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Sábado, 3 de octubre de 2015

TEATRO › RODRIGO GARCIA PRESENTA GOLGOTA PICNIC EN EL FIBA

Una obra contra el consumismo

El director argentino reside en Francia, donde desarrolló junto al grupo Humain Trop Humain esta puesta de carácter performático en la que un Jesucristo, interpretado por una mujer, reflexiona y acciona violentamente contra el mercantilismo.

 Por Cecilia Hopkins

Hoy director del Centro Dramático Nacional de Montpellier, Francia, el argentino Rodrigo García abandonó las salas alternativas de Madrid, ciudad donde residía desde 1989 al frente de su grupo La Carnicería, “para apoyar a los artistas que considero valiosos por frágiles, por erráticos, por tozudos, por idealistas”, según afirmó hace dos años, tras ser designado en el cargo. En 2001, García y su grupo participaron de la tercera edición del FIBA con un espectáculo polémico, Conocer gente, comer mierda. Hoy a las 19 y mañana a las 18, en el Teatro San Martín (Corrientes 1530), el director y el grupo Humain Trop Humain presentarán Gólgota Picnic, un montaje que tuvo una recepción controvertida en todas las ciudades donde fue programado. O donde finalmente no se permitió mostrarlo, como en el festival de Poznan, Polonia. De carácter performático, Gólgota... pone a Jesucristo –interpretado por una mujer– en el centro de una serie de reflexiones y de violentas acciones orientadas en contra de la fiebre del consumo y el mercantilismo, tras lo cual el pianista italiano Marino Formenti interpreta, desnudo, “Las siete últimas palabras de Cristo en la cruz”, de Joseph Haydn.

–¿La figura de Jesucristo en la obra tiene que ver con la desnaturalización de su prédica en el mundo de hoy?

–No pensé en eso. Significaría que me interesa la religión y no es el caso. Me interesa por un lado la ficción bíblica, tan delirante, perversa, contra natura, y a su vez lo que significó para mí recibir una educación católica. Me refiero a los traumas, el miedo, la preparación para ser débil en la vida terrenal y los intentos de castración sexual.

–¿Por qué el “amaos los unos a los otros” es reemplazado por “huid los unos de los otros”?

–Porque estamos solos, ya que morimos solos. Nacer es en esencia un abandono camuflado en alegrías familiares. Pero es un abandono. La vida social es coleccionar sombras. Es humo, distrae. Familia, amistades... son humo. El texto dice también “la soledad es lo único que tenéis como cierto”. Una vez que reconocemos eso, ya estamos preparados para la vida en sociedad, podemos incluso disfrutar de ciertos momentos en compañía humana, sabiendo que no es el meollo del asunto. Si no confías en el ser humano, no te llevas decepciones y vives mejor.

–¿Por qué hay tantas alusiones al descenso de la cruz?

–Por la iconografía renacentista y primitiva. Por Giotto, Memling, Van der Weyden, Mantegna, Antonello de Mesina, Il Sasseta, Piero di Cosimo, Rubens, Zurbarán... No es algo simbólico, es simplemente el resultado de mi pasión por la pintura. Hice un camino a la inversa, comencé interesándome por Bruce Nauman y acabé en Fra Angélico. Dos veces al año agarro el coche y me largo a Italia a ver los frescos, las pinturas. Y a las pinacotecas de Munich, de Viena y Madrid. Es un pretexto para hacer kilómetros y comer bien.

–¿Qué función cumple la música ejecutada en vivo?

–Fue lo primero que pensé. Antes de escribir el texto estaba en mi mente esa pieza de Joseph Haydn, tan bella y moderna... Intenté intercalar los movimientos y las escenas, y lo único que hacía era desvirtuar la pieza teatral y destrozar a Haydn. Por eso decidimos que Marino Formenti tocase la pieza entera al final. A mi me sirve como un momento de recogimiento y como una zona para la memoria, para recordar imágenes o palabras que se dijeron antes... y también para olvidarme de todo: de la sala, del teatro entero, de la ciudad, del país, del planeta. Escuchar a Marino interpretar Haydn es un viaje alucinante para quien tenga la predisposición y el ánimo. No es fácil en la época del videoclip y el videojuego.

–Aquí, como en otras obras suyas, hay una crítica a la sociedad de consumo. ¿Cambió esa crítica ahora que los tiempos de la opulencia quedaron atrás?

–Sí. Mis piezas posteriores a Gólgota picnic son más fantasiosas y menos sociales. No quiero repetir lo que la gente ya sabe por los noticieros o la prensa, prefiero darles zonas oscuras, porque faltan dudas en esta sociedad llena de certezas banales. Todo es posible y, siendo todo posible, nos conformamos con una vida pautada en exceso.

–Esta obra ha generado grandes escándalos. ¿Cuál es opinión al respecto?

–Me alegra que me pregunte esto al final, a veces sólo me hacen hablar del escándalo. Borges decía que la gente prefiere lo particular a lo general; lo fácil es contar anécdotas y no indagar en la esencia de las cosas. Podría decirle que en París tuvimos más policía rodeando el teatro que en un River-Boca. O que en Polonia temimos por nuestras vidas y que la obra, que fue prohibida, la leyeron los ciudadanos en las plazas, en la calle, en muchas ciudades polacas y que el diario de mayor tirada la publicó íntegra el domingo. Son anécdotas. Lo esencial es preguntarnos por esta manía de censurar, por este deseo perverso de hacer del pensamiento una cosa uniforme, consensuada. El consenso es la exclusión de tantas cosas... El consenso es el aerosol contra la pluralidad, como el Raid.

–¿Qué debería tener en cuenta el espectador antes de ver Gólgota Picnic?

–Que es una obra de teatro, inofensiva como toda obra de teatro. Me conformo con que encuentren unos pocos momentos literarios logrados y que tengan la disposición de ánimo para escuchar a Haydn.

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“El consenso es el aerosol contra la pluralidad”, afirma García.
 
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