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Viernes, 17 de octubre de 2014

TEATRO › PABLO ALARCON PROTAGONIZA Y DIRIGE SU OBRA DISCURSO DE LA SERVIDUMBRE VOLUNTARIA

“Los líderes debieran conocer sus límites”

Desde que descubrió el libro del francés Etienne de La Boétie, el actor se planteó trasladar a las tablas ese cuestionamiento a la idea de acomodarse a las circunstancias, y finalmente ideó un debate entre un personaje pro dictadura y otro en contra de cualquier despotismo.

 Por Hilda Cabrera

¿Qué sucedería si uno tragara veneno a cuentagotas para soportar con mejor ánimo la amargura de la servidumbre? ¿Es tan fácil ser sobornado con pan y circo? Estas y otras preguntas surgen de Discurso de la servidumbre voluntaria, ensayo político que el actor Pablo Alarcón descubrió tiempo atrás en una librería céntrica y al que le otorgó formato teatral luego de un minucioso trabajo de dramaturgia. La obra de igual título proviene de un manuscrito de 1548 del escritor francés Etienne de La Boétie (1530-1563), destinado a señalar los efectos de la sumisión complaciente. Un texto que devino en alerta para gobernados y pensadores y fue valorado por el filósofo, humanista y político francés Michel de Montaigne (1533-1592), a quien La Boétie legó su manuscrito antes de morir. Publicado en 1576, Discurso... atravesó históricas censuras antes de adquirir status de clásico del siglo XVI. En esta entrevista, Alarcón cuenta que después de leer el ensayo supo que no lo abandonaría. “Discurso... es uno de esos libros con patitas, que van y vienen y pasan de la biblioteca a la cocina y a la mesa de luz”, apunta. No le “encontraba la vuelta” hasta el día que ideó un debate entre un personaje pro dictadura y otro en contra de cualquier despotismo. Entonces eligió a Montaigne como el personaje que dialoga con un Pregonero que apoya al rey de turno y “se acomoda a las circunstancias”.

Actor de teatro, cine y TV, Alarcón es además de protagonista y creador de la dramaturgia, director de Discurso..., espectáculo que estrenó en 2013 en el Teatro La Mueca y viene ofreciendo en gira por distintos centros culturales de la ciudad (ver aparte). Distinguido por este trabajo con el Premio Especial Florencio Sánchez y acompañado en escena por Alvaro Ruiz y Luciana Toffanin, confiesa haber experimentado una primera inquietud respecto de la obra: “Temía que me trataran de oportunista, porque muchas de las situaciones que se plantean son parecidas a las vividas por nosotros”. Temor que desechó al comprobar que el contundente escrito de La Boétie traspasa fronteras al revelar “vicios de los poderosos de ayer, hoy y mañana”.

–¿Su dramaturgia se basa sólo en el texto de La Boétie?

–No, tomé datos de Suetonio, el historiador y biógrafo romano autor de Vida de los doce Césares. De estas lecturas se desprende que el poder es una droga fuerte, y hay que ser sabio para abstraerse de querer mandar y someter. Repaso nuestra historia y veo que también nosotros optamos por la sumisión. Recuerdo el discurso de Leopoldo Galtieri, declarando la guerra a Gran Bretaña. Una multitud lo vitoreaba. Lo recuerdo y me vienen imágenes de Benito Mussolini aclamado por los italianos, y los documentales sobre Adolf Hitler. Estuve en Plaza de Mayo cuando regresó Perón, hasta que nos echaron. Después no fui más. Los líderes debieran conocer sus límites y nosotros, impedir que nos manejen, porque, como escribió La Boétie, el pueblo sometido pierde su voluntad y gana su servidumbre.

–¿Quiénes ganan, entonces?

–Los mejor armados, los que sirven a una autoridad nefasta, los cómplices de los poderosos. Es una conclusión triste, pero real. Mi ambición es tener un espacio entre la gente libre, porque, finalmente, buscamos ser felices, y no se puede ser feliz empobreciendo a los otros. Esto no lo inventé. Lo escribió La Boétie.

–En cambio, debe ser suya la mención a la fábula del león y el zorro...

–Las fábulas enseñan, y eran historias atractivas en mi niñez. Nací en un pueblo chico, Pellegrini, en la provincia de Buenos Aires. Mi padre era italiano, un hombre humilde, pero con ganas de leer y aprender. En mi casa se leían esos cuentos que todavía hoy me sirven.

–¿La alusión a conceptos de los clásicos griegos y romanos es resultado de su investigación?

–Algunos los tomé directamente de Suetonio y otros del libro de La Boétie. Séneca, Burrus y Trazeas eran “hombres de bien”, y el griego Mitrídates escribió sobre el “acostumbramiento” de la servidumbre. Ciro, rey de Persia, dominó a los sardos poniendo casas de prostitución, tabernas y casas de juego por dinero. Hubiera querido seguir la narración hasta llegar a nuestros días, porque los ejemplos abundan, pero, como dije antes, temía ser tildado de oportunista y me detuve en la guerra de Malvinas.

–¿Es posible acabar con la servidumbre voluntaria?

–No, mientras los pueblos “construyan” mentiras para luego poder creer en ellas. La Boétie dice que el pueblo debiera tener más grandes los ojos y más pequeño el estómago.

–Si fuera así, no tendría sentido entonces afirmar que el pueblo no se equivoca.

–Claro, es la idea de que la mayoría tiene razón, pero, ¿qué nos muestra la historia? Por eso incorporo en el espectáculo imágenes de la película El gran dictador, de Charles Chaplin, y otras de las multitudes siguiendo a Hitler. Es un ejemplo extremo, pero válido.

–¿Cómo reaccionan los espectadores ante los diferentes tonos que adquiere el discurso?

–Algunos se expresan a favor. Ellos son los que me esperan a la salida para dialogar con lo que se dice en la obra acerca de la necesidad de no vivir desprevenidos y aprender de lo que nos enseña la historia. Otros, en cambio, me miran y se van. El espectáculo va directo al espectador. En escena no me dirijo al otro actor, al personaje del Pregonero, sino al público, que sin duda se siente interpelado, aunque yo no esté buscando que me responda. Otros se muestran ofendidos, en desacuerdo con el texto, y se alejan convencidos de que estoy hablando sobre nuestro presente.

–¿Prepara otra dramaturgia?

–Tengo casi armada una historia sobre la Sonata a Kreutzer, de Beethoven, para presentarla junto a una pianista, que aún no encontré, porque debe ser actriz y poder interpretar la sonata, que es bellísima. Leí también un ensayo de Anatole France. Estuve trabajando en cine, en la filmación de Justo en lo mejor de mi vida, sobre la obra de teatro de Alicia Muñoz, junto a Claudio Ricci, Ingrid Pelicori, Lucía Stella y Fabián Arenillas. Es una película de Leonardo Fabio Calderón, que fue asistente de Leonardo Favio y de Nicolás Sarquís. En teatro la protagonizaron Luis Brandoni, Alejandro Awada y María Fiorentino. Ricci hizo después un reemplazo. Tenemos apoyo del Incaa. En TV estuve en Somos familia, y seguiré con Discurso... En noviembre haremos presentaciones en el interior, y en enero, nuevamente en Buenos Aires. No es una frase hecha decir que siento apego por el teatro. Para los actores, el teatro es un espacio sano, porque nos da la oportunidad de una revancha: si una función sale mal, en la siguiente la defendemos. En el teatro se aprende día a día. Como en Discurso..., existe la esperanza de lograr un cambio. Mi esperanza es vivir en una sociedad con gente lúcida y mirada clara, que no sonría a los que nos perjudican.

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“Para los actores, el teatro es un espacio sano, porque nos da revancha”, afirma Pablo Alarcón.
Imagen: Pablo Piovano
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