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Jueves, 29 de octubre de 2009

TEATRO › WALTER SANTA ANA PROTAGONIZA KRAPP, LA úLTIMA CINTA MAGNéTICA

Dolorosas asociaciones de la memoria

El actor encarna a un hombre que se enfrenta a su pasado a través de la escucha de grabaciones hechas en distintos momentos de su vida. La obra de Samuel Beckett cuenta con la dirección de Juan Carlos Gené, quien tradujo el texto del francés.

 Por Hilda Cabrera

El hombre desaliñado y envejecido que escucha en la soledad de su habitación la propia voz grabada en distintas etapas de su vida busca entre los casetes episodios que quizá lo hayan marcado. Como no le gusta lo que escucha, graba nuevas palabras que le nacen de un presente con más sombras que luces. El actor Walter Santa Ana es ese personaje que testimonia vivencias y anhelos en Krapp, la última cinta magnética, obra escrita en inglés y adaptada al francés en 1958 por el irlandés Samuel Beckett. El director, actor y dramaturgo Juan Carlos Gené, traductor además del texto en francés, dirige esta puesta que se estrena hoy en la sala Cunill Cabanellas del Teatro San Martín. Sobre esta pieza dramática en la que el límite entre lo real y fantasmagórico se borra, Santa Ana dialoga con Página/12 en su casa del barrio de Almagro: “Krapp no se soporta y uno no sabe si no soporta su voz o lo que pensaba años atrás. Digo ‘pensaba’ por utilizar un lenguaje corriente...”

–¿Acaso no se piensa?

–El pensamiento es motor, promueve, pero cuando uno dice “pienso” sigue un esquema recibido al nacer. Todo está pensado desde antes, incluido lo que uno elige. Nuestra elección es en realidad un “como si eligiéramos”. He tratado de profundizar en Beckett desde Krapp..., porque no soy un estudioso de su producción. Quien prefiera el insomnio en lugar del sueño debe leer esta obra. ¡Claro que ésta es una exageración de actor!

–¿Qué le duele a Krapp y qué desata su sarcasmo?

–Casi todo lo que trae su voz grabada, y no sólo la palabra, sino el sonido y las asociaciones sobre los cómo, cuándo y dónde. Uno de los aspectos sorprendentes de la memoria es la selección: qué recordar y qué no. Todavía nos maravilla recordar un suceso personal y nimio que ocurrió cuando éramos niños.

–¿Sería el presente actuando sobre el pasado sin que medie la voluntad?

–En una nota bibliográfica sobre la novela La ignorancia, de Milan Kundera, el autor de ese artículo señala un fragmento donde una pareja de emigrados que regresa a su país no tiene igual registro de un hecho, aun cuando vivieron una misma experiencia de exilio.

–Preguntarse quién se es y ha sido y qué se perdió, ¿produce insomnio?

–No sé si uno puede hacer un análisis de lo que ha perdido. En aquella nota bibliográfica se decía que vivimos inmersos en un gran olvido, pero necesitamos refutarlo. Lo comparo con algunos apuntes de Breve Historia del Tiempo, un libro de 1988 de Stephen Hawking. No hay vacío, sino materia entre dos estrellas que desde la Tierra nos parecen cercanas entre sí, y esto es semejante a nuestro olvido respecto de los hechos y los sentimientos cercanos que no son registrados como tales. Lo extraordinario en obras como Krapp... es que nos moviliza y nos hace sentir vivos y despiertos.

–¿O sea que meterse en la “pesadilla” Krapp... resulta positivo?

–Siempre que nos preguntemos qué nos pasaría si estuviéramos en la misma situación.

–¿Krapp intenta descubrir quién es?

–En un momento dice “a lo mejor él tenía razón”, y ese otro es él mismo. Nosotros no nos desdoblamos tanto pero, ¿qué nos pasa cuando vemos una foto de cuando teníamos cinco años? Estas situaciones son parte del misterio de la vida y de nuestro deseo de explicarla.

–¿Cómo es su relación con las obras de Beckett?

–Pude ver algunas puestas importantes: Esperando a Godot, estrenada en 1956 por el equipo que integraban Jorge Petraglia y Roberto Villanueva; después otra versión de la misma obra en el San Martín; y Final de partida, en Andamio 90, dirigida por Alfredo Alcón. No soy un erudito de las obras de Beckett.

–¿Qué dificultades le acarreó Krapp...?

–La dificultad está siempre. Uno quiere hacer bien su trabajo y para lograrlo debe ser humilde. En el teatro, la dificultad mayor es bucear todos los días en el personaje. Un ensayo o una función deben ser distintos a los anteriores y a los que le sigan; diferentes dentro de los límites que fije el director.

–¿Cómo es la experiencia cuando se está solo en el escenario y los silencios son parte de la obra?

–A diferencia de otros espectáculos en los que estuve solo, como los monólogos Palabras de Borges (que dirigió Ricardo Suárez) y Palabras calientes (de Patricio Esteve, sobre textos de François Villon y François Rabelais), en Krapp... –a la que llamo obra dramática con un solo personaje– hay un lenguaje nuevo. Estamos acostumbrados a la literatura dramática que también se lee, y esto es lo opuesto. Trabajamos duro con Juan Carlos Gené, en mi caso siguiendo la idea de Rainer Maria Rilke de adquirir una disciplina que me aleje de las vaguedades. En teatro se ven obras en las que se habla demasiado y falta poesía, que es lo máximo. Un poema leído en la adolescencia puede acompañarnos toda la vida.

–¿Qué libros o autores lo influyeron en aquella etapa?

–Cumplía 15 años cuando mi hermano me regaló Paralelo 42, de John Dos Passos. Recuerdo que mi padre estaba leyendo La vida de los doce Césares, de Suetonio. Empecé a leer a Cesare Pavese, Romain Rolland, Vasco Pratolini, su novela Crónica de pobres amantes. Eran las lecturas de entonces, de poetas, ensayistas y novelistas como Umberto Saba, Giuseppe Ungaretti, Eugenio Montale, Soren Kierkegaard y El tratado de la desesperación, y el Werther, de Goethe.

–¿Qué es la soledad en una obra donde el personaje de Krapp no oye bien, titubea y dice no querer ser el joven que fue?

–Soledad es cuando uno está rodeado de gente y se aparta tratando de encontrar algo hermoso para sí mismo, porque incluso una bestia como yo puede intentar escribir un poema. Pero esa soledad está degradada porque se vive entretenido en cosas superfluas. Leía en un cuento de Vladimir Nabokov que un personaje atravesaba una plaza en la noche pensando en un poema que había escrito. Eso que es una manifestación de la soledad y la libertad hoy nos está vedado, porque lo que se siente cruzando una plaza de noche es miedo.

–¿Cómo es ese miedo?

–Incentivado por la violencia social. En la obra el miedo se relaciona con sostener la propia existencia. En el cuento Una avanzada del progreso (de 1896), el novelista polaco Joseph Conrad (que adoptó la lengua inglesa) da una definición de ese miedo que nos acompaña hasta el último suspiro. Por eso hablar de libertad genera confusión. En Informe para una academia, Franz Kafka dice a través del personaje –ni simio, ni hombre– que con la libertad uno se engaña demasiado, ya que si el sentimiento de libertad es uno de los más sublimes, así de sublimes son también los correspondientes engaños. Y lo comprobamos: uno vive engañado y restringido en sus libertades.

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Santa Ana encarna a un hombre con un presente en sombras.
 
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