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Miércoles, 15 de agosto de 2007

TEATRO › ENRIQUE DACAL Y SU PUESTA DE “CARTAS DE AMOR A STALIN” EN EL C. C. DE LA COOPERACION

“El teatro vuelve a la palabra”

La obra que dirige, sobre un texto de Juan Mayorga, le sirve para una reflexión sobre la relación entre los artistas y el poder: “El pensamiento siempre le jode al poder. A los efectos de la conducción de los Estados, el pensamiento puede convertirse en traición”.

 Por Cecilia Hopkins

Nacido en Ucrania, Mijail Bulgakov se inició en las letras como periodista, para luego dedicarse de lleno a la narrativa y el teatro. Durante el régimen stalinista no le fue permitido salir del país ni para ver a algunos familiares suyos que residían en Francia. Sobre el particular, en sus diarios personales, el escritor dejó constancia de una curiosa situación vivida en 1938: tras haberle enviado una carta al propio Stalin solicitándole permiso para trasponer las fronteras, recibió un llamado telefónico del propio dictador solicitándole algunas aclaraciones acerca de su pedido. Pero al no atreverse a repetirle su deseo, Bulgakov sintió haber perdido la oportunidad de su vida. El dramaturgo español Juan Mayorga ubica ese suceso en el centro de su pieza de 1998 Cartas de amor a Stalin, con el objeto de referirse a la inmovilización sufrida por muchos artistas e intelectuales soviéticos de la época. Esta obra, que poco antes de fallecer planeaba montar Roberto Villanueva, se está ofreciendo en el Centro Cultural de la Cooperación (Corrientes 1543) bajo la dirección de Enrique Dacal e interpretación de Julio Ordano (Stalin), Enrique Papatino (Bulgakov) y Jessica Schultz (Bulgakova).

Casualmente, la obra se estrenó una vez que bajó de cartel, en la misma sala, la obra de Eduardo Pa-vlovsky Variaciones Meyerhold, acerca de los últimos días del director soviético bajo el stalinismo. A pesar de las coincidencias, cabe destacar que, aunque Meyerhold adhería al ideario de la Revolución de Octubre, no era simpatizante de Stalin. En cambio, Bulgakov fue radiado de la actividad teatral, aun cuando profesaba admiración por el sucesor de Lenin, lo que comprobaría que, llegado el caso, un régimen dictatorial termina fagocitando hasta a sus adeptos. “Leí la obra por Internet y me conecté con su autor porque me pareció un texto muy bien escrito, casi shakespeareano”, detalla Dacal en la entrevista con Página/12. “En esta puesta, como en las estrenadas en este último tiempo, quise volver a subrayar los recursos teatrales: por eso hay música (compuesta por su hijo, Pablo Dacal) y hasta canciones en escena. Y también aparece el personaje de Stalin desde el comienzo, no como lo había previsto Mayorga, claro que también como una sombra o fantasma que observa permanentemente al personaje de Bulgakov.”

–¿De la obra le interesaron los costados políticos que ofrece?

–En sus escritos, Mayorga habla de la necesidad de hacer un teatro político en esta época. Y creo que hay una militancia en esto de buscar un teatro que refleje un mensaje político no partidario en estos momentos que corren. Yo coincido con esta voluntad... tal vez sea un rasgo de romanticismo fuera de lugar, pero a mí me sigue seduciendo que sea así. El teatro de los últimos años demostró su necesidad de volver a la palabra, y creo que hay que volver a la palabra con sentido. Para mí la obra elabora un discurso crítico a un mecanismo que tiene la izquierda, y lo más interesante es que esto se hace desde un pensamiento no reaccionario. Este hecho universaliza la obra, la convierte en un mensaje político dirigido al resto del mundo.

–¿Lo dice porque en este tema no se puede hacer diferencia entre regímenes de derecha o izquierda?

–Sí, porque el pensamiento siempre le jode al poder. A los efectos de la conducción de los Estados, el pensamiento puede convertirse en traición. Más tarde o más temprano –y esto pasa en los procesos más admirados por mí, por considerarlos ineludibles en el contexto de la lucha por las libertades–, aun en estos casos, llega un punto en el cual el disidente es coartado en su libertad de expresión. Los mecanismos del Estado operan para restringir su libertad, y esto parece no tener solución.

–Mayorga escribe a propósito de su obra: “El artista tiene necesidad de ser amado por el poder y el poder, por el artista”.

–Yo creo que el poder, en nombre de ese requerimiento de amor dirigido hacia el artista, comete asesinatos metafóricos o reales. En el caso de los artistas soviéticos, tanto Bulgakov como Maiakovski tuvieron la necesidad de ser amados por el poder. Pero la obra de Mayorga no lo presenta como un héroe, porque tampoco todo disidente lo es. Bulgakov aparece como un hombre lleno de carencias, que se queda la vida esperando.

–¿Qué pasa en nuestro medio en relación con el tema del amor que se establece o no entre los artistas y el poder?

–Estamos viviendo el momento más democrático que podemos recordar. Pero, aun así, existen la censura encubierta y las adulaciones extremas. Si uno observa el derrotero del teatro independiente y el oficial, si uno analiza las producciones que han salido de uno y otro lado, se ve que existe un teatro que busca una mayor complacencia con el poder, porque agradando es posible conseguir alguna ventaja. Hay elementos que se tienen en cuenta a la hora de la producción que están más allá de las necesidades del artista, incluso de las del público. La posibilidad de agradar a los programadores oficiales, de entrar en las corrientes de moda para hacer giras por el mundo, es algo que seduce a muchos. Muchos de nosotros jugamos a que nos amen, a que nos palmeen, a resultar agradables. Pero sabemos que, en verdad, nos gustaría abrir la boca para pronunciar otro discurso artístico. Y nos reprimimos. Se puede vivir así toda la vida, pero eso no deja de ser un cercenamiento a la propia libertad.

–¿Qué busca en un texto, además de ese costado político que encontró en Mayorga?

–A mí me interesa un teatro necesario e importante, bien escrito. Si la obra está bien escrita es una provocación para hacer una buena puesta.

–¿Y no tiene miedo a hacer un teatro para convencidos?

–Un convencido, para mí, es alguien que, al tiempo que reconoce lo que está mal, sabe qué es lo que está bien. Y yo no estoy convencido de nada: ni de un gobierno de supuesto signo comunista como el stalinismo, ni de las supuestas bondades de la socialdemocracia, ni del peronismo. Sí estoy convencido de que no tendría que haber animales en el poder, que se deberían conservar las libertades individuales. Por eso me interesa trabajar artísticamente sobre aquellas imperfecciones de la sociedad, aun sabiendo que la sociedad siempre será imperfecta. Si el público que viene a ver Cartas... es un convencido de esto, bienvenido. Que no venga un espectador que adhiera a la posmodernidad, eso sí, porque no tendrá nada que ver con lo que hago.

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“Me interesa trabajar sobre las imperfecciones de la sociedad, aunque siempre será imperfecta.”
 
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