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Jueves, 17 de septiembre de 2009

TEATRO › LOS SUTOTTOS Y LA CLAVE DETRáS DE SU ESPECTáCULO SUJETO TáCITO

“No es lo mismo reírse de la realidad que cuestionarla”

Con Sutottos y Los Rocabilis, Gadiel Sztryk, Andrés Caminos y el director Andrés Serebrenik se hicieron un nombre en el under. Su nueva obra, que llena la Ciudad Cultural Konex todos los fines de semana, significa a la vez una síntesis y un despegue.

 Por Matías Córdoba

Matarse de risa con la realidad. Denunciarla. Improvisar sobre la marcha, pero sin traicionar el espíritu del texto. Decir unas cuantas verdades. Unir el humor con la música. En pocas palabras: hacer teatro. Eso es lo que dicen los integrantes del dúo Los Sutottos (conformado por Gadiel Sztryk y Andrés Caminos, y dirigidos por Andrés Serebrenik) de Sujeto tácito, la obra que los viernes a las 23 y los sábados a las 22.30, a sala llena en la Ciudad Cultural Konex (Sarmiento 3131), pasó de ser un secreto a voces para convertirse en una de las sorpresas más reveladoras de la escena teatral porteña.

Los Sutottos son un mazo de naipes mezclado. De ahí se cruzan las influencias y la inocencia de Los Amados, el desparpajo de Los Modernos, el grotesco de Los Macocos y una cuota absurda interesantísima digna de Los Melli, dúo de culto que conformaron Carlos Belloso y Damián Dreizik en los últimos años de los ochenta y principios de los noventa. Para ellos es barajar y dar de nuevo permanentemente, para que así nazca el teatro a secas, sin vueltas, al mejor estilo del clown. Hoy podría citarse como ejemplo de ese humor la obra Los Rocabilis, en perfecta sintonía con ese teatro con sentido que llevan adelante Los Sutottos. Parece extraño, pero beben de todas las aguas para hacer reír. Política, vida cotidiana, charlas de bar, mujeres ausentes, infancia perdida, Sujeto tácito es el relato de dos hombres xenófobos, de clase media, laburantes; y es, también, la historia de cualquier hombre de este país: contradictorio, haragán, políticamente incorrecto.

Nacidos en 2005, Los Sutottos fueron dirigidos por Roberto Saiz (creador del legendario grupo Los Volatineros) y por el Macoco Daniel Casablanca. Sujeto tácito es la tercera producción de este dúo que, acompañado por su nuevo director, no se cansa de repetirle a Página/12 que el paso del under al circuito central de teatros no los cambió en absoluto.

–¿Esta última obra nació de una necesidad de denunciar la realidad o sólo para reírse de ella?

Andrés Serebrenik: –Una cosa es reírse de la realidad y otra distinta es cuestionarla. Por ejemplo, en la televisión pasa lo primero: se ríen de la realidad y no se hace ninguna reflexión. Se burlan de políticos, actores, cualquier cosa. Pero no hay una construcción alrededor de eso. Sólo se trata de ridiculizar y nada más. En cambio, Sujeto tácito es más complejo. Tratamos de decir algo que, sin dudas, está en crisis, pero siempre desde un lugar donde se pueda construir algo interesante.

Andrés Caminos: –Tratamos de plantear un tema, ponerlo en debate a través del humor. Proponemos una situación determinada para que el espectador comience a preguntarse cosas.

Gadiel Sztryk: –Un referente de eso es Diego Capusotto. A través del humor, tal vez sin querer, hace una denuncia. Creo que en la obra tratamos de que el público se vaya con una pregunta en la cabeza. Y utilizamos ciertas herramientas que nosotros sabemos usar para que el espectador se quede pensando en lo que verdaderamente es el porteño de clase media.

–En un punto, los personajes de Sujeto tácito generan cierta incomodidad en el público. ¿Ustedes lo notan sobre el escenario?

G. Z.: –Sí, y está bueno. Es una incomodidad que da para pensar. En este espectáculo queríamos hablar de lo mal que está el mundo. Y la idea nuestra siempre había sido representarla a través de la mirada de dos porteños. Ahí hay una ambigüedad bastante grande, porque estos dos personajes, bastante fascistas, y que representan al hombre común de la clase media, en un momento de la obra, la gente termina hasta queriéndolos. A veces resultan entrañables. Es una contradicción, porque son muy desagradables, pero a la vez resultan tipos queribles, porque todos tenemos en nuestra familia a tipos como ellos.

A. C.: –Lo que queremos hacer es que el público se reconozca ahí. Es muy extraño lo que pasa con la gente, porque hay momentos en que se ríen y en otros en el que parecen preguntarse: “¿De esto nos estamos riendo? ¿Me río o no me río?”.

A. S.: –Lo bueno de Sujeto tácito es que los personajes no son malas personas. Sí son cuestionables. No hay una ambición de parte nuestra de decir que estos tipos son malos, sino mostrar ese discurso que es reconocible en gran parte de la sociedad.

–Es la primera vez que se meten con el hombre común, porque en sus espectáculos anteriores (Sutottos, Rococcó Amplagued) no encaraban las obras para el lado de la crítica social.

G. S.: –Creo que lo tocábamos, pero de otra manera. Nuestras primeras dos obras fueron más directas con el público.

A. C.: –Eran más personales. Había mucho juego con los espectadores, no había una temática social, pero sí se empezaba a ver de a poco lo que estamos haciendo ahora. Antes trabajábamos desde el lugar del clown, con un toque bufonesco. Nuestro teatro es un delirio contenido. Un delirio que está latente, pero a medida que fueron pasando los años fuimos organizando todo lo que hacíamos para llegar a otro tipo de publico.

–En Sujeto tácito se mezclan el clown, el stand up, la música, la improvisación, el humor políticamente incorrecto. ¿Es consecuencia de todo lo que vinieron haciendo en los espectáculos anteriores?

A. S.: –Creo que nace de la idea de desprenderse de lo anterior, de los inicios. De despegarse. Pero también de ir mechando todo lo que uno tiene encima. Pero también es a lo que apuntamos en cada función: incorporar cosas nuevas al espectáculo, todo el tiempo. Lo fuerte del grupo es cuando se junta a improvisar, que de ahí surgen muchas cosas.

A. C.: –Nosotros vamos incorporando cosas nuevas. Y creo que de toda esa mezcla que tiene el grupo, estamos creando un lenguaje propio que nos caracteriza. El tipo que va a ver a Los Sutottos puede decir que vio un espectáculo variado, porque en la obra se mezclan la improvisación, la comedia, la música. Mucha gente que nos viene a ver nos dice que nosotros hacemos clown. Pero nosotros nunca hicimos cursos de eso. Lo nuestro, básicamente, es teatro. Teatro a secas.

G. S.: –Como grupo nos vamos dando cuenta de que nos estamos despegando de nuestra formación actoral inicial.

–¿Creen que Daniel Casablanca los ayudó a controlar ese delirio del que hablaban anteriormente?

G. S.: –Si él no hubiera aparecido en nuestro camino, hoy seríamos distintos. Para nosotros Los Macocos son un referente importantísimo. Son nuestros padres. El hecho de que ellos existan es muy valioso, porque son tipos que después de tanto tiempo siguen produciendo espectáculos nuevos, y son un ejemplo a seguir. Nos pasa lo mismo con Roberto Saiz, que también es uno de nuestros padres artísticos. Daniel Casablanca, en cierta manera, nos apoyó y le brindó mucho a nuestro grupo. Aportó para que bajáramos los decibeles. Creo que toda esa enseñanza en nuestros primeros años se ve en este tercer espectáculo, y es muy gratificante poder hacerlo en una sala más grande y actuar para más personas. En pocas palabras, Casablanca nos dio la madurez teatral que necesitaban unos pibes como nosotros. Nos inculcó el deseo de contar y de hacer. La vocación nuestra es ésa: queremos contar y actuar. Si no viniera nadie a nuestra obra, seguiríamos pensando lo mismo. Es como si fuéramos rockeros.

–Pero más allá de que estén en una sala más grande, la obra no parece perder el espíritu del under y guarda cierta relación con el proceder del músico de rock.

A. C.: –Los grupos de teatro se parecen a los de rock en muchas cosas. Nosotros no tenemos que respetar un guión, que lo hay, pero es más libre que los comunes. La gente me lo dice cuando termina la obra: “La puesta es buena, de primera línea, pero mantiene el espíritu de los sótanos”. Y creo que ahí nos parecemos a los comienzos de Los Macocos o de Los Melli, donde todo estaba impregnado de un olor a adolescencia que a la gente le gusta. Y que tiene que ver también con las bandas de rock que recién comienzan.

G. S.: –Creo que lo que hacemos también podría llamarse teatro rockero. La transición que hicimos desde el sótano al Konex se asemeja al camino que hace una banda de rock. Y también actuamos en pocilgas para diez personas. Cuando estamos planeando un nuevo espectáculo, nos la pasamos encerrados seis meses en una habitación o en un sótano, y cuando salimos al escenario, después de ese tiempo, sentimos lo mismo que sentiría un músico cada vez que sale a tocar para un montón de gente. Es una sensación emocionante. Debe ser parecido a lo que se siente robar un banco (risas).

–Una de las cosas que se les critican a los músicos es la supuesta traición que supone irse del under para convertirse en artistas masivos, ¿ustedes se cuestionan algunas cosas ahora que abandonaron los sótanos?

G. S.: –No, para nada, porque creemos que seguimos en el mismo lugar. Cuando estrenamos la obra en el Konex, yo les dije a los chicos que no nos olvidáramos de dónde habíamos salido. Porque sabemos que, de un momento a otro, podemos volver a actuar para diez personas. La diferencia es que en el Konex, por lo menos, hay camarines y una chica te corta la entrada y te acomoda (risas). Se dio también esa situación rockera del boca a boca que es la mejor promoción que tiene el show. No lo podemos creer. La función pasada vino un tipo que no conocemos, y nos dijo: “Hoy les traje ocho amigos”... Eso es impagable. Un tipo que no te conoce y le recomienda a la gente ver nuestro espectáculo, es lo mejor que nos está pasando.

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“No nos tenemos que olvidar de dónde salimos porque sabemos que, de un momento a otro, podemos volver a actuar para diez personas.”
Imagen: Rafael Yohai
 
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