SOCIEDAD › LA HISTORIA DE ALEX Y JOSé MARíA, LOS NOVIOS QUE YA PODRíAN CASARSE

“Somos una red de gente que milita por el amor”

 Por Emilio Ruchansky

En medio de su comedor despelotado, con la mesa de trabajo desbordaba de carpetas y papeles, Alex Freyre festeja a los saltos y a los besos con su novio José María Di Bello. “Su novio” es una forma de decir. Ellos quieren casarse, y ahora que la Justicia los avaló, los años de militancia condensan su sentido. “José es parte de mi familia, ¿cómo les digo a mis sobrinos que no es su tío?, ¿eh? Si hasta mi viejo quiere que nos casemos... Es conservador el viejo, qué se le va a hacer”, dice Alex, que lleva una enorme cinta roja que le rodea el cuello y le tapa el pecho, el símbolo de la lucha contra el sida. El y José María viven con VIH y esa agenda, aclaran, también es una de las banderas por las que viajan por todo el país y el continente. Es más, se enamoraron en Chapadmalal durante un encuentro de personas con VIH en 2005.

“Ojo que las millas de vuelo, las vas a tener que compartir ahora”, bromea una y otra vez Alex sin lograr que su prometido se ría. “Eso no”, le responde en un momento, pero todo lo demás sí. Pasa que José María viaja bastante desde que se convirtió en subdirector de Salud y VIH de la Cruz Roja. Pero no es su único trabajo. También atiende su consultorio en Caballito (es psicólogo) y da clases en la Universidad Kennedy. Alex está becado por Ashoka, una red mundial de emprendedores, y trabaja en la Fundación Buenos Aires Sida. “Somos los que le pusimos un forro al Obelisco”, acota orgulloso.

Los dos –admiten al unísono– son verborrágicos y están dispuestos a seguir reclamando porque quieren dejar de ser ciudadanos de segunda. Así lo explica Alex: “En algún momento las mujeres no podían votar y los negros no podían viajar en el asiento de adelante. Hizo falta que alguien se parara para que se terminara esta segregación. Hoy vemos como algo ridículo lo que pasaba antes. Tarde o temprano nos vamos a poder casar y cuando nuestros hijos sepan que antes no se podía... ¿adiviná? Les va a parecer ridículo”.

Los dos últimos jueves, Alex y José María estuvieron en las sesiones de las comisiones del Congreso donde se debate la modificación del Código Civil para permitir la unión de parejas del mismo sexo. Escucharon cómo algunos constitucionalistas, psicólogos y médicos los trataban de “enfermos”, “anormales” o “desviados”. “Decían que se termina la familia, como cuando se discutió el divorcio, o que no habría reproducción. Bueno, entonces prohíban el casamiento entre adultos mayores de 60 años”, propone José María. La discriminación a la que fueron sometidos –asegura– fue tremenda: “Y encima todavía no sacaron el dictamen, parece que en este país la Justicia marca la agenda la política, no queda otra”.

Recostados sobre la cama, mientras el fotógrafo hace lo suyo, la pareja bromea con aquellas imágenes de John Lennon y Yoko Ono cuando pedían por la paz. La charla deriva en el debate dentro del colectivo de la diversidad sexual sobre la pelea por acceder a instituciones como el matrimonio. “Lo importante es la posibilidad, obviamente que las instituciones tienen que cambiar”, dice Alex, que quiere compartir su obra social con su prometido si éste se enferma, o, si él muere antes, dejarle auto.

“Pero lo del matrimonio no es sólo un contrato económico”, corta José María. “Vos te creés que los negros se rebelaron sólo porque querían viajar en la parte de adelante. Luchamos por algo simbólico también.” A su lado, Alex asegura que las palabras crean realidad. Y pone un ejemplo: “Ahora, los hospitales porteños están ‘obligados’ a llamar por su nombre a las travestis. En el conurbano hicieron algo parecido, sólo que le ‘sugerían’ al personal que lo hiciera, y no es lo mismo”.

La adopción, uno de los caballitos de batalla de los ultraconservadores, también es una realidad, aclaran. “Hubo uno que en medio de esos encuentros en el Congreso dijo: ‘Por qué no adoptan una mascota y se dejan de joder’. Horrible. Hoy podés adoptar solo, no como pareja. ¿Y cómo hacés para pasar a buscar a los chicos al colegio? ¿O para viajar en vacaciones? ¿O para que tenga la obra social de uno de los padres?”, dice Alex. Y arenga: “No nos casamos por la foto. No es eso. Se trata de derechos en un Estado al que le pago mis impuestos pero me discrimina. No es que pago putiagua, putiluz, putigás. Pago lo mismo que vos, no me hacen ningún descuento”.

Al lado, José María se ríe. Luego pone otro ejemplo de ser “un ciudadano de segunda”. El de las parejas extranjeras que no pueden acceder a la residencia por su elección sexual. El teléfono suena todo el tiempo, al igual que el ruido de los mensajitos de texto. Son los amigos, familiares y compañeros de militancia que saben de la importancia de este fallo, en momentos en que podría tratarse en el Congreso el proyecto de matrimonio para personas del mismo sexo. “Si no sale, me animo a decir que nos cambiaron por una foto con el Papa”, suelta Alex.

La casa de Alex es el centro de operaciones de la pareja, aunque José María también tiene un departamento. Sobre los estantes del comedor se ven fotos familiares, libros y carpetas del Instituto contra la Discriminación y los premios cosechados por Alex, entre otros, el de “vecino participante” (2006). Sobre el balcón está el ténder con ropa de ambos. El sillón del comedor es grande y cómodo, allí suelen dormir de vez en cuando los activistas de otras partes del país que andan por la Capital. “Somos parte de una gran red de gente que milita para el amor”, concluye José María.

A lo largo de los cuatro años que llevan juntos, Alex y José María se fueron sacando fotos que los muestran besándose delante de la Torre Eiffel en París, la Estatua de la Libertad en Nueva York y también otros sitios emblemáticos. “Somos visibles”, dice José María, ya en la calle, donde continúa la sesión de fotos de la pareja. “Conozco mucha gente que no pelea por esto porque no quieren perder su trabajo o arriesgar relaciones familiares. Hasta mantienen una careta heterosexual. A veces, cuando damos charlas en la Cruz Roja, se acercan chicos gays aliviados al escucharnos porque sienten que no son los únicos”, asegura José María.

“La autoestigmatización existe, y si existe es por la gran discriminación que nos rodea”, continúa José María en la esquina de Castro Barros y Don Bosco, mientras un señor mayor murmura algo así como: “Ya no saben qué hacer”. Es que ninguno de los dos esconde la alegría del momento y los besos y caricias se suceden con frecuencia en esa esquina, a veces para la foto, aunque no siempre están atentos a la cámara. A media cuadra, una señora los mira con una gran sonrisa. Al lado de ellos, una anciana que quedó atrapada en el semáforo hace lo imposible para resistir la tentación de ver a estos jóvenes muchachos besándose. Y no lo consigue.

“Muchos quieren darnos la espalda y decir que esta realidad no existe o que es diferente. Noso-tros estamos creando otras realidades. Por eso, a la Iglesia, por ejemplo, le molesta tanto que la palabra sea ‘matrimonio’ y no ‘concubinato’ como en Uruguay. Ahora tenemos la oportunidad de ser el primer país en America latina en tener una legislación justa. No sé qué espera el Gobierno, ellos saben que el 65 por ciento de la gente apoya la iniciativa”, se queja Alex. Su novio completa: “Que la Iglesia fije sus leyes puertas adentro”.

De vuelta al departamento de Alex, cerca de Yapeyú y Rivadavia, José María se despide porque debe atender a sus pacientes en el consultorio. Dice, con cierta solemnidad, que este fallo no sirve de nada si el Congreso no trata la ley. Alex también deja su mensaje para las bancadas kirchnerista y radical, que el martes pasado no dieron el quórum para tratar el asunto en las comisiones de Legislación General y de Familia, Mujer y Minoridad. “Nunca aparecemos en la historia política argentina cuando se habla de derechos humanos”, señala. En unos días volverán a Chapadmalal a un nuevo encuentro de personas que viven con VIH. Parecen la pareja más feliz del mundo.

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Imagen: Pablo Piovano
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