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Domingo, 23 de febrero de 2003

Dinero llama dinero

 Por Julio Nudler

De dineros y bondad, quita siempre la mitad”, aconseja el viejo proverbio español, mostrando respecto de la moneda la misma actitud recelosa que en tiempos modernos cultivan los economistas heterodoxos, aunque en cierto modo se muestren más indulgentes con él al no echarle la culpa de cualquier brote inflacionario. Todo, sin embargo, depende de cómo se interprete, lo cual también vale para los refranes. Una variante algo más rotunda del mencionado es el que advierte: “De dinero y calidad, la mitad de la mitad”, es decir, apenas un cuarto. Según María Moliner, en su Diccionario de Uso del Idioma Español, ello significa que suele caerse en exageraciones cuando se menta la fortuna y las virtudes de otras personas. Sin dudas, aunque a veces nos quedamos cortos, sobre todo cuando tratamos de imaginar cuánto gana cierto relator de fútbol o aquel comentarista político tan comprometido con la causa de los pobres. De cualquier forma, el refranero también nos enseña que “dineros son calidad”, para que sepamos que la pasta confiere respetabilidad y otorga prestigio y categoría a quien la detenta, sin importar mucho cómo la obtuvo, porque “poderoso caballero es don dinero”, con lo cual no interesa tanto si, para poder exhibirlo, antes hubo que lavarlo. Y, en definitiva, “dinero llama dinero”, afirmación más que transparente para quienes han vivido en tiempos de valorización financiera, cuando la producción de bienes quedó relegada a mero accidente colateral. Se contrariaba así a Cátulo Castillo, que en uno de sus muchos tangos se mostraba muy enojado con el dinero: “Metal sin corazón, no compra lo que quiero”, decía de él. Hoy pasa lo mismo, quizá porque la oferta de genuinos afectos y nobles valores es muy escasa, o también, de modo más prosaico, porque la plata no alcanza para nada. Pero igualmente se recomienda ganarla con afanes, porque “los dineros del sacristán, cantando se vienen y cantando se van”. Lo cual está indicando que el dinero que se logra sin esfuerzo (el sacristán es quien en la iglesia recoge las limosnas deslizadas por los fieles en el cepillo) se gasta de cualquier manera.

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