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Miércoles, 23 de julio de 2008

TEATRO › DANIEL VERONESE Y SU NUEVA APUESTA LA NOCHE CANTA SUS CANCIONES

Violencia de lo cotidiano

El director, que dirige la pieza de Jon Fosse en su propio teatro Fuga Cabrera, analiza las claves de una puesta que aborda el adormecimiento de lo conocido, “de lo que se sabe que no va a cambiar”. “Es una muerte tierna”, define.

 Por Cecilia Hopkins

Dirigida por Daniel Veronese, con el auspicio de la Embajada de Noruega, La noche canta sus canciones es la primera obra que se estrena en la Argentina de Jon Fosse, el autor noruego más representado en la actualidad, después de Ibsen. El espectáculo inaugura también una sala teatral –Fuga Cabrera, ubicada en Cabrera al 4800, en la propia casa del director–, espacio donde también presenta Teatro para pájaros, de su autoría, estrenada el año pasado en el Teatro del Pueblo. La obra toma a una pareja que acaba de tener su primer hijo para retratar la severa crisis de relación que existe entre sus integrantes. El marido es un autor en permanente búsqueda de editor; su mujer, una empleada aún en licencia por maternidad. Durante el desarrollo de la obra, ambos personajes reciben en su casa dos visitas significativas. Así llegan primero los padres de él y, luego, el amante de ella, situación ésta que produce un giro respecto del planteo inicial. En una entrevista con PáginaI12, Veronese, quien estrenará en breve Todos los grandes gobiernos, analiza algunos aspectos de La noche..., además de referirse al reestreno de Open House, obra de su autoría que acaba de iniciar su octava temporada.

–¿Qué es lo que vuelve tan extraña a La noche canta sus canciones? ¿Es el modo en que reaccionan los personajes, los cambios de humor repentinos, las reiteraciones...?

–Me parece que es el clima cálido y perverso en el que se desarrollan las situaciones, mínimas, reiteradas, pero cada vez más cargadas. Me recuerda a algunas situaciones en donde alguien quiere pelearse y no necesita que el otro le conteste para que la pelea crezca en intensidad. Todo es violentado, pero a la vez suave. El adormecimiento de lo conocido, la violencia de lo que ya vivimos de una manera y sabemos que no va a cambiar. Es una muerte tierna. Las reacciones de los personajes no dejan de tener cierta ternura, aunque sean desgarradoras.

–Cada modalidad de relación entre los personajes contiene un alto grado de ambigüedad.

–Para mí, la joven y Baste, su marido, conforman el dúo más triste de la noche. Creo que ése es el gran acierto de la obra, cuando todo daba a entender que íbamos a ser testigos de la muerte sentimental de una pareja (la obra puramente enfrascada en ellos y en sus diálogos reiterados y peleas casi inocentes), el autor nos presenta una escena que nadie desearía presenciar. Tal es el grado de violencia emotiva de ese momento que el autor saca de escena al protagonista (con el que irremediablemente nos deberíamos identificar) y deja dos cuerpos llenos de vitalidad y nuevos deseos, solos en la casa. El público está condenado a ver las acciones desarrolladas por esos dos, mientras que el protagonista eligió meterse en la pieza, anunciando el final.

–¿Qué piensa de los finales abiertos? ¿Cuándo son realmente productivos y cuándo no?

–Si me dejan sin respuestas, no creo que estén bien elegidos. Creo que debe funcionar con un buen final abierto, un mecanismo por el cual el espectador complete la obra.

–Su obra Open House comienza su octava temporada. ¿Cuáles son los cambios que se fueron operando en la puesta?

–Los cambios se deben a que en estos años fueron abandonando el proyecto dos actores y tres actrices. Es difícil manejar el trabajo en estas circunstancias, pero también ese juego es el que nos plantea la obra. Open House se está convirtiendo en otra cosa, claro que sí, pero sin perder su eje primario. Era una máquina poética que desbordaba ternura y soledad principalmente porque era joven. Los años que tiene encima volvieron esa maquinaria más resentida, dura, sin tanto lugar para las contemplaciones. Es un cuerpo que va envejeciendo, que recuerda sus comienzos con algo de nostalgia de lo perdido.

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Daniel Veronese bucea en la crisis de relación de una pareja de padres primerizos.
Imagen: Sandra Cartasso
 
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