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Domingo, 22 de noviembre de 2015

DEBATE › ¿CUáNTA IGUALDAD ESTá DISPUESTA LA SOCIEDAD A SOPORTAR?

Distinción social y meritocracia

 Por Diego Szlechter *

Los doce años de kirchnerismo ameritan un balance desde diferentes perspectivas. Una de las más abordadas en las Ciencias Sociales es la que señala a la inclusión social como uno de los pilares fundamentales del modelo, medido en términos de una drástica disminución de los índices de desigualdad.

Uno de los efectos del aumento de la participación de la masa de asalariados en relación al capital radica en las reacciones de aquellos que ven disminuida su “distinción social”, por evocar a Bourdieu. En este sentido, el fenómeno del solapamiento salarial entre los trabajadores dentro y fuera de convenio, es una buena excusa para ver cómo se construyen las jerarquías sociales al interior de las grandes firmas, especialmente en un escenario en el cual éstas se ven amenazadas. Dentro de los trabajadores fuera de convenio se encuentran aquellos que representan a las clases medias profesionales. Según datos proporcionados por Héctor Palomino, de la Dirección de Estudios de Relaciones del Trabajo del Ministerio de Trabajo, durante el 2003, la diferencia de ingresos entre los obreros calificados y la categoría “Funcionarios y directivos de nivel medio” (con gente a cargo) era de 258 por ciento y la de “Profesionales asalariados” (sin gente a cargo) se ubicaba en el 159 por ciento.

Estos empleados, entre los que se encuentran cuadros de conducción del sector público y privado, son quienes han experimentado una de las reducciones más fuertes en la brecha respecto de los obreros calificados, ya que en 2013 la misma se redujo a la mitad, es decir que ahora perciben un salario en promedio un 132 y 81 por ciento más, respectivamente.

¿Qué sucedía en los 90? En términos de relaciones de trabajo, la década neoliberal estuvo signada por la preeminencia de la negociación individual de las trayectorias laborales. Mientras que los obreros sufrían el desamparo por la casi inexistencia de Convenciones Colectivas de Trabajo, los managers de grandes firmas podían negociar individualmente sus condiciones de trabajo, lo que les permitía mantener un nivel de vida propio de los países del primer mundo.

En 2003, el gobierno kirchnerista reinstaló dos instituciones centrales en el mercado de trabajo: el Consejo del Salario Mínimo, Vital y Móvil y las paritarias. Los significativos aumentos en el salario mínimo impulsaron para arriba las escalas salariales de los convenios colectivos de trabajo. Aquellos que estaban acostumbrados a negociar sus condiciones de trabajo al estilo self made man se encontraron con una nueva realidad: la amenaza a su distinción social. La creencia en que el mero “esfuerzo personal” era lo que distinguía a “ganadores” de “perdedores” se desmorona cuando la clave radica en la correlación de fuerzas. La negociación colectiva vino a desnudar las falacias de la meritocracia.

La creación de universidades enclavadas en los mismos lugares donde se reproducía persistentemente la pobreza viene a atacar por otro flanco la brecha material; en los últimos años estamos siendo testigos de la disminución de la brecha simbólica. Las cacerolas se erigen como barómetro del descontento, de la desdicha por la pérdida de la distinción.

La construcción mitológica del ideario individual del progreso pretendía encubrir la máxima de Bourdieu “la herencia transformada en privilegio social”. Hoy el desafío no es sólo persistir con la reducción de la brecha salarial (que aún es alta en relación con varios países desarrollados) sino que la batalla se da en la tan mentada arena cultural; se trata de desterrar de una vez por todas ese acto de fe que es la meritocracia y la creencia en que por el mero esfuerzo personal se logra el éxito social. Por sólo citar un ejemplo, la alquimia presente en las evaluaciones de desempeño gerenciales es una fiel muestra que para ser considerado un trabajador de alta performance lo que más pesa son atributos que no se consiguen trabajando sino “perteneciendo”. La mejora en las condiciones de vida que les permitan a las grandes mayorías acceder a las mismas oportunidades que las clases acomodadas es la tarea pendiente.

* Investigador de la Universidad Nacional de General Sarmiento y del Conicet.

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