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Domingo, 27 de abril de 2008

EL BAUL DE MANUEL

 Por Manuel Fernández López

Venga Mayo

Se va abril y llega Mayo, con mayúsculas; no el mayo que antecede a junio, sino el Mayo en que la Patria comenzó a gobernarse por sí misma. Pero se gobierna lo que se tiene. ¿Y qué recursos tenía la Junta? Sin moneda ni impuestos, sin funcionarios designados por la patria, sin ejército, sin Justicia, sin escuelas, sin caminos, sin puertos, debió gobernar para tenerlos. Debía resolver su escasez, un problema económico casi tan determinante como el político. Pero no para nada un 44 por ciento de la Junta lo formaba gente versada en Economía. Primero Belgrano, que había estudiado economía en Europa y traducido algún texto de la fisiocracia, vale decir, del más rancio liberalismo económico; Moreno, que en su alegato a favor del libre comercio con Inglaterra juntó a varios autores liberales; Saavedra, que en su dictamen sobre gremios cerró el camino a los monopolios en el Río de la Plata, inspirado en Turgot a través de Foronda; Castelli, en sus dos memorias leídas en el Consulado. Habían sido escritos para herir de muerte al sistema colonial. Pero una vez caído, los patriotas debieron aprender otra economía, la de países que habían emergido de siglos de dominación extranjera. Belgrano propuso en setiembre de 1810: “1. La exportación de lo sobrante es la ganancia más clara que puede hacer una nación. 2. El modo más ventajoso de exportar las producciones sobrantes de la tierra es manufacturarlas antes. 3. La importación de materias extranjeras para manufacturar, en lugar de sacarlas manufacturadas de sus países, ahorra mucho dinero, y proporciona la ventaja que produce a las manos que se emplean en darles una nueva forma. 4. El cambio de mercancías contra mercancías es ventajoso en general. 5. La importación de mercancías que impiden el consumo de las del país, o que perjudican al progreso de sus manufacturas, y de su cultivo, lleva tras sí necesariamente la ruina de un nación. 6. La importación de mercaderías extranjeras de puro lujo a cambio de dinero cuando éste no es un fruto del pais como es el nuestro, es una verdadera pérdida para el Estado. 7. La importación de cosas de absoluta necesidad no puede estimarse un mal, pero no deja de ser un motivo de empobrecimiento de una nación. 8. La importación de mercancías extranjeras para volverlas a exportar en seguida procura un beneficio real. 9. Es un comercio ventajoso dar sus bajeles a flete a las otras naciones”.

La cara oculta de la Primera Junta

El problema económico era crecer. Pero se puede crecer incrementando cosas o extirpando cosas. Quitarse un pecho era entre las espartanas un modo de crecer como guerreras. Y aquí, el nuevo modo de gobernar nacía “inundado de tantos males y abusos, destruido su comercio, arruinada su agricultura, las ciencias y las artes abatidas, su navegación extenuada, sus minerales desquiciados, exhaustos sus erarios, los hombres de talento y mérito desconceptuados por la vil adulación, castigada la virtud y premiados los vicios”. Escribió Gunnar Myrdal: “la neutralización de los efectos retardadores [en países subdesarrollados]... espoleará por sí sola al desarrollo económico”. La Junta se formó pronto una idea de los factores retardadores con que se encontraría cada medida económica: “en toda revolución hay tres clases de individuos: la primera, los adictos al sistema que se defiende; la segunda, los enemigos declarados y conocidos; la tercera, los silenciosos espectadores, que manteniendo una neutralidad, son realmente los verdaderos egoístas”. Llamaba a la primera “la parte sana del pueblo” y a la segunda “nuestros enemigos”. Para esta última reservaba un trato nada moderado: “La moderación fuera de tiempo no es cordura, ni es una verdad; al contrario, es una debilidad cuando se adopta un sistema que sus circunstancias no lo requieren; jamás, en ningún tiempo de revolución, se vio adoptada por los gobernantes la moderación ni la tolerancia; el menor pensamiento de un hombre que sea contrario a un nuevo sistema es un delito por la influencia y por el estrago que puede causar con su ejemplo, y su castigo es irremediable”. El castigo era éste: “con los segundos, la menor semiprueba de hechos, palabras, etc., contra la causa, debe castigarse con la pena capital, principalmente cuando concurran las circunstancias de recaer en sujetos de talento, riqueza, carácter, y de alguna opinión”. ¿Cómo se lograría “la fomentación de las fábricas, artes, ingenios y demás establecimientos a favor del Estado y de los individuos”, que pretendía la Junta? Pues incautando grandes caudales en manos de pocos individuos: “las fortunas agigantadas en pocos individuos, a proporción de lo grande de un Estado, no sólo son perniciosas, sino que sirven de ruina a la sociedad civil, cuando en nada remedian las grandes necesidades de los infinitos miembros de la sociedad”.

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