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Viernes, 4 de mayo de 2012

DANZA › ANA FRENKEL, EL GRUPO PURA CEPA Y SU ESPECTACULO HACIA EL FIN

“Esta obra deja preguntas, intrigas”

Para la bailarina y coreógrafa, el largo trayecto del grupo es uno de los componentes esenciales para lograr la cohesión que se observa sobre el escenario: “Entendemos el código del lenguaje, desarrollamos un trabajo muy artesanal”, señala.

 Por María Daniela Yaccar

Ana Frenkel es una mujer intensa. Esa cualidad se multiplica por trece en Hacia el fin: ése es el número de intérpretes del nuevo espectáculo del grupo Pura Cepa, que se presenta los viernes y sábados a las 21 en Ciudad Cultural Konex (Sarmiento 3131). Frenkel, bailarina y coreógrafa de larga trayectoria –es una de las fundadoras de El Descueve–, dirige esta creación “colectiva y artesanal” que combina danza contemporánea, teatro y música. Más allá de ser fundamental a la hora de la producción, lo grupal es la gracia de Hacia el fin: impacta la convivencia de tantos actores arriba del escenario.

Esta compañía la integran viejos alumnos de Frenkel a los que, en un momento, las muestras comenzaron a quedarles chicas. Nació bajo el nombre de Grupo Compo en 2005 y lo cambió a Pura Cepa a causa de la buena recepción que tuvo su primer espectáculo, así llamado. Pura Cepa permaneció en cartel durante tres años –en el Espacio Callejón, El Cubo y finalmente en Konex–, algo no muy común dentro del ámbito independiente. En Hacia el fin, el grupo repite la indagación en los bordes de cada disciplina y a partir de allí construye su lenguaje. Así lo explica Frenkel a Página/12: “La danza y el teatro son un poco lo mismo: transitar a través de un estado. Me apasiona el vivo. Trabajamos mucho en cómo llegar a lo sensorial del espectador”.

La directora reconoce que “es muy difícil contar de qué se trata esta obra”. Sucede que ella elabora “un guión anímico”. “No necesito del sostén de un argumento o de una historia porque narramos un cuento interno. Podemos saltar de una escena a la otra, pero el espectador está llevado por un camino sensorial”, define. Así y todo, se puede decir que Hacia el fin se pregunta por la naturaleza de las emociones, por el ser, los deseos y las relaciones humanas. Por el amor, los encuentros y los desencuentros. Por la vida y por la muerte. Y tiene un lugar y un acontecimiento concretos como punto de partida: un barco donde se festeja una boda. El navío naufraga y la novia queda sola consigo misma. O no. “La obra deja preguntas, intrigas, sensaciones sueltas”, remarca Frenkel. Contenta con la música electrónica compuesta por Jaky de Coghlan, adelanta que habrá un disco de la obra, que también incluirá una versión de “Cúrame”, de Juana Molina.

–Es curioso ver cómo un grupo tan numeroso se entiende tan bien.

–Sí, totalmente. Lo nuestro es muy particular. Es maravilloso, porque está hecho desde la artística de trece personas juntas. Trabajamos juntos hace seis años, lo cual es muy beneficioso porque entendemos mucho del código del lenguaje. Desarrollamos un trabajo muy artesanal. Y el grupo tiene una energía muy potente. Somos como un circo, tenemos mucha vida juntos.

–Lo colectivo se mantiene en el escenario. ¿Implica abandonar por completo el narcisismo del artista?

–El narcisismo, el ego. Y trabajar mucho a favor de la obra, creyendo que es lo único que importa. Por suerte tenemos muchos apoyos de la cultura, pero aun así somos un grupo independiente, y de esa energía también está hecha la creación. Tenemos muchas ganas de contar: transmitirnos es vital. No sólo nos apasiona actuar, sino también transmitir algo. Somos un grupo bastante especial. Es emocionante como hecho artístico.

–¿Dirige diferente cuando no lo hace para Pura Cepa?

–Sí, porque el lenguaje de este grupo es muy mío, no como cuando me combino con otros directores o escritores. Acá mi lenguaje es muy claro, el que trabajo desde que tengo 19 años: el sensorial a través del cuerpo, las imágenes, las emociones, la música. Es cierto que todo buen actor trabaja desde lo sensorial. En mi caso, junto en el vivo la imagen, el sonido y el estado.

–Como en el primer espectáculo, vuelven a meterse con el amor. ¿Qué diferencias sintieron?

–El primero hablaba del amor, pero jugaba más con el encuentro y el desencuentro de una pareja. Si bien acá también hay una, la novia se pregunta más sobre la existencia. El primero parecía una novela de Almodóvar, ésta es un poco más Lynch. La ubicamos en un barco porque sentía que teníamos que hablar de un viaje al interior de la protagonista. Además, quería hablar de la muerte como tema. Cuando ella se mete en su interior toma conciencia de que la vida es finita. Entonces empieza a mirar su existencia, cada cosa que elige, lo que le pasa. Se mira a través de un naufragio interior. Tiene una gran crisis, que en definitiva es una posibilidad de tomar conciencia y de volver a elegir. No sé si esto se ve en la obra, es lo que hablamos en las mesas de guión: cómo estos momentos de crisis y de toma de conciencia de la muerte te hacen volver a elegir la vida.

–La novia es la única que queda con vida tras el naufragio. ¿Los demás intérpretes materializan lo que ella siente?

–Todos esos personajes son parte de su cabeza. Materializan su historia anímica. Ella se quiere encontrar todo el tiempo con su amor. Después se da cuenta de que no sabe ni adónde va, desde un punto de vista existencial. Aparece bastante el humor, que es una manera que nos damos para tratar las cosas con menos dramatismo, así como también para abrir más sentidos.

–Para hacer humor con el cuerpo hay que dominarlo mucho.

–Los chicos tienen muy desa-rrollada la herramienta del cuerpo. No son bailarines, sino actores con mucho entrenamiento corporal. Todos estudiaron conmigo durante muchos años y varios lo siguen haciendo. No sólo les sirve para contar a nivel coreográfico, sino también para entrar a un estado a partir del movimiento. Es interesante que la herramienta del cuerpo esté muy desa-rrollada para experimentar más caminos de expresión.

–En muchas escenas un personaje domina a otro. ¿Fueron conscientes de eso?

–La idea es que ella tiene a esos personajes dentro de ella, entonces eso tiene que ver con cómo las emociones te dominan. Tus estados y los del otro te dominan. En un momento, la obra cuenta cierta liberación dolorosa: basta, nadie me va a rescatar ni a dominar.

–Entonces se plantea una visión nada uniforme del ser, porque lo que nos domina puede ser muy violento o muy amoroso.

–Exacto. Sos la totalidad. El ser está conformado por todos esos estados que por momentos te dominan. Trabajamos sobre la potencia, aun con la de lo blando y lo sensible. Estamos atravesados por el espectáculo y buscamos que el espectador se sienta atravesado. La vida es potencia.

–¿Eso es lo que el grupo tiene para transmitir?

–Sí, y una visión positiva acerca de la vida, de aceptación. Aprendimos a trabajar con una energía muy buena y con la mejor parte de cada uno. Hemos aprendido a convivir sin anular al otro, a llevarnos bien y a crear. Nunca tuvimos ninguna crisis. Nos hemos apoyado en situaciones difíciles. Todo esto en la obra trasciende: hay algo amoroso que une al grupo.

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El grupo nació como Compo en 2005 y cambió a Pura Cepa por la buena recepción de su primer espectáculo.
Imagen: Sandra Cartasso
 
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