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Lunes, 15 de noviembre de 2010

CULTURA › LA NOCHE DE LOS MUSEOS, UNA INICIATIVA QUE CRECE AñO A AñO

Una ciudad que se multiplica

El recorrido “oficial” que arrancaba en el Planetario ofreció una posible vertiente. Pero las 540 mil personas que participaron de esta edición pudieron zambullirse en itinerarios de múltiples características, tan diferentes como los barrios de la ciudad.

 Por Facundo García

En el Planetario se proyectaba el logo de una marca de autos y cerca de la puerta había promotoras vestidas de blanco y con sombrerito de paja. Dos o tres coches último modelo completaban el cuadro que eligió Mauricio Macri para iniciar la recorrida oficial de la Noche de los Museos en el año del Bicentenario. Afortunadamente, hay eventos que van más allá del esnobismo que puedan tener los dirigentes; y así es que el sábado se movilizaron, entre las 20 y las 3 de la mañana, más de 540.000 personas con ansias de recorrer la ciudad como quien se pierde por un laberinto.

“Aviso para personas impresionables: se informa que parte del material expuesto corresponde a piezas anatómicas humanas”, avisaba un cartel en el ascensor de la Facultad de Medicina. ¿A qué tipo de visitantes se le ocurriría meterse en el Museo de Patología, entre deformidades anatómicas y órganos flotando en formol? A cientos. Adentro flotaba un hedor ocre. Los frascos recordaban las góndolas de un mercado de especias. Y dejando de lado el previsible merodeo de los estudiantes de Medicina, podía comprobarse la presencia de solitarios con pinta de curtir extrañas perversiones, que se hipnotizaban frente a preparados con cabezas de leprosos, fetos cíclopes y cadáveres de ovejas nacidas con ocho patas. Estáticos en un rincón, cual gárgolas con acné, algunos adolescentes góticos intercambiaban opiniones sobre las fotos que sacaban con sus cámaras digitales. Eran las 22: sobre una mesa de disección, una familia de Locos Addams en versión rioplatense extendía su mapa para decidir dónde continuaría el itinerario.

Así, un poco a la manera de los personajes de Julio Cortázar en el cuento “La escuela de noche” –que sienten que tienen que “arreglar cuentas” con el secreto que guardan los escenarios cotidianos–, los vecinos salieron a recorrer el mapa porteño guiados por curiosidades explícitas y morbos ocultos. Tenían bastante para elegir, ya que este año se sumaron 39 instituciones, lo que llevó al total de espacios abiertos a 160. En San Telmo el Museo del Traje y el de los Títeres eran un horno. En Palermo, la casa dedicada a Borges –que en 2009 había abierto a modo de adelanto– y la galería dedicada a Xul Solar coincidían en el arreo de pitucos marca Zona Norte, jóvenes arties y familias de clase media. Y es evidente que alguien ya detectó el atractivo comercial de ese público, puesto que la venta de souvenirs fue una constante en buena parte de las salas que participaron. La Noche de los Museos fue, en determinados polos, la Noche del Merchandising.

Mientras tanto, alrededor del Planetario desfilaban decenas de Citröen nuevos y antiguos. Desde un colectivo de dos pisos y sin techo –de los que se usan para los turistas–, las autoridades locales y la prensa se deleitaban bebiendo champagne y comiendo un copetín a lo largo de la llamada Milla de los Museos, circuito que se estrenó en esta edición y que incluyó 15 puntos de interés entre Retiro y Palermo. Tras ingerir unos cien canapés, la comitiva recaló en la Dirección General de Museos: a las 21.30 se inició allí el acto central, un espectáculo de tango aéreo a cargo de la Compañía de Danza de Brenda Angiel. Como ya es costumbre, la sede ubicada en Puerto Madero terminó convirtiéndose en una discoteca al aire libre, donde los cuerpos se insinuaban entre el humo con olor a bondiola que tiraban los carritos que están frente a la Reserva Ecológica.

La Noche de los Museos arrancó en Alemania en 1977 y la capital argentina fue la primera de Latinoamérica en sumarse, hace siete años. Desde entonces, la propuesta no ha parado de crecer. Esta vez las actividades se desarrollaron en diecinueve barrios, con setenta y ocho líneas de colectivos que llevaban gratis a la gente. Lo cierto, no obstante, es que más allá de los transportes la velada se vive de modo distinto en el norte y en el sur; y ámbitos como el Museo de los Túneles, de Constitución, dejan explorar la metrópolis oculta, subterránea y obrera. Por esas esquinas, donde se rumorea que aparece el espectro de la dama patricia Felicitas Guerrero –aunque hay quien asegura que se trata simplemente de los travestis que pululan por la zona–, unos pibes tomaban cerveza en el cordón y dudaban si ingresar o no al museo. “Délen, es gratis”, informó uno, y convenció al resto. A poco de bajar las escaleras que conducen a los túneles, el grupo se topó con un letrero con la siguiente leyenda: “Dicen que si se ata un pañuelo blanco en las rejas de la Iglesia Santa Felicitas se recuperan los amores perdidos (...) Dicen que todos los 30 de enero se ve un fantasma”. “Pero esto es puro ‘dicen que...’ ¡Parece una tapa de Clarín!”, se burló uno de los pibes. Y la banda se fue metiendo, birras en mano, entre la multitud que caminaba en la penumbra.

Más allá –donde empiezan las casas de chapa– había zaguanes esperando, a veces en vano. “Te recomiendo que no te metas en esa zona”, advirtió uno de los policías apostados en Caminito cuando se le preguntó sobre el Museo La Canaleta, de la Mutual de Desalojados de La Boca. A las dos y media de la madrugada, la calle Aráoz de Lamadrid temblaba de cumbias. En los balcones, escotadas morochas boquenses se asombraban de ver pasar desconocidos a esa hora. Al fondo, la sede de la mutual –que funciona en un caserón de 1897– echaba por la ventana unos tangos de Julio Sosa. “Nosotros decidimos construir este museo para montar muestras de arte pero también para difundir lo que hacemos socialmente. Para contar, por ejemplo, que acá abajo funciona un jardín maternal que se llama Amor y Lucha, que aloja a treinta y cinco niños todos los días entre las ocho y las diecisiete y que tiene dificultades porque las autoridades municipales le han retirado el apoyo”, contó Andrés Borsetti, uno de los que se acercaron a tomar algo. En lugar de tantos cuadros y stands, aquel retazo surero tenía señoras que presentaban con orgullo el repulgue de sus empanadas caseras. Tampoco había luces ni sponsors. Sí, en cambio, círculos de amigos que multiplicaban anécdotas alimentando ese abanico de mitos que constituye, en definitiva, el regalo más fascinante que puede ofrecer un paseo nocturno por Buenos Aires.

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En San Telmo, el Museo del Traje y el de los Títeres fueron un horno.
Imagen: Bernardino Avila
 
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