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Domingo, 3 de noviembre de 2013

Cómo, cuándo y dónde

 Por Claudio Scaletta

Inmediatamente después de las elecciones, los economistas del mainstream local retomaron la prédica de sus dos viejos comodines: el clásico de “equilibrar” los “desequilibrios acumulados” y el de volver a la “racionalidad”. En el primer caso, se trata de un subterfugio para evitar la expresión “ajuste”. El segundo es un concepto más torvo: la “racionalidad” funciona en oposición a la “irracionalidad técnica”, populista, de las políticas redistributivas.

Al tope de las variables desequilibradas se encontrarían los precios, que se manifiestan en la inflación, y el tipo de cambio. Inflación y dólar son dos cuestiones inmediatas, perceptibles de modo directo para la mayoría de la población, y que motivaron algunas de las acciones más dispares del oficialismo: la intervención del Indec y las restricciones cambiarias. La pobreza en torno del 5 por ciento y la caída de las Reservas Internacionales grafican parcialmente los resultados conseguidos. Pero que el Gobierno tenga problemas en estos dos rubros en modo alguno valida los diagnósticos en los que, con notable persistencia, machaca la ortodoxia.

El primero de ellos es el que atribuye la inflación a la emisión monetaria y a los salarios, es decir; al gobierno y a los trabajadores.

Las nociones que están por detrás de estos conceptos son de sentido común. En el primer caso, si el dinero es un equivalente universal de todas las mercancías y su cantidad aumenta más rápido que aquéllas, entonces se deprecia, lo que es lo mismo que decir que hará falta más dinero por la misma cantidad de mercancías. Dejando complejidades teóricas de lado, existen múltiples indicios de que no es así como funcionan las cosas. Un dato potente es que los principales creadores de agregados monetarios son los bancos comerciales a través del crédito. Pero inclusive si la cantidad de dinero se midiese solamente por el papel moneda (M1) que emite el Banco Central, aparece una inconsistencia temporal. La emisión se produce mayormente a posteriori de los aumentos de precios, no antes, y como consecuencia de la mayor demanda para transacciones. Si en esos momentos se optase por no emitir, se provocaría un freno artificial de los intercambios y, en consecuencia, de la economía. Una medicina dolorosa e innecesaria.

Luego está la evidencia empírica del comportamiento de las distintas economías. En el caso argentino, si se observan los gráficos de la evolución de los agregados monetarios y de los índices de precios en los últimos cuatro años, tanto los del Indec como el promedio de las estimaciones de las consultoras privadas, se encuentra que el IPC-Indec varió en forma contraria a la cantidad de dinero. Las estimaciones no oficiales, en tanto, mostraron una inflación estable del 23,6 por ciento promedio anual, mientras que la cantidad de dinero registraba picos de crecimiento de hasta el 40 por ciento interanual y pisos del 17. En ambas mediciones es imposible establecer la relación entre emisión e inflación.

Pero Argentina no es un caso particular. En Estados Unidos, por ejemplo, en 2009 y en 2011 la cantidad de dinero se expandió a tasas cercanas al 20 por ciento interanual, mientras que los precios en ambos períodos cayeron. En la Unión Europea, en tanto, la cantidad de dinero registró una tasa de crecimiento de cero por ciento en julio de 2008, dato que coincidió con el pico de inflación del período 2005-2012, que fue de un magro 4 por ciento. Más tarde, cuando la cantidad de dinero creció a un pico de casi el 14 por ciento interanual, en septiembre de 2009, se registró deflación.

Los datos indican que las preguntas que debería responder la ortodoxia cuando afirma que la emisión genera inflación son al menos tres: cómo, cuándo y dónde.

La segunda parte del diagnóstico ortodoxo, que culpa por la inflación a los aumentos de salarios, es más compleja. En principio es verdad. Para los empresarios, mayores salarios puede significar mayores costos de producción, los que inevitablemente, si se mantiene la tasa de ganancia, se trasladan a precios. La excepción sería que los aumentos de salarios respondan exclusivamente a los aumentos de productividad, caso en el que no afectarían los costos de producción por unidad de producto ni la tasa de ganancia. Pero éstos son casos puros. En la realidad no hay trabajadores malos demandantes de salarios impropios ni empresarios malignos y remarcadores, sino relaciones de poder relativo y puja distributiva, lo que puede ser causa de inflación si se cumplen otros supuestos, como la proximidad del pleno empleo de los “factores de producción”. Sucede que más salarios significan también mayor demanda. Frente a más demanda, la conducta racional del empresario debería ser aumentar la producción, no los precios. Sin embargo, esto sería racional en tanto exista algún grado de competencia capitalista y disponibilidad de capital y trabajo. Lo que generalmente se observa como respuesta a la mayor demanda es un mix de aumento de producción y de precios. De aquí que una de las causas de la inflación sea la puja distributiva. Es un fenómeno económico, no de buenos y malos, y en el que, como se observa, intervienen múltiples factores. Decir que el problema son los salarios no es entonces una cuestión de racionalidad técnica, sino de toma de partido en la puja distributiva.

La segunda variable desequilibrada sería el dólar, al que se considera atrasado. La alternativa de devaluar para corregir no es gratis. Supone una transferencia de ingresos a los exportadores, pero también una disminución de los salarios y de la demanda, es decir; es una medida recesiva según lo confirma la historia económica. Adicionalmente, no existe evidencia empírica entre mejora cambiaria y aumento de las exportaciones. La ortodoxia se rasga las vestiduras con la inflación bajo el argumento “populista” de que afecta el consumo de los trabajadores, lo que no se cumplió en casi la totalidad de la última década, y al mismo tiempo demanda una devaluación recesiva que afectaría todavía más los ingresos salariales, tanto por su valor en dólares como por pérdida de poder de negociación frente al freno de la economía.

¿Esto quiere decir que cuanto más revaluado el dólar mejor? La medida está en la evolución de las Reservas Internacionales. Si disminuyen tendencialmente es porque existe un problema de escasez relativa de divisas, que es multicausal; en parte por la estructura económica desequilibrada y las importaciones energéticas, en parte por la baratura relativa de las divisas para importar bienes y servicios, como el turismo en el exterior, y en parte, también, por la falta de ingreso de capitales. El nivel del tipo de cambio es una decisión política, pero funciona cuando guarda relación con todas las variables consideradas. Las decisiones en la materia son dilemáticas y determinan la velocidad de crecimiento de la economía y la distribución del ingreso

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Imagen: Corbis
 
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