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Jueves, 6 de julio de 2006

TEATRO › UN PROYECTO SOLIDARIO ENCABEZADO POR ANA MARIA GIUNTA

La terapia sobre el escenario

Para la actriz, la labor junto a discapacitados o expulsados del sistema no es nueva. Desde hace once años conduce la escuela de arte Todos en Yunta, un espacio donde “no vienen a pedir piedad, sino justicia”.

Una pequeña puerta casi camuflada entre las luces de neón de la avenida Callao conduce a su lugar de trabajo. La puerta da a una empinada escalera, y la escalera, a su vez, a otra puerta que, abierta de par en par, invita a pasar. Adentro se esconde un “zoológico”, como ella llama a su bunker de trabajo. “Tenemos perros, gatos, chicos, grandes”, dice satisfecha, por haber sido quien cocinó a fuego lento esta ensalada, y día a día la condimenta. Ana María Giunta recibe a Página/12 en medio de ese campo de batalla, donde diariamente intenta hacer confluir lo que en apariencia es irreconciliable: el arte con la terapia, la expresión libre con la pedagogía, los unos con los otros, los que piensan así y asá, los marginados con los “convencionales”. Es esta dualidad, esta pasión de doble cara, la que caracteriza a esta mujer que trabaja por hacer que los extremos se junten, para formar “un centro de arte integral, y no un ghetto”. Giunta divide su tiempo y su carrera en dos ámbitos de trabajo. Por un lado, dirige Extraño juguete, de Susana Torres Molina (que se presenta los viernes a las 22.30 en el Actor’s Studio, Díaz Vélez 3842), con actores convencionales. Por el otro, es la columna vertebral de Todos en Yunta, escuela de arte a la que asisten “alumnos de meses a 80 años con discapacidad mental, psiquiátrica, motora, sensorial, gente de la calle, sin techo, jefes y jefas de familia, bulímicos, anoréxicos, tímidos, depresivos, personas con distintos síndromes”, enumera su directora. Una doble tarea que para ella es una sola, que no encara como un trabajo, sino que “es parte de su vida” y que es el producto de una larga trayectoria de trabajar junto a los que más lo necesitan.

Porque “ser actriz fue lo último que hice en mi vida”, cuenta Giunta. Comenzó a los 12 años, en Mendoza, haciendo un voluntariado social en un hogar de niñas, contando cuentos y asesorando a las huérfanas, a las que no superaba por mucho en edad. Una vez terminado el colegio normal, fue maestra, misionera católica, asistente en talleres de actividades diferenciales para discapacitados mentales y psiquiátricos y voluntaria en barrios marginales, villas, cárceles, asilos y correccionales. Mientras tanto, y desde niña, estudió música, pintura, danza, declamación y arte escénico, “todo lo que se acostumbraba que una chica debía estudiar”, dice. Quiso ser abogada, pero le advirtieron “que iba a tener que defender a cualquiera, aunque fuera culpable”, y desistió. En su lugar, se recibió de asistente social, cuando ésta era aún una carrera joven y no convencional. La actuación llegó a su vida “por casualidad –dice–, aunque no del todo, ya que mi abuela materna fue actriz de radioteatro en Rosario, al igual que mis padres, que trabajaron en LT11, en Concepción del Uruguay”.

El recuerdo de sus raíces genera en Giunta la necesidad de contar aquella anécdota de sus comienzos en teatro: “Un día fui a visitar a mi profesora de declamación y ella me invitó a presenciar un ensayo de La casa de Bernarda Alba. Justo había faltado la actriz que hacía de la criada. El director de la obra era un estudiante mío de declamación. Me pidió: ‘¿Profesora, no me leería usted?’. Yo dije que no, que no era actriz. Finalmente acepté para ayudarlo y como tengo una memoria prodigiosa, a la segunda leída ya me sabía la letra y estaba fregando el piso. Luego él me ofreció el papel. Le volví a contestar que no era actriz. Y me dijo pero usted lo hace maravillosamente bien. Finalmente estrené La Casa..., en el Teatro Independencia de Mendoza, y la crítica dijo: Es la única que demuestra profesionalismo”.

Años más tarde, convertida en una actriz famosa de teatro y televisión, a Giunta le volvió a picar el bichito solidario. Luego de realizar una nota para Tiempo de Integración, el director del mismo, “asombrado de que una actriz tuviera ese nivel de opinión con respecto a la discapacidad”, se contactó con ella, involucrándola en la creación del área de asesores en discapacidad, “que no existía entonces, lo que me horrorizó; como si los discapacitados no tuvieran derechos...”. “Eso hizo que me metiera de vuelta en el tema –sigue la actriz–, armando mesas, simposios, congresos, organizando bailes. Yo soy una apasionada; trabajé tanto que había abandonado prácticamente mi carrera. Cuando empiezo algo no paro, como cuando agarrás un amante y no ves más nada.”

A pedido de un grupo de padres de chicos con discapacidades, Giunta brindó un seminario que en principio iba a ser de tres meses, “y ya llevamos 11 años”, cuenta satisfecha. “La tarea es ardua y grande, empezamos con teatro, e incorporamos psicología, danza, música, plástica, malabares, clown, folklore, candombe, hip hop, supervivencia, apoyo escolar, inglés, fonoaudiología, boxeo marcial, educación física, expresión y terapia corporal.”

–¿Qué encontró en este tipo de trabajo quien ha hecho a un lado la fama para dedicarse a un mundo que la sociedad marginó?

–Me di cuenta de que hay muchos chicos o personas mal diagnosticadas. Yo no estoy diagnosticando, pero leo y tengo asesores. Yo les decía “doctores, este chico no es para mí lo que dicen”. A todos los ponen dentro de la bolsa de la discapacidad mental; gracias a Dios, eso ahora está cambiando. Uno tiene que estar muy alerta porque cada uno de ellos es un universo. Uno no puede decir tengo diez down, cinco esquizofrénicos... No, yo lo tengo a Juan, a Daniel, a Pedro, a Marisa, y cada uno de ellos es un universo que tenés que comprender. Tenés que ser una gran oreja para escucharlos, porque generalmente a ellos no los escuchan, porque la gente cree que no tienen nada interesante para decir. Y si supieran todo lo que tienen para decir y la manera en que manejan la cabeza, muchas veces mucho mejor que nosotros. Acá, ellos toman conciencia de que son personas, con deberes y derechos, y que tienen una discapacidad. Pero que hay un montón de cosas que pueden hacer, otras no. Que la discapacidad no es vergonzante. Que la sociedad reacciona como reacciona por miedo, porque lo desconocido produce miedo, y el miedo te paraliza y te hace huir o agredir. Y que deben entender a la sociedad que es ignorante, pero también hacer valer sus derechos. Que no vienen a pedir piedad, sino justicia.

Informe: Alina Mazzaferro.

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