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Domingo, 8 de enero de 2012

CULTURA › LA ALEMANA DORIS DÖRRIE, ENTRE EL CINE Y LA LITERATURA

“Ojalá la crisis nos abra la mente y nos haga más curiosos”

La directora de ¿Soy linda? y Las flores del cerezo, entre otros films, también tiene una sólida carrera como escritora, mucho menos conocida en la Argentina. “Mis películas derivan de mis cuentos”, dice Dörrie, quien se queja del eurocentrismo de sus compatriotas.

 Por Silvina Friera

Desde Guadalajara

A veces la suerte –que en alemán se dice glück– cambia en un abrir y cerrar de ojos un sábado durante el de- sayuno, en un hotel de Guadalajara. La Feria del libro (FIL) entraba en la cuenta regresiva, las últimas 48 horas antes del cierre de la 25ª edición, con Alemania como país invitado de honor, cuando de repente un dedo golpeó con insistencia el hombro de esta cronista, preocupada por atrapar las últimas tostadas. “¿Usted es la periodista argentina que quiere entrevistar a Doris Dörrie?”, pregunta Jurgen Moritz, delegado de la comitiva alemana, pronunciando el nombre de la cineasta y escritora como un maestro de ceremonia que está por anunciar, en un esforzado pero correcto español, una buena noticia. La mano mágica de Moritz señala una de las mesas donde la realizadora de Nadie me quiere, ¿Soy linda? y Las flores del cerezo, entre otros films, también desayuna junto a una amiga mexicana y su pequeño bebé, Aurelio. Los ojazos de Dörrie, dos trozos de un cielo tan intenso como nítido, fulguran en la temporalidad del instante. La mayoría de los huéspedes de este hotel son escritoras, editoras y periodistas que podrían confundirse con esos personajes fatigados por la constante exigencia de disfrutar de la vida que habitan en el imaginario fílmico y literario de Dörrie, que estrenará el próximo 23 de febrero su última película, Glück, basada en un relato de Crímenes (Salamandra), del abogado penalista Ferdinand von Schirach (ver aparte), y protagonizada por Alba Rohrwacher y Vinzenz Kiefer.

“Mi español es como una niña tonta de tres años”, se excusa Dörrie ya liberada del trajín de charlas, presentaciones y retrospectiva fílmica, que postergaron el encuentro con Página/12. Sin afeites ni estridencias, cuenta cómo a los 20 años esa joven inquieta que fue rumbeó hacia España con un amigo para estudiar la lengua del Quijote, mucho antes de que estuviera en sus planes filmar ¿Soy linda? en Sevilla. “Aprendí a hablar español más acá (México) que en España”, aclara la autora de la novela El vestido azul (Galaxia Gutenberg), el único libro que se conseguía en Guadalajara, pero que se agotó no bien arrancó la FIL. El hilo de sus pensamientos se remonta a los orígenes. Esta mujer que nació en Hannover, en 1955, tenía 18 años cuando sin saber cuál sería su destino viajó a Estados Unidos para estudiar teatro y cine. “Pronto me di cuenta de que no sería actriz y que lo único que quería era contar historias”, recuerda con una sonrisa que irradia la satisfacción de una elección atinada. “Empecé a escribir y a leer muchísimo en Estados Unidos; leía cuentos cortos americanos y me fascinaban los relatos de Raymond Carver y de Richard Fox, toda esa época del minimalismo americano.” Cuando regresó a Alemania, ingresó a la Escuela Superior de Cinematografía y Televisión de Munich, que entonces no tenía departamento de guión. “Mis películas derivan de mis cuentos –subraya–. Yo escribía cuentos para adaptarlos después a guiones; ese fue mi camino para reconocer a mis personajes y para encontrar mi propia voz.”

–Lo fundante en su vida es la literatura; mucho antes de filmar estuvo como principio la escritura.

–Sí, y aprendí ruso en la escuela, algo muy raro. En Alemania Occidental no se enseñaba ruso porque era la “lengua del Este”. Lo aprendí porque quería leer a Chéjov y Dostoievski, aunque nunca lo logré (risas). Escribí los guiones para mis primeras tres películas y a partir del éxito mundial de Hombres, una editorial de Suiza me contactó y publicaron esos cuentos como mi primer libro, El amor, el dolor y todas esas malditas cosas. Eso me dio coraje para escribir literatura de una manera distinta, aunque la división entre la literatura y el guión cinematográfico no es tan grande para mí. Me interesa una escritura que sea muy visual; por eso escribo con tantas imágenes.

–Pero en la ficción, a diferencia del cine, ¿tiene más libertad de acción?

–Sí, eso es cierto. Lo difícil de escribir guiones, a diferencia de un cuento o de una novela, tiene que ver con el formato, las condiciones financieras de cada proyecto y el tiempo disponible. Cada frase, en un guión, cuesta mucho dinero. En algún sentido se produce una especie de “censura mental” porque cuando escribo un guión tengo una conciencia diferente del dinero. Suelo hacer películas que no cuestan más de tres millones de euros. Si cuestan más, pierdo libertad y control.

–¿La directora de cine eclipsa en cierto modo a la escritora?

–No para mí, pero supongo que para los demás sí... El mundo del cine y el de la literatura suelen estar separados. Mucha gente que lee no va al cine y mucha gente que mira películas nunca lee un libro. El mundo comercial del cine, claro, es más grande. Si con todas mis películas tengo un público aproximado de 20 millones de espectadores, con los libros, que se vendieron muy bien, supongo que tendré entre 2 y 3 millones de lectores. No tengo números exactos, pero el impacto del cine es mucho más grande.

–En Argentina, por ejemplo, pocos saben que usted también es escritora, simplemente porque sus libros no han llegado al país.

–¡Eso es muy difícil de entender para mí! Tengo siete libros traducidos al español y publicados en España (ver la ficha); es la misma lengua, ¿no? Pero el mercado de lengua hispana parece que no está conectado entre sí; espero que con Internet sea más fácil conseguir mis libros. Quizá pasa algo parecido entre Inglaterra y Estados Unidos: los libros que consigues en Inglaterra no se venden en Estados Unidos o hay traducciones diferentes. Me parece muy triste que aquí, en la FIL, las editoriales alemanas no tengan mucho interés en estar presentes; para ellas este mercado no les resulta interesante. No sé por qué... Quizá los europeos mostramos cada vez más nuestro egoísmo: no nos preocupamos por nadie, perdimos el interés por los otros. En Alemania cada vez hay menos traducciones. Ya no leemos novelas en francés, italiano o español; es como la otra cara de la globalización, un fenómeno que yo llamo tribalismo y que hace que uno se reduzca cada vez más a lo que conoce. ¡En Europa no queremos saber ni de no-sotros mismos! Ojalá que la crisis nos abra la mente y nos haga más curiosos.

Dörrie se incluye en una primera persona del plural que podría prestarse a una gran confusión. Su ego domesticado rechaza ostentar el hecho de que ella hace rato que se interesa por otras culturas, como la japonesa –además de haber rodado tres películas en Japón, hace años que practica el budismo zen–, la española y la mexicana. Ya perdió la cuenta de las veces que estuvo en México, país que suele visitar con frecuencia, donde transcurre una parte de El vestido azul. Babette Schröder, una de las protagonistas, ha perdido a su marido en un inesperado accidente durante un viaje a Bali. Como Dörrie, quien vio cómo su marido, el director de fotografía Helge Weindler, cayó fulminado en el segundo día de rodaje de ¿Soy linda?, en Almería, allá por marzo de 1996. Durante mucho tiempo, mientras digería como podía el duelo, no quiso terminar la película. Pensó que jamás volvería a filmar. Pero no tuvo elección: la compañía de seguros la obligó a concluir el rodaje suspendido.

“Aunque sólo tiene treinta y seis años se siente vieja. Viuda. La palabra suena tenebrosa y anticuada –piensa Babette en las primeras páginas de la novela–. No logra hacerse a la idea de lo que es. Viuda. Ahora, en los formularios debería trazar una cruz en la casilla correspondiente, viuda, pero no lo hace. Prefiere presentarse como soltera. En caso contrario, acabaría echándose a llorar.” Florian, un modisto homosexual, también acaba de sufrir la muerte de su pareja por un cáncer. “No te atrevas a ponerme colorete en las mejillas cuando esté muerto. No quiero que gastes ningún céntimo más de lo necesario. A pesar de la incineración intentarán endosarte un

ataúd caro. ¡Cuidadito con sacar tu lado burgués”, le advierte Alfred a Florian. Unidos por el vestido azul que da título a la novela, pero especialmente por la devastación de las pérdidas, Babette y Florian intentarán reconstruir sus vidas durante un viaje a Oaxaca, donde se festeja a los muertos el Día de Todos los Santos. El prójimo, los seres desvalidos, aguijoneados por la soledad, la muerte, el dolor, esos hombres y mujeres que amagan con consumirse en las brasas de sus derroteros íntimos, son los personajes que despiertan la pulsión narrativa de la escritora y cineasta.

–En una de las charlas que dio en la FIL dijo que los hijos de la generación hippie han sido más conservadores que sus padres. ¿Por qué cree que se produce este contraste?

–En la historia de la humanidad siempre ha habido épocas en las que los hijos han sido más conservadores que sus padres, como reacción a los valores y al mundo de esos padres. Ahora es muy fácil juzgar a la generación hippie y decir que había mucha libertad; pero no estoy segura de que exista eso que se llama “demasiada libertad”. Yo capitalicé esas luchas por la libertad de la generación hippie. Y fue para mí muy importante porque no tuve que pelear por muchas cosas que esa generación consiguió, como la posibilidad de vivir en pareja y la emancipación de las mujeres. Yo tenía más conflictos con mis profesores y maestros; pero con mis padres, no. Mis padres no tuvieron miedo a los movimientos estudiantiles; los admiro por muchas cuestiones, especialmente por la generosidad de no haber influido en las decisiones que tomamos sus hijas. Tengo tres hermanas y todas pudimos elegir qué hacer; nunca nos enfrentamos a la desazón que generan frases del tipo: “¿por qué estás haciendo eso?”, “nunca vas a ganar dinero”, “vas a fracasar en la vida” (risas).

–Terminó de filmar hace poco una nueva película, Glück. ¿Por dónde transita la historia?

–El título en español sería Suerte o Felicidad, porque en alemán es la misma palabra, glück; está basada en un relato de Crímenes, de Ferdinand von Schirach, un abogado penalista de Berlín. Es una historia muy fuerte y violenta también. Se trata de una joven refugiada en Berlín que se llama Irina. Aunque no digo exactamente de qué país es, nació en Bosnia y fue una víctima más de la guerra civil; sus padres murieron y ella fue violada por los soldados serbios. Como muchas mujeres jóvenes, no tiene papeles y trabaja como prostituta. Irina se encuentra con un chico alemán punk, Kalle, que vive en la calle. El también está traumatizado como ella; son dos jóvenes que se enamoran y la película muestra los intentos de la pareja por construir una vida más o menos burguesa, un sueño chiquitito, chiquitito, de tener un departamento, buenas cenas, una mesa verdadera con un mantel, con platos. Logran ese sueño, aunque ella sigue trabajando como prostituta, pero en su departamento. Un día un cliente de Irina, un político muy gordo, se muere de un infarto. Irina se asusta y se va, increíblemente, por miedo a caer presa y que la expulsen de Alemania.

–¿Termina presa, aunque no lo mató?

–Sí, todo se complica más. Cuando Kalle regresa y encuentra al muerto, piensa que lo mató Irina porque ella siempre le dijo que odiaba a sus clientes, que quería cambiar de vida pero que no sabía cómo. El está convencido de que la que lo mató fue Irina. Entonces descuartiza el cuerpo y en un parque en la ciudad de Berlín entierra los pedazos. Después, muy rápidamente, la policía los encuentra y los dos terminan en la cárcel. Pero tienen suerte porque encuentran a un abogado (Von Schirach) que, con mucho trabajo, logra demostrar que no fue un crimen y los saca de la cárcel. Es una película con happy end.

La coreografía de las manos de Dörrie concilia con precisión geométrica el final. “No chequeo mi nombre en Google ni me interesa. Ni sé cuántas películas llevo filmadas”, dice. Y sonríe.

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