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Sábado, 15 de octubre de 2011

TEATRO › TEATRO/RADIO ENTREVISTA A MALENA GUINZBURG Y NATALIA CARULIAS

“Ser buen o mal comediante no es una cuestión de género”

Son dos caras nuevas del humor. Guinzburg dispara reflexiones en Sarasa por La 100 y Carulias hace lo propio en Tarde negra, por Rock & Pop. Ambas comparten escenario en Canchero, stand up “con extras” que el grupo De a 1 muestra en el Teatro Piccadilly.

 Por Emanuel Respighi

Si en la tradición del espectáculo argentino el humor siempre fue cosa de hombres, con capocómicos que sólo se rodeaban de mujeres para exhibirlas cual mercancías, ellas son dos de las nuevas caras con las que la tendencia misógina empieza a ser cosa del pasado. Sin impostar lo que no son, animándose a reírse de ellas mismas y del mundo que las rodea sin complejo de inferioridad, Malena Guinzburg y Natalia Carulias quiebran el modelo vigente con el desparpajo de quienes frente al micrófono vuelcan buena parte de lo que piensan sin importar el alcance. Como observadoras deformes y exageradas de la realidad, ambas son parte de Canchero, el nuevo espectáculo de stand up “con extras” que el grupo De a 1 presenta viernes y sábados, a las 23.30, en el Teatro Piccadilly (Corrientes 1524). Y también las dos le ponen humor a la radio todas las tardes: mientras Carulias es parte del staff de Tarde negra, el programa de Elizabeth Vernaci que se emite por la Rock & Pop de 13 a 16, Guinzburg reflexiona sobre su existencia en Sarasa, el ciclo que Ronnie Arias conduce por FM 100, de 13 a 17.

Hacer reír es una de las tareas más complejas del arte escénico, en la que la línea que separa al genio del ridículo es muy delgada y borrosa, según el receptor. En ese contexto, ser mujer y hacerse un camino entre los comediantes es una tarea titánica para la lógica machista que mueve al género en el espectáculo local. Tanto Carulias como Guinzburg aceptan la existencia de esa “mochila extra” en diálogo con Página/12, pero aclaran que la llevan sobre sus espaldas sin darle demasiada importancia. “No hago humor femenino, ni sé qué es”, arranca Carulias. “Siempre va a estar la visión femenina porque es lo que soy, pero hago humor. A mí no me divierte la mina que habla de cosas de mujeres, como la depilación. Básicamente porque no tiene que ver conmigo. Yo no siento esa mirada, no me condiciona, aunque he escuchado a mucha gente comentando que las minas no los hacían reír, que las mujeres no son graciosas. Eso existe, esa mirada está presente, pero me parece medio pelotuda: hay muchos hombres que tampoco son graciosos. Ser buen o mal comediante no es una cuestión de género”, subraya.

Hija del recordado Jorge Guinzburg, Malena se crió en una familia en la que el humor era parte de la cotidianidad, y en donde el mundo del espectáculo no le era ajeno. Luego de ser productora de ciclos de radio como Vitamina G y Metro y medio, este año tomó el micrófono de La 100 por asalto, a sabiendas de a qué se exponía. “Lo que pasa –cuenta– es que proporcionalmente hay más hombres que mujeres haciendo reír. Esa es una tradición con la que debemos convivir. A mí una de las personas que más me hizo reír fue Juana Molina. Lo que tengo claro es que tanto hombres como mujeres podemos hacer reír con los mismos temas: lo que cambia es la visión. Plasmamos nuestra mirada sobre situaciones que pueden hacer reír tanto a hombres como mujeres. No es común ver a minas haciendo humor: la industria del espectáculo las ubica en el lugar de mostrar tetas o culos. Ahora se empezó a romper con ese estereotipo cosificado.”

Después de Cachivache, el cuarto espectáculo de De a 1 (el grupo que conforman Guinzburg y Carulias junto a Pablo Fábregas, Diego Scott y Fernando Sanjiao) mantiene al stand up como columna vertebral. La novedad que trae Canchero es que esta vez se animan a quebrar la estructura pura del género importado de Estados Unidos, intercalando en sus monólogos teatro negro, interacciones con video y musicales. “La marca del grupo es que cada espectáculo tenga un eje temático. Este año pensamos en Canchero como un chiste a esa cosa supuestamente cool que cultivan muchos chicos de Palermo. Nos reímos de eso porque somos cero cancheros”, analiza Carulias. “Nos reímos –agrega Guinzburg– del absurdo de ciertas normas de la moda, que llevan a muchos a creerse cancheros por tomar un jugo de lechuga, por ejemplo. El show parodia a la moda y a quienes se dejan llevar por ella como prototipos de un estilo que no por raro es interesante. Lo bueno es que como todos debemos tener algún lado ‘canchero’, el espectáculo logra la identificación del público.”

–¿Y cómo se traduce ese eje temático en sus monólogos?

Malena Guinzburg: –La temática “canchera” tiene que ver con el hilo conductor que contiene al espectáculo. Los monólogos no forman parte de ese eje: cada uno tiene su individualidad temática y estilística. En mi caso, hablo sobre lo nuevo, que es para mí estar en pareja y sobre mi complejo con la comida, y cómo sufro mi cuerpo. No me siento una típica “minita”, no me gusta ir a comprarme ropa. Mi peso es un tema con el que puedo sufrir o reírme. A mí me pasan las dos cosas: sufro en mi casa y me río de eso en el escenario. No sé si poder hacer catarsis de mis complejos en un monólogo me permiten superarlos, pero seguro me permite quitarles peso. El monólogo permite blanquear fobias, complejos y miedos, que me hicieron sentir más liberada. Reírme de mis complejos me sirvió para la vida. Hay algo de terapéutico en los monólogos.

Natalia Carulias: –De alguna manera, en los monólogos uno expresa, exageradamente, las cosas que se le cruzan por la cabeza.

–¿O sea que no conciben monólogos de stand up sin ser autobiográficos?

M. G.: –A veces el monólogo surge de una observación no personal, no intrínseca, como pueden ser de publicidades. Uno siempre le pone el toque personal, que es lo que vuelve genuino y auténtico al stand up. Esa es la diferencia entre el monólogo y el stand up. El stand up requiere que el que sube al escenario ponga mucho de sí mismo, no sólo el cuerpo sino también sus ideas, sus miedos. Por eso creo que se nota cuando alguien está diciendo algo escrito por otro.

N. C.: –El stand up exige hablar sobre las locuras de uno, sea en forma exagerada o no, o al menos hablar acerca de cómo uno observa algo. En el stand up no hay personaje: es uno dando su punto de vista. Es contar lo que a uno le pasa, una observación de uno mismo o del mundo. Por eso resulta impostado o forzado cuando el texto está escrito por otro.

M. G.: –El stand up es tan personal que el cómo se dice es más importante que el qué. Puede ser un texto plagado de buenos chistes, pero si los remates o la temática no tienen vínculo con el que los dice, pierden efecto. Por eso es muy difícil cuando en radio nos dicen que hagamos el monólogo. No es lo mismo hacer reír en radio que arriba de un escenario. El stand up requiere oralidad, pero también de lo gestual. En el escenario uno le pone sus gestos, su cuerpo, el ambiente que se genera con el público. Uno no escribe igual para la radio y para el teatro. El humor no es transversal: cada medio requiere de un lenguaje y una forma particular.

–¿El stand up es un género en el que el actor se expone más?

N. C.: –El que hace stand up no tiene ningún tipo de protección, es el género artístico en el que uno más se expone. Es uno, solito, frente al público, con la historia escrita por uno y con las formas y herramientas de uno. Además, en el stand up uno requiere de la respuesta inmediata del público. No me sirve que después de la obra te digan: “Te re entendí, me movilizó mucho”. ¡No! Tenés que hacer reír.

M. G.: –Pero así como es mucha la exposición y si no hacés reír el fracaso es ciento por ciento de uno, cuando te va bien la satisfacción también es mucho más grande. En De a 1 hay colaboración en el armado, de todas formas: nos pasamos los textos y hacemos devoluciones que pueden ser tomadas o no. Pero el stand up es un arte individual.

–¿El stand up necesita de un ego infladísimo del actor?

N. C.: –Uno se la tiene que creer porque arriba del escenario es uno y nada más. Por lo general, la que hace humor es gente con una constante necesidad de aprobación. Tener un ego inflado te sirve para resolver la exposición que provoca el escenario. Igual, yo soy muy complicada, porque puedo estar haciendo un monólogo genial y sentir que la gente la está pasando bárbaro, pero si veo que hay una persona que no se ríe, me caga la vida. No voy a parar hasta hacerla reír. En ese sentido, en mi caso es más fácil herir mi ego que llenarlo. Eso sí: cuando todo funciona, la sensación es la de querer tirarte arriba de la gente y extender ese momento lo más posible.

M. G.: –Después de una función, no salgo creída sino feliz. Y quiero que eso me dure. Hay una realización personal que está buenísima. Y cuando no me va tan mal, salgo del teatro y me deprimo hasta tener la revancha la próxima semana. Paso de sentirme bien a sentirme una mierda en un bostezo. Y el stand up alimenta esa característica de mi personalidad.

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“Hombres y mujeres podemos hacer reír con los mismos temas”, dicen Guinzburg y Carulias, en la foto junto a sus compañeros de Canchero.
 
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