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Sábado, 16 de febrero de 2008

TEATRO › HERNAN BUSTOS Y “ESE FULGOR, ESA TRISTEZA”

“La literatura de Onetti no va bien con épocas exitistas”

El actor, director y dramaturgista estrena hoy en el IFT una pieza que apela a textos del escritor uruguayo y de Liliana Díaz Mindurry. “Onetti no es masivo, pero se lo valora”, dice.

 Por Hilda Cabrera

“Me sonaba pretencioso hacer una obra sobre la literatura de Juan Carlos Onetti, pero fui inconsciente y me decidí.” Ese rapto del actor, director y dramaturgista Hernán Bustos era consecuencia de un deseo muy anterior y del encuentro con un texto de la premiada Liliana Díaz Mindurry. De esas fascinaciones y descubrimientos surgió Ese fulgor, esa tristeza, que el director estrena hoy en el Teatro IFT, basada en escritos de ambos autores. Formado inicialmente como realizador cinematográfico y actor, Bustos descubrió imágenes de impacto en el relato Onetti a las seis, de la autora de Retratos de infelices, Pequeña música nocturna (Premio Planeta de Novela 1998) y Summertime, entre otros libros, y las introdujo en el universo de mezclas que finalmente volcó a la escena, “donde –opina– hay mucho para aprender y desarrollar”. Y tanto, que optó por “colgar la cámara”. La principal conexión entre los autores elegidos radica –a su entender– en la escritura “ácida y nada complaciente con el lector”. Uno de los escritos más inspiradores ha sido –apunta– Un sueño realizado.

Obtenidos los derechos para el montaje, Bustos presentó dos secretas funciones para especialistas y amigos. A una de éstas asistió la viuda de Onetti. Ella es la argentina Dorotea Muhr, violinista, quien continúa viviendo en España, país de exilio del autor que fue encarcelado en 1974 por la dictadura uruguaya y liberado por presión internacional. Establecido en Madrid en 1975, Onetti supo de la experiencia de ver su casa convertida en lugar de peregrinaje hasta su muerte, en mayo de 1994, a los 84 años. En cuanto a Bustos, premiado en varios encuentros teatrales, integró elencos diversos como actor: el grupo La Mandrágora (Siempre nada, Residuos) y, entre otros, los del taller-teatro El Cuervo, de Pompeyo Audivert. Actuó y colaboró en la dramaturgia de Armando lo Discépolo (creación colectiva sobre idea de Audivert), y en obras dirigidas por los también docentes Jorge López, Miguel Forza De Paul y Marcela Rodríguez Blanco.

–¿Cuánto influyó en su montaje la decisión de Onetti de no abandonar la cama en sus últimos diez años?

–No fue el único escritor o artista que en una etapa de la vida prefirió algún tipo de aislamiento (aun siendo visitado) o asilo. Sobre esa postura trabajamos en un taller de Pompeyo. Habíamos tomado como punto de partida la novela El astillero. El propósito en Ese fulgor, esa tristeza no es hacer una referencia directa a ese hecho. La presentamos de manera velada y como elemento simbólico que permite un interesante desplazamiento temporal. La esencia, creo, está en que un escritor debe asumir su profesión del mismo modo que asume el destino, como lo hizo Onetti. Y sin esperar laureles, porque en él era un acto de abnegación, de “hacer lo que debe”. Esto es lo que va mostrando en la obra Julio Langman, el personaje escritor y autor de teatro que vive su tragedia, se asila y se entrega a lo que cree que debe, aunque vaya perdiendo la cordura.

–¿Ese tipo de abnegación respecto del oficio acaba necesariamente en delirio?

–Afirmarlo puede parecer un error, pero a nosotros nos beneficia teatralmente al internarnos en los temas del amor, de su historia con las mujeres y el encuentro con gente que lo marcó. En la ficción, una guía fue el personaje de María Calviño (de Onetti a las seis), quien se obsesiona con la literatura de Onetti, no la comprende pero intenta hacerla suya.

–¿Cómo es su relación con la literatura?

–Lo mío no es más que el hobby de un lector y un actor que juega con la literatura en el teatro. El escritor “tiene que escribir” y yo lo hago solamente cuando se me ocurre algo. No lo asumo como profesión.

–¿Por razones parecidas dejó el cine?

–En el último año de la carrera observé que tenía problemas con la dirección de actores. Mi maestro de entonces me sugirió hacer un taller para entender qué pasaba del otro lado de la dirección: conocer los resortes con los que se identifica un actor y saber qué cuerdas tocar para obtener lo que se desea.

–¿Y qué descubrió?

–Que, en general, porque hay excepciones, existe un gran déficit en la dirección de actores; que se enseña muchísimo a manejar la cámara y la luz, pero en materia de actuación se hace agua. De todas formas, cuando me pasé al otro lado de la lente, me dediqué totalmente al teatro.

–¿Por qué?

–Por el deseo de contar. Había escrito un par de obras primerizas y totalmente olvidables, pero ahí vacié mi necesidad de expresar “la enorme verdad”. Verdad que, por supuesto, los demás conocían de sobra. Después, con el tiempo, uno encuentra otras verdades, más pequeñas y genuinas. Sin embargo, no reniego de aquellas primeras e ingenuas aspiraciones.

–¿Onetti es un autor olvidado?

–Admitamos que no es un autor de divulgación masiva, pero se lo valora, y creo que en los últimos tiempos ha habido un resurgimiento. Leí que se hará una película a partir de una novela (probablemente de Para esta noche, de 1943). Puede que sean intentos aislados, pero está presente. La literatura de Onetti, corrosiva, de tonos grises y humor sarcástico, no va bien con épocas en las que domina el exitismo. De todas formas me sorprendió que, mientras buscábamos sala para estrenar, algunos mostraran entusiasmo por nuestra iniciativa. Mi impresión es que Onetti ha vivido a la sombra de otros autores muy mentados por las editoriales y la crítica literaria. Lo que sí circulan son anécdotas sobre su persona, comentarios que no sabemos si responden a la verdad o la mentira, como ése de que se escondía en un placard para escuchar conversaciones. Estas mitologías terminan redondeando un personaje en el que uno quiere creer y al que parece que le cuadran situaciones como ésa.

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“Lo mío no es más que el hobby de un lector y un actor que juega con la literatura en el teatro.”
Imagen: Pablo Piovano
 
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