SOCIEDAD

Un Congreso corrupto desde el terreno

Por J. N.

“... No hay en esta Cámara un sólo hombre que no tenga algún negocio. Porque si algún diputado tuviera que vivir con los 700 pesos por mes que se nos paga se moriría de hambre... Es que todos los días la ciencia y el arte inventan algo que nos hace entender que es necesario tener dinero para vivir agradablemente, que al fin y al cabo es lo que todos perseguimos.” Esto dijo Lucio V. Mansilla, general y presidente de la Cámara de Diputados, en la sesión del 5 de julio de 1889, según indica Lotersztain. Con tal franqueza apremiaba a los honorables para que aprobasen la compra de un predio para erigir la futura –y actual– sede del Congreso Nacional. Pedro Goyena, católico militante, le respondió: “Todos hacen negocios, sí. Pero algunos los hacen lícitos y otros ilícitos”. “Yo con los negocios honestos siempre pierdo plata”, le retrucó Mansilla. El diría unos días más tarde que “el patriotismo es una cosa y el bolsillo otra”. Eso estaba clarísimo. Pero, ¿cuál era esa vez el negocio?
El Poder Ejecutivo había suscripto el boleto para adquirir a los hermanos Spinetto las 18 mil varas cuadradas de la conocida manzana, entonces un simple baldío, con sólo un corralón de materiales, rodeado de calles de tierra, a razón de 350 pesos la vara. Total, 6,3 millones. En aquel momento un obrero ganaba 3 pesos diarios. El diario La Prensa señalaba que poco antes se había comprado otro solar similar para el mismo fin, en Callao y Paraguay, pagándose menos de medio millón. Pero la Casa Rosada había resuelto que el Parlamento se erigiese en el extremo opuesto de la Avenida de Mayo, como todo un símbolo. La Prensa proponía algo lógico: permutar una manzana por la otra, ya que debían valer más o menos lo mismo, pero la idea fue desoída. Terrenos mucho mejor ubicados, como uno en Avenida de Mayo y Piedras, habían sido tasados a razón de 100 pesos la vara. Cinco años después, los terrenos para construir el Hospital Italiano costaron 4 pesos la vara. Cuatro, en lugar de 350.
Como vocero del oficialismo, José M. Olmedo enunció la original teoría de que “tratándose de la adquisición de terrenos para edificios públicos, ningún precio es exagerado”. Y éste le parecía barato, comparándolo con el precio de la tierra en la City de Londres, centro mundial de las finanzas. Nadie le cuestionó tan disparatada referencia. Cincuenta y cinco diputados refrendaron la adquisición y apenas dos se opusieron. En el Senado sólo Aristóbulo del Valle votó en contra. De esa manera quedaba predeterminado el destino de la Legislatura donde años después se sancionaría la Ley Banelco.
Lotersztain también descubrió que el Banco Nacional les había prestado 500 mil pesos a los Spinetto, que aportaron en garantía el boleto aún no refrendado por el Congreso. ¿Para qué lo habían pedido? ¿Por qué se los otorgó el banco contra una garantía tan endeble y cuando ya estaba restringiendo severamente los préstamos? Lo que deduce este historiador es que ese crédito fue usado para pagarle un adelanto al gestor del negocio. Así, si éste luego se frustraba en el Parlamento, el perjudicado sería el Banco Nacional.

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