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Miércoles, 12 de diciembre de 2012

TEATRO › JORNADAS FINALES PARA EL FESTIVAL EXPERIMENTA, UN CLáSICO ROSARINO

“La estética debe sublimar la realidad”

Bajo esa consigna, El Rayo Misterioso culmina mañana la 13ª edición del encuentro internacional que es marca registrada del grupo y que esta vez recibió elencos de España, México y Ecuador. “Le hacemos agujeros al sistema”, dice Aldo El Jatib.

 Por María Daniela Yaccar

Desde Rosario

A Aldo El Jatib le gusta decir que la tarea que emprende el grupo que dirige consiste en “hacerle agujeros al sistema”. Entonces dispara algunos conceptos para explicarse, como revolución individual y energía. Por cierto, el caso de El Rayo Misterioso es por poco una rareza para quien llegue a Rosario con parámetros teatrales porteños. “Allá esto no existe”, recalca El Jatib, con cierto orgullo. “Para nosotros, ser actor es un modo de vida”, completa. En una sala ubicada a veinte cuadras del centro rosarino, la compañía se dedica full-time al teatro (el primer piso, enorme, es el de las oficinas administrativas). “Nos ocupamos de todo: desde la comida hasta las luces”, cuenta María de los Angeles Oliver, que ha atendido sin pausa a los invitados de la 13ª edición del Festival Experimenta, el encuentro internacional que es marca registrada del grupo y que esta vez recibió a elencos de España, México y Ecuador, además de grupos rosarinos y porteños. Mañana llega a su fin.

“Dicen que somos una secta, que hacemos orgías, que matamos bebés. Hay mucha envidia de parte de la comunidad teatral rosarina respecto de lo que hacemos. No entienden el concepto de grupo”, cuenta El Jatib en su “gerencia”, de cuyas paredes cuelgan fotos de sus ancestros árabes. En una repisa hay tarros de ungüento de la vieja farmacia que funcionaba en el edificio, desde 1896. El Teatro del Rayo está ubicado en Salta al 2900, en el barrio de Pichincha, que fue zona roja desde 1900 a 1930. En 2006, los integrantes de El Rayo consiguieron este espacio gracias a un subsidio del Instituto Nacional del Teatro (INT) y a créditos que sus allegados pedían por ellos, que en ese entonces no tenían trabajo. Terminaron de pagar todo el año pasado.

El espacio ya es suyo. También de Rosita, la encantadora perra callejera que se ha quedado a vivir en el teatro. Allí, los miembros de El Rayo dan clases, elaboran una revista mensual de investigación, montan sus espectáculos y ponen en marcha año tras año el Experimenta. La movida reúne a teatreros de diferentes partes del mundo. Los espectáculos son tan importantes como los momentos de análisis: este fin de semana hubo una mesa de debate para críticos, otra para hacedores de revistas especializadas y desmontajes que ahondaban en las obras vistas. Y tan importantes como los espectáculos y las charlas son los almuerzos y las cenas para los invitados, todos con sede en Salta al 2900 y servidos por las chicas del Teatro del Rayo.

Los extranjeros están anonadados con la Argentina, pero no todavía por sus bellezas. Les tocó volar entre el jueves y el viernes de la semana pasada. La tormenta, el 7D, la nube tóxica, los cortes de luz y las inundaciones les sugirieron un escenario apocalíptico. Los mexicanos, por ejemplo, tardaron 31 horas en llegar. “Vinimos el peor día en la peor hora. Fue una sensación un poco hostil. Arribar fue un respiro, nos hemos sintonizado un poco más”, desliza Damián Cordero, de Teatro de la Brevedad, que ya empieza a sacar otras conclusiones: “Se me cruzan un poco los cables. El hecho de que hablemos el mismo idioma nos hace sentir muy cercanos. Pero se me hace que culturalmente somos muy distintos. Todo esto se me hace curioso”, expresa. Su grupo es el más dicharachero. La noche anterior a esta charla con Página/12 había salido en busca de un poco de vino. A la española Cristina Lorenzo la tormenta también la había sorprendido, pero más el arbolito de Navidad recientemente inaugurado en la rotonda del bulevar Oroño y Pellegrini. “Ver esa imagen con manga corta es algo que el cerebro no soporta. No lo tenemos asociado así.” Esta es su primera vez en Latinoamérica.

Por el momento, lo que se ha visto en Experimenta es un lenguaje que no tiene nada que ver con el realismo. Ello se apoya seguramente en la máxima de El Jatib, intenso admirador de Grotowski y de Artaud: “La estética tiene que sublimar la realidad”. Muerte de un poeta, la obra que trajeron los asturianos de Teatro del Norte, fue de las que más gustó. El domingo, mientras los jóvenes andaban en rollers y en skates al costado del río Paraná –y los mosquitos se hacían un festín–, el público se acercaba al inmenso Centro Cultural Parque de España, con capacidad para más de 400 espectadores. La obra remite, claro, a Federico García Lorca y sus últimos días en la colonia de Viznar. El poeta, interpretado por Etelvino Vázquez –mucho mayor a Lorca cuando murió–, se encuentra tanto con personajes reales como con algunos de su obra. Sorprendía la versatilidad de los jóvenes Cristina Lorenzo y David González, que tuvieron que componer a múltiples personajes. La nota política del encuentro la dieron los ecuatorianos de Cactus Azul con 2+1=-1 o la historia de los desaparecidos, un trabajo oportuno para mostrar en este país, ya que versa sobre las dictaduras militares en América latina. En esta obra de teatro físico, las mujeres llevan pañuelo blanco en la cabeza y se oyen palabras textuales de Videla. Por su parte, los mexicanos del DF mostrarán lo suyo esta noche. Representarán muy bien a su país: aportarán romanticismo a Experimenta con una historia de amor llamada Taladro, que también pasará por Buenos Aires (16 y 19 a las 21 en el Teatro Machado, Antonio Machado 617). La dirige José Gallardo. “Es una obra machista. Refleja nuestra idiosincrasia”, describe Dionisia Fandiño, la actriz protagónica, ante la mirada reprobatoria de su director.

Durante el fin de semana, el de-sarmado de los montajes fue un momento interesante, porque permitió ver qué hay detrás de la escena. El menos técnico y más político fue el que se produjo en torno a la obra ecuatoriana. “En nuestro país está vigente el tema (de la desaparición de personas) porque vivimos al lado de uno en guerra hace sesenta años. Más cerca de Quito que de Bogotá se encuentran fosas comunes con gente muerta”, remarca Paloma Dávila, directora de la compañía. “Aquí, en el teatro, están trabajando sobre casos particulares y hay una cuestión fuerte sobre los nietos. Han logrado establecer que el problema existió. Allá todavía estamos en el proceso de decir ‘pasó esto’. Es un shock social”, añade Geovany Heredia, actor. En la charla los jóvenes aludieron al gobierno de León Febres Cordero (1984-1988), que aplicó la mano dura y diezmó al grupo guevarista Alfaro Vive Carajo.

Muerte de un poeta, de los asturianos de Teatro del Norte.

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Taladro, con dirección del mexicano José Gallardo.
 
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