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Domingo, 27 de octubre de 2013

LA ECONOMíA DEL MIEDO, ENGAñOS E INDIVIDUALIDAD

Atemorizadores profesionales

Pese a la vasta experiencia en engaños, hay personas y corporaciones que aún intentan, mediante el miedo, manipular actos y la manera de pensar de la sociedad.

 Por Marcelo Donato

Cuando éramos niños, nuestros padres y/o las personas que nos cuidaban se proponían, a través de diferentes maniobras, socializarnos; querían que aprendiéramos a distinguir lo que estaba bien y mal, lo que se podía y no hacer. A través del miedo, el premio y el castigo, entre otros mecanismos, se proponían enseñarnos las normas sociales de la época, en ocasiones nos premiaban para que reafirmáramos las conductas que se consideraban buenas y nos castigaban para que no repitiéramos actitudes que se pensaban como desaprobadas.

Si no nos dormíamos temprano, aparecía el hombre de la bolsa.

Si decíamos una mentira, nos crecía la nariz como a Pinocho.

Si no tomábamos la sopa, no crecíamos.

Las versiones se alteraban de acuerdo con la época y el lugar, por ejemplo, los chicos que se portaban mal y vivían en las sierras corrían el riesgo de que los atrapara el lobisón, mientras que a otros los podía ir a buscar la momia de Titanes en el Ring. Independientemente de los personajes que aparecieran en los relatos, los mayores pretendían crear situaciones de peligro, que vivíamos como amenazantes, para conducir nuestros actos.

El miedo era un operador que nos enseñaba las posibilidades y limitaciones del momento histórico social en el que vivíamos, y conseguía inducirnos y transmitirnos el modelo hegemónico cultural, social y económico que predominaba.

Mientras crecíamos, las historias iban perdiendo credibilidad y nosotros empezábamos a ser menos ingenuos. Sin embargo, y pese a nuestra vasta experiencia en engaños, hay personas y corporaciones que aún intentan, mediante el miedo, manipular nuestros actos y nuestra manera de pensar. Ya no porque lo consideren conveniente para nosotros, sino para que otros obtengan beneficios.

Los atemorizadores profesionales son producto de una sociedad que, además de poner fin a la Guerra Fría y consolidar al sistema capitalista como política de vida, tiene como principal organizador un modelo al que denomino el paradigma de la individualidad. Se caracteriza, principalmente, por reforzar el concepto de propiedad privada como un derecho humano natural que desvaloriza la construcción de un proyecto colectivo. Los recursos y medios de producción no sólo no son concebidos como propiedad social, sino que, además, se creó la fantasía de que deben estar destinados a ser explotados y aprovechados sólo por algunos. Se estableció como conducta social obligatoria la de producir más y mejor que otros; con la calificación de “mejor” hago referencia a qué es lo más acertado producir en un momento determinado y qué valor económico y social se le otorga al producto; por ejemplo, en la actualidad un jugador de fútbol que convierta muchos goles puede recibir de un club una suma determinada de dinero en reconocimiento de su producto, puede ser entrevistado en los massmedia acerca de cómo logra su producto y en ocasiones se lo invita a participar de seminarios para que cuente su experiencia de vida. Además, se fijó un estatus social en relación con la obtención de bienes materiales, se hizo un correlato de la propiedad privada con la escala social, a mayor tenencia material y adquisición de servicios, las personas son más importantes socialmente.

La falsa urgencia de tener que obtener más ganancias que los demás favoreció a que posicionemos al otro como un rival con el que no nos podemos complementar, lo percibimos como tal porque presuponemos que no puede ser un aliado. La lectura equivocada y deficiente, que se hace de la realidad con este par contradictorio (rival/aliado), es tener que estar de un lado o del otro, lo que implica una comprensión parcial de la vida cotidiana, un recorte simplificado de la realidad. Nos limita la comprensión de que el otro puede ser un rival en una determinada situación, y en otra puede ser un aliado, o puede ser ambas al mismo tiempo o no ser ninguna de las dos. Un jugador de fútbol tiene a sus compañeros como aliados para conseguir una victoria y a los del equipo contrario como rivales, sin embargo los rivales son necesarios para jugar el partido, en este sentido serían aliados en el espectáculo deportivo que se brinda a los espectadores. El antagonismo es uno de los elementos por excelencia que muchas veces utilizamos para darles sentido a nuestras experiencias, porque nos crea la falsa idea de poseer la explicación teórica del acontecer. El razonamiento lógico clásico que pretende ilustrarnos un mundo desde dos realidades únicas, contribuye a no cuestionar el pensamiento lineal que intenta presentar un mundo dicotómico donde, por ejemplo, lo desconocido, lo ajeno y lo distinto es amenazante y por ende lo conocido, lo propio y lo idéntico es seguro.

Un occidental pregona que los talibán que están en un aeropuerto pueden llevar una bomba.

Unos padres advierten a sus hijas que los chicos que mendigan en la calle les pueden robar. Un periodista difunde que en un barrio periférico a la ciudad nos pueden asesinar.

Desde una mirada psicosocial no hay nada en el sujeto que no sea la resultante de la interacción con otros sujetos, grupos y clases. Por lo tanto, con el paradigma de la individualidad intento trascender la idea de que las personas pueden ser totalmente autosuficientes y no necesitan relacionarse con los demás, pretendo dar cuenta de que los proyectos de vida no se piensan de manera colectiva, y por ende no tienen en cuenta a otros. Planeamos cómo hacer para garantizarnos una buena educación o una buena salud, pero no nos interesa si el otro va o no a la escuela o si está saludable o no; creemos (o preferimos creer) que la calidad de vida de las personas que conforman nuestra sociedad no impactan en nuestras vidas. Sin embargo, esta afirmación es errónea, porque si todos los niños no pueden ir a la escuela, la sociedad estará carente de profesionales, y si existen personas enfermas que no tienen la oportunidad de sanarse, la sociedad es proclive a contagiarse si se trata de una enfermedad infectocontagiosa.

Hace varios años que el miedo es el factor preponderante que forma y conforma nuestra cultura, que configura nuestra manera de pensar, sentir y hacer. Desde niños nos infundían intencionalmente el temor para inculcarnos las pautas sociales, de adultos nos atemorizan para reforzar la individualidad de acción y de pensamiento, y para que personifiquemos a los otros como enemigos y peligrosos. Este modelo sociocultural es el que aprendimos y convertimos como regla de vida, construimos en nuestro imaginario social la idea de que agruparse es una actividad riesgosa, que conocer a otras personas y compartir con otras personas es un acto de valentía y audacia, y que sólo podemos asociarnos y construir espacios participativos con el propósito de enfrentar a otros.

Emergemos de una sociedad que nos crea a su imagen y que habitualmente la reproducimos sin cuestionamiento porque, desde que nacemos e incluso antes, nos moldea y nos adapta a las condiciones que están establecidas. Conformamos una inmensa red de significaciones sociales que producimos y reproducimos mediante el discurso y la conducta, en la que cada vez aparecen más atemorizadores profesionales que operan en los diferentes ámbitos de la vida para mantener la cultura hegemónica imperante. Es por esto que se hace necesario desarrollar una mirada crítica que nos devele los engaños, que nos posibilite reflexionar sin ingenuidad, y por sobre todo, que permita reencontrarnos.

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-Hace varios años que el miedo es el factor preponderante que forma y conforma nuestra cultura, que configura nuestra manera de pensar, sentir y hacer.

-Aparecen más atemorizadores profesionales que operan en los diferentes ámbitos de la vida para mantener la cultura hegemónica imperante.

-Los atemorizadores profesionales son producto de una sociedad que tiene como principal organizador el paradigma de la individualidad.

-Se hace necesario desarrollar una mirada crítica que nos devele los engaños, que nos posibilite reflexionar sin ingenuidad.

 
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