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Miércoles, 1 de octubre de 2014

TEATRO › SILVIA AGUADO Y SU UNIPERSONAL DE CLOWN ROMPIENTE

Memoria ambulante a cuestas

Ruda, el personaje que encarna la actriz, docente y directora, la sigue acompañando en este nuevo espectáculo, donde arrastra una mochila grande cargada de objetos que fue juntando a lo largo de su vida. El unipersonal pone en cuestión la tríada pasado, presente y futuro.

 Por Paula Sabatés

Hace poco más de una década, a Silvia Aguado se le empezó a hinchar la nariz. Se le ponía colorada, se le brotaba la piel. Le ardía. Consultó con varios dermatólogos y ninguno sabía decirle qué le pasaba. Uno hasta le sacaba fotos, recuerda; estaba fascinado con ese fenómeno. Pero ella estaba desesperada. En aquel momento tenía que trabajar en un rodaje y no sabía cómo disimular la hinchazón. Al tiempo, cuando ya estaba algo resignada, el clown llegó a su vida “medio de casualidad”. Y cuando se puso una nariz de payasa, como por arte de magia, la suya real sanó. Entonces nació Ruda, su payasa, que hoy la sigue acompañando y que por estos días protagoniza Rompiente, espectáculo unipersonal de clown que la actriz, docente y directora presenta los domingos, a las 19, en NoAvestruz (Humboldt 1857).

En la obra –creación conjunta de Aguado, Lila Monti y Agustín Flores Muñoz, quien además la dirige–, Ruda lleva consigo una mochila grande cargada de objetos que fue juntando a lo largo de su vida a modo de “memoria ambulante”. Luego de un tiempo de andar llega a una playa, pero el peso excesivo que carga la obliga a detenerse: algo tiene que dejar, el problema es decidir qué abandonar y qué conservar. En esa tarea descubrirá que algo importante le falta entre sus cosas: un objeto que resulta parte fundamental de un juego y que es, a su vez, una fuente inagotable de registros de viejos recuerdos. Así, durante la búsqueda desesperada por encontrarlo, el azar y el destino la pondrán en jaque. Y le harán entender que el pasado, el presente y el futuro están relacionados y que son sólo distintas caras de una misma situación: el encuentro con uno mismo.

“De chica era muy desordenada. Tenía mis juguetes, ropas, libros y papeles todo en el piso. Y aunque en mi caos yo encontraba cierto orden, hubo dos o tres momentos de cambios radicales en los cuales necesité hacer espacios. En general, esos momentos coincidieron con el paso a mi preadolescencia, adolescencia y juventud, lo que me hizo dar cuenta de que después de tanto caos y luego de tanto orden llegaba algo nuevo. Un nuevo yo”, dice Aguado, que cuenta a Páginal12 que cuando arrancó con los ensayos de esta obra optó por empezar de la nada. “El vacío es siempre un espacio creativo, un punto de partida y de llegada. Cuando empezamos con la obra decidimos dejar que ella nos encuentre a nosotros. Así iniciamos el viaje y así empezó a brotar una historia. De a poco llegamos a la orilla.”

–Los objetos tienen mucha importancia en esta obra. ¿Por qué eligió los que utiliza en escena y no otros?

–Algunos son parte de la instancia primera de búsqueda del proceso creativo, pero que devinieron en otras cosas. La linterna que llevo en la mochila y el faro que hay en escena, por ejemplo, son hoy lo que antes eran unas lucecitas que había en las paredes de la primera sala en la que ensayábamos. Por otro lado, hay otros objetos que están a partir de una situación familiar cotidiana. En ese momento mi hijo estaba empezando a hablar y nos preguntaba por nuestros juguetes de la infancia. Inicié entonces una búsqueda de objetos antiguos míos en la casa de mi mamá y encontré algunas cosas que luego llevé a los ensayos. Todo encontraba su lugar en la historia. Como los cassettes que habían grabado mis padres, desde que yo estaba en la panza, hasta mis 3 o 4 años. Mi voz de ese momento y mi manera de hablar eran iguales a la de mi hijo. Fue muy emocionante reconocerme en él. Así que de alguna manera, la infancia de mi hijo me llevó a reencontrarme con la mía, una vez más. Y eso fue parte del espectáculo.

–¿Cuál es la relación que hace la obra entre el pasado, el presente y el futuro?

–La mochila que llevo en Rompiente funciona un poco de diferentes maneras respecto de esto de la tríada pasado, presente, futuro. Por un lado, está esto de tener que elegir qué conservar y de qué desprenderse, para poder seguir andando más liviana. Por otro lado, lo de poder dejar lo viejo para poder recibir lo nuevo, lo de hacer espacios para llenarse de porvenir. Mientras trabajábamos en los ensayos nos dimos cuenta de que estábamos hablando del pasado y los recuerdos, del futuro y los deseos y del presente como puente entre lo que fue y será. El clown es todo eso, es su hábitat natural, es donde sucede todo, donde se produce el encuentro con uno mismo y con los otros. De modo que uno es un poco aquello que fue y aquello que queda atrás es experiencia para poder elegir el camino que hay por delante.

–¿Por eso eligió contar esta historia desde el clown?

–Sí. Porque el clown es para mí la disciplina del presente. Trabaja todo el tiempo en el aquí y ahora ante los ojos del otro. El payaso te exige estar con vos, para estar con los demás. Si te vas de vos, no hay vínculo posible con el otro. Si te vas del presente, del instante, el payaso se evapora, desaparece, no funciona. Tenés que estar en presente continuo. El público respira con el payaso, comparte su pulso. Y considero que si bien el clown está íntimamente ligado al humor, también bordea otros lugares como la poesía, la tragedia, la denuncia, y tantas otras cosas más. Genera una confianza donde la identificación se vuelve posible a pesar de las diferencias. Nos asemeja la humanidad. Y justamente creo que hablar de soltar algunas cosas para poder recibir otras es algo intrínseco al crecimiento de las personas. Por eso, el clown facilita que esta historia particular de mi payasa pueda ser también la historia del que viene a ver la obra.

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La obra protagonizada por Aguado se presenta los domingos, a las 19, en NoAvestruz.
Imagen: Rafael Yohai
 
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