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Viernes, 16 de agosto de 2013

TEATRO › COMPAÑIA DE TEATRO BARQUITOS DE PAPEL

El enfermo imaginario

Pacientes del área de Salud Mental del Hospital de Clínicas presentan en el IFT la obra Ciudad. “Un gran remedio para un gran mal”, definen el espíritu de la iniciativa.

 Por María Daniela Yaccar

¿Para qué sirve el teatro? No qué genera, sino, ¿para qué sirve? Quizá sea una pregunta muy pero muy engañosa, incómoda o molesta para el mundo de la teoría teatral, pero Laura tiene una historia que da una respuesta conmovedora, increíble. Blanca, rubia, cachetes rosados, amable y risa contagiosa, tiene treinta años y un diagnóstico: esquizofrenia. Vivía al sur del conurbano bonaerense, estudiaba Letras. Se cansaba mucho mentalmente. Diagnóstico: esquizofrenia. Medicamento: risperidona. Consecuencias: dificultades al hablar y un rotundo sobrepeso. “Antes tenía un peso normal, 58 kilos”, recuerda. Laura es actriz de una compañía de teatro que se llama Barquitos de Papel y está actuando en una obra que le exige mover el cuerpo, para la que quiso bailar. Y ésa fue una de las razones por las que empezó a hacer dieta. Una mujer empieza a hacer dieta porque está haciendo teatro. Una mujer expulsa una parte de su mal gracias al arte, o por y para. Sí, se puede preguntar si el teatro sirve o no. Y debe haber muchas respuestas válidas. Una es ésta.

Para Laura de Luca y sus compañeros, Alvaro Murias y Francisco Polycretis, coordinados y dirigidos por Valerio Cocco, el teatro vendría a ser algo así como un gran remedio para un gran mal. Pero Cocco recalca una y otra vez que lo que ellos hacen no es arte terapia ni nada por el estilo. Es teatro. Teatro en estado puro. ¿Por qué ponerle otro nombre? ¿Por qué el lenguaje siempre ahí, metiendo la cola? Los actores agradecen permanentemente a su docente, un tano de lindos modales con mucho carácter para enseñar y dirigir. Es clown, mimo, zanquista y actor y ya conoce las lógicas latinoamericanas a la perfección, entiende muy bien qué es aquí el teatro independiente y todavía más: entiende muy bien cómo funcionan aquí las instituciones que encierran a los seres, y qué puede hacer el arte allí. Cómo quebrar el poder que avasalla cuerpos y mentes con remedios peores que las mismas enfermedades. Primero en el Hospital de Clínicas y, desde 2008, con talleres en la calle –ahora en el IFT–, el italiano les mostró a estas personas un nuevo escenario. Uno opuesto a la realidad de la risperidona, a los trastornos de memoria y de atención. Uno de ficción. Uno que libera el cuerpo antes atado. Un escenario donde solamente ocurre lo que sus imaginaciones estén dispuestas que ocurra.

En conjunto, las imaginaciones de De Luca, Murias, Polycretis y Cocco dieron como resultado Ciudad, que se puede ver en el Teatro IFT, hoy, y los dos jueves que siguen, el 22 y 29 de este mes (a las 20, Boulogne Sur Mer 549). Lo que más descoloca de este espectáculo es el mensaje, y en relación con quien viene. Los actores de Ciudad construyen, a través de imágenes, con fragmentos de un teatro más antropológico, herramientas de la danza, el mimo y la comedia, y unos objetos de poco valor –como bolsas de residuos o cajas de pizza– un paisaje urbano que es una porquería. Una real, real porquería. La decadencia misma del ser humano en relación. Hay ruido, basura. Suena Pink Floyd y ellos bailan mientras los pibitos del coro gritan: “¡No necesitamos educación!”. En la ciudad de Ciudad, que podría ser cualquier urbe del mundo aunque hay una alusión a la que gobierna Mauricio Macri, hay gente durmiendo en la calle, entre la basura del otro. Pasa un barrendero y se confunde. ¡Quiere barrer a una persona! Y una mujer da a luz ahí, a la intemperie, en plena calle. ¿Freud había dicho que “todos somos neuróticos”? Eso mismo dice la obra de Barquitos de Papel. Eso mismo. ¿Quiénes son los locos? ¿Quiénes son los cuerdos? ¿No será que están todos locos, al mismo tiempo, y no son capaces de darse cuenta? ¿Para qué sirve vivir de esta manera? Preguntas que dispara la obra, aunque tiene un final más feliz que apabullante.

“El teatro no sana todo, no es la cura”, dice, como sincerándose, Cocco. Y claro. Más vale. El teatro no cura a nadie. Tampoco cura a los supuestamente sanos. Si todos los habitantes de Buenos Aires hicieran teatro, ¿la ciudad estaría curada? ¿Ciudad sería un espectáculo distinto? No se sabe. Pero el teatro sí que transforma. Sirve. A De Luca le pasó que quiso sacarse de encima ese envase que le era extraño, como si fuera una ropa que no había elegido. Un cuerpo que no era el de ella. Su compañero, Murias, pasó de no poder mirar a la gente a los ojos a bancarse perfectamente el hecho de ser observado. Llegó a estar internado, “hecho percha”, y el teatro hizo más rápida su recuperación. “Significa cada vez más en mi vida”, recalca el más joven, Polycretis, encantado con los tramos “oníricos” que le tocan en el espectáculo. “No sólo existen los fármacos. Hay otros caminos”, sentencia Cocco, que además de artista es psicólogo recibido en su país natal. Así que puede ver el tema desde ambos lados del mostrador.

Además de actuar en el escenario de IFT, han pasado por el Espacio Giesso, de San Telmo, por el Festival de Teatro y Salud Mental de la Red Argentina de Arte y Salud Mental y el Frente de Artistas del Borda (en octubre se realiza el próximo), fábricas recuperadas e incluso han hecho funciones en la cárcel. Usuarios del servicio público de Salud Mental, ahora actores, actuaron para detenidos, que ahora también son actores. Los Barquitos de Papel fueron a mostrar parte de Ciudad a la unidad 46 de José León Suárez, un penal bajo la órbita del Servicio Penitenciario bonaerense, en el que la actriz Carolina Iannuzzi coordina un taller que dio origen a la compañía Luces Libres. Barquitos ya tiene ganas de volver, y lo hará pronto, en dos semanas, con este espectáculo ya completo.

Ahora Barquitos de Papel está preparando una nueva obra, que versará sobre el abordaje de las instituciones a los padecimientos de salud mental. Cocco cree que es momento oportuno para plantear este tema en el escenario, a tres años de la sanción de la Ley de Salud Mental, para instalar el debate. El tiró el tema y a los actores les gustó. Antes de que termine la entrevista, Murias se acuerda de algo clave. Se le viene a la cabeza el apellido de un artista que cambió la historia del teatro, que es aún recordado hoy, y que le dio el nombre a un disco del músico más completo que nació en este país: Artaud. A Artaud le diagnosticaron esquizofrenia y padeció años de encierro en neuropsiquiátricos. Y cambió la historia del teatro. A lo mejor, no hay nada más loco que estar cuerdo, como se ve en Ciudad.

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La obra se puede ver hoy y los jueves 22 y 29 próximos.
Imagen: Jorge Larrosa
 
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