfuerzo por superar su situación, y los que en cambio especulan con la ayuda ajena.

Esos procedimientos provocan (y expresan) una cierta desocialización de los “problemas de recursos”, atribuidos a las virtudes o buena suerte de las personas. “Privación”, “pobreza” o la más de moda “vulnerabilidad” fueron distintos rótulos, en cuya renovación se demandaron “nuevas” capacidades profesionales para hacer correctamente la “selección”.

Mientras tanto, las condiciones de vida no mejoraron; al contrario, sabemos que hace más de un cuarto de siglo que segmentos crecientes de la población llevan su vida en condiciones crecientemente críticas. Y también sabemos que los “estudios ambientales” no mejoran la sociabilidad ni construyen relaciones respetuosas ni fortalecen la autonomía. Nada más alejado de quienes deben abrir sus casas para someterse al examen del merecimiento.

¿Es que acaso no existe gente que miente sobre su condición y abusa de la solidaridad social o personal? Claro que sí.

¿Es que no hay personas que hacen escasos esfuerzos por superar sus penurias? Sí, y seguramente cada uno de nosotros podría aportar varios ejemplos en esa dirección. Pero sería un serio retroceso encarar la cuestión en estos términos, más propios del pasaje del siglo XIX al siglo XX, que de éste al siglo XXI.

Una declaración de intenciones y deseos no resuelve los problemas ni equivale a formular una política; pero es condición de ambos y, por lo tanto, de una discusión orientada por otros supuestos y valores. Aun con su autoritarismo, su centralismo y su cultura europeizante, el sistema educativo argentino fue el orgullo de generaciones; y no orgullo pacato (que también lo hubo y hay) sino por su potencial igualador y democratizante. Así, el sistema educativo “inventó” ciudadanos cuando enseñó y también cuando organizó la copa de leche, emblema de “atención de necesidades” que no requería que las personas compitieran para demostrar que eran “los más necesitados”. “Sólo” enunciaba derechos.

No es la capacidad de detectar falsos pobres la que hay que instalar en el Estado. Por el contrario, el sistema educativo sólo recuperará su contenido ciudadanizador si sus sistemas de apoyo construyen autonomía e igualdad. Esa es la parte luminosa de la historia, que es imprescindible restaurar.

* Universidad de Buenos Aires-Universidad Nacional de General Sarmiento.

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