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Miércoles, 7 de abril de 2010

TEATRO › MARIANO PENSOTTI ESCRIBIó Y DIRIGE EL PASADO ES UN ANIMAL GROTESCO

Retrato de una generación defectuosa

El dramaturgo y director concibió este texto con la novela del siglo XIX como inspiración. Muestra a cuatro personajes de 25 años durante la década que va desde 1999 hasta 2009, en un intento de concebir “una megaficción con recursos mínimos”.

 Por Cecilia Hopkins

La última obra de Mariano Pensotti, que bajo su dirección acaba de estrenarse en el teatro Sarmiento (avenida Sarmiento 2715, jueves a domingos a las 21), parafrasea desde su título al de una canción de la banda norteamericana Of Montreal: El pasado es un animal grotesco. El autor de Marea y Vapor, entre otras obras, retrata en abigarrado friso la vida de cuatro personajes de 25 años durante la década que va desde 1999 hasta 2009, en un intento por captar “el momento en el que uno deja de ser quien cree que va a ser para convertirse en quien es”. Interpretada por Pilar Gamboa, Julieta Vallina, Javier Lorenzo y Juan Minujin, la pieza cuenta con situaciones de lo más variadas: una joven abandona el barrio para irse a París robando los ahorros de su padre carnicero, otra descubre que su padre mantiene una familia paralela y se obsesiona escudriñando sus movimientos, un estudiante de marketing recibe en su domicilio una caja conteniendo un brazo cortado, entre otras. El común denominador de todas las historias es que nada sale como los protagonistas sueñan. Será porque, según el propio Pensotti, se trata de una “generación defectuosa”, hecha de individuos que deben empezar siempre de cero, con la necesidad de reinventarse permanentemente. El dramaturgo y director escribió el texto como si fuera una novela más que una obra de teatro, con el objetivo en mente de generar una “megaficción con recursos mínimos”. Si la fuente de inspiración fue la novela del siglo XIX, la puesta en escena, en cambio, se nutre de las experiencias de Pensotti en el ámbito del cine, ya que realizó dos largometrajes, El camino del medio y Soñar lobos y jirafas. De allí la aparición de un narrador en off o del escenario giratorio, que permite variar de locación en instantes para obtener “la sensación de estar viendo un descomunal travelling o plano secuencia de casi dos horas de duración”, según detalla el autor en una entrevista con Página/12.

–¿Por qué le interesó emular desde el teatro a la novela del siglo XIX?

–Creo que cierta novela del siglo XIX consiguió realizar, o casi, la extraña y fascinante fantasía de una obra de arte en la que pudiera entrar todo. Me refiero a obras en las que en autores como Tolstoi, Balzac, Stendhal, o inclusive Sarmiento, desarrollan ficciones complejas y ambiciosas que, a la par de desarrollar una gran inventiva, les permitió incorporar sucesos reales de un tiempo y lugar determinado.

–¿Le interesa por la variedad de temáticas que puede abordar?

–En esas novelas se discuten problemas sociales, políticos, filosóficos. Se incluyen ficciones dentro de la ficción y hasta hay veces en que los autores se mezclan con los personajes.

–Pero lo suyo no tiene que ver con el rescate de un género...

–Para nada. Lo que me interesa no es hacer puestas en escenas de esas viejas novelas, sino tomar el espíritu, la estructura y el concepto de esas novelas para desarrollar ficciones y obras contemporáneas. Creo que el teatro, por la enorme libertad que tiene, cuando logra desembarazarse de ataduras formales, modas o cierta timidez, es el lugar ideal para ese tipo de empresas un poco desmesuradas.

–¿Qué ideas o conceptos hay detrás de la puesta?

–Narrar la vida de cuatro personajes a lo largo de diez años y construir una gran ficción con una multitud de personajes secundarios, con sólo cuatro actores, me pareció una empresa ambiciosa que, además, tenía un tono épico, por el desafío que esto implica. Quería que la obra desarrollara una “megaficción” pero contada con recursos escénicos mínimos. Y quería que la obra mantuviera su impronta literaria: hay diálogos entre personajes y hay también una narración externa.

–¿Cuál es la idea de pasado que trabaja la obra?

–Para nosotros, el intento de narrar el pasado es dar sentido a los fragmentos dispersos de una película cuyo guión se perdió para siempre. Algo que debe ser vuelto a narrar y por lo tanto reinventado.

–¿Cuáles son los cambios sociales que conforman el marco histórico de la obra?

–En los sucesos sociales, políticos y económicos entre 1999 y 2009, en la Argentina y el mundo, aparecen en las diferentes historias el ataque a las Torres Gemelas, la crisis del 2001, la invasión norteamericana a Irak, el surgimiento de un sindicalismo de base no peronista, el triunfo de Evo Morales, la nueva pobreza urbana, el colapso de Wall Street. Nos interesaba ver cómo nuestra ficción modificaba ciertas aspectos de la realidad y cómo la realidad modificaba nuestra ficción.

–Usted también tenía 25 años en 1999. ¿En qué sentido la obra sería el retrato de una generación defectuosa?

–Es una generación frágil, porque no ha propiciado grandes cambios sociales ni ha planteado formas de vida alternativas a las que le vinieron impuestas. Pero, al mismo tiempo, se trata de una generación con un alto espíritu de “hágalo usted mismo”, heredado de los punks o de los eternos sobrevivientes locales, que intenta trascender sus propias limitaciones con pequeños emprendimientos colectivos, a veces tan simples como el de hacer obras de teatro.

–¿Por qué el pasado parece convertirse en algo extrañante o monstruoso?

–La palabra “grotesco” es interesante porque no expresa un juicio de valor claro, puede ser bueno o malo. Lo que me resulta interesante es la imagen del pasado como la de un animal fantástico, un animal soñado, algo que al ser recordado cambia de forma. Un animal grotesco, al igual que el pasado, debe ser reinventado cada vez que pensamos en él e intentamos narrarlo.

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Pensotti tomó el título de una canción de la banda norteamericana Of Montreal para su obra.
Imagen: Bernardino Avila
 
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