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Martes, 5 de abril de 2016

CULTURA › BELéN TORRAS HABLA DE SU ESPECTáCULO LOS HILOS DE LA MEMORIA

“El relato oral es invitación al texto”

La narradora y actriz cuenta cómo fue tomando forma la puesta, que excede el formato de narración oral pero se alimenta de ella: con textos de diferentes autores y autoras, fue encadenando historias relacionadas con la última dictadura en formato para chicos.

 Por Karina Micheletto

“A veces tiro del hilo de la memoria y aparecen cosas que no me acordaba que sabía”, dice Belén Torras en los tramos iniciales de su espectáculo. Desde esta idea, la narradora y actriz va tirando de un hilo hecho de historias, de voces y de cuentos, para ir tejiendo un espectáculo de narración oral que implica también un desarrollo teatral, con un montaje escénico. Su voz y su relato van tirando y tejiendo Los hilos de la memoria. Cuentos y novelas escritas “para chicos” –de María Teresa Andruetto, Paula Bombara, Mercedes Pérez Sabbi, Iris Rivera, entre otros– van armando la trama, centrada en historias relacionadas con la última dictadura militar y, en particular, con el tema de la restitución de identidades. Este viernes, Los hilos de la memoria se presenta en el Centro Cultural Santos Discépolo de González Catán (Llorentes 6633).

Basándose en textos literarios editados en el país que abordan esta temática, Torras eligió contarlos, en su adaptación, desde la mirada de una niña (o de varios niños y niñas). Además, dentro del mismo espectáculo está narrada también parte del “detrás de la historia” de cada uno de esos cuentos, en el caso de los cuentos basados en historias de nietos restituidos, el modo en que los escritores se encontraron con los protagonistas, por ejemplo. Esos cuentos, reunidos en el excepcional Quien soy, de editorial Calibroscopio, son algunos de los que funcionaron como puntos de partida para este espectáculo: “Manuel no es Superman”, de Paula Bombara, “¿Sabés, Athos?”, de Iris Rivera, “Los hermanos”, de María Teresa Andruetto. También novelas como Manuela en el umbral, de Mercedes Pérez Sabbi, o La memoria de todos, de Verónica Sukaczer. Y hasta el clásico La línea, de Beatriz Doumerc y Ayax Barnes –ahora reeditado por Del Eclipse–, tan difícil de narrar a priori, tratándose de un libro-álbum, que sin embargo, dice Torras, encajó perfecto en esta idea del hilo que iba trazando la trama.

El primer texto que desencadenó toda la obra, sin embargo, no tenía una trama relacionada con el tema. Sí la tenía la historia que había detrás de ese cuento: Bicho Patudo, que Nora Hilb ilustró recuperando un poema de Norberto Rey, y que aparece contada en el libro: “Entre 1976 y 1980 Norberto ‘Nono’ Rey –detenido por la dictadura– le envía a Blanca Becher un poema de regalo para sus tres hijas y dedicado también a las hijas de las compañeras detenidas con ella. En 1983, la ilustradora Nora Hilb compartió el pabellón con Blanca y en una hoja copió el poema y los dibujos que había hecho Norberto con el sueño de que algún día se convirtieran en libro. Pasaron muchos años y un día su sueño se hizo realidad. “Me convocaron para narrarlo en la Feria del Libro. Y le dije a la gente de La Brujita de Papel, que lo editó: esto lo tengo que contar”, recuerda Torras. “Como era para nenes muy chiquitos, lo conté como un cuento. Conté que en este país hubo un tiempo en que a la gente se la encerraba por pensar distinto. Cuando terminé, vino un nene, muy enojado, y me dijo: “¡Pero mirá que yo pienso lo que quiero!”. Me pareció genial. Sentí que ahí había algo para trabajar, desde lo emocional. Como dice Ana María Bovo: uno a veces tiene un diamante y el trabajo es pulirlo; otras veces va hilvanando perlitas y cuando se da cuenta, tiene un collar. Así fui armando este espectáculo”, define.

En ese tiempo de hilvanar, se sumó la dirección y puesta en escena de Claudia Clo Quiroga; luego encontraron la música justa, de Soema Montenegro. Se fue delineando un público de adolescentes y adultos. Aparecieron las funciones en los colegios secundarios y en diferentes escenarios. Y el espacio indispensable del “después”, sobre todo para los jóvenes espectadores: “Cuando termina el espectáculo, hay un ida y vuelta porque los chicos lo piden, lo esperan. Se quedan y naturalmente surgen las preguntas y el intercambio. Así es la reconstrucción de la memoria colectiva. Es un pedacito de historia que falta, que ellos no vivieron y que les cuesta mucho dimensionar. Pero cuando escuchan que los protagonistas son chicos, y que estos chicos cuentan su historia, hay como una venda que cae. Y está muy bueno que suceda”.

–¿Por qué eligió textos literarios como punto de partida para abordar este tema?

–La palabra poética no paga peaje: entra. Desde allí uno puede contar todo, pasado por el tamiz de la poética. Por eso me gustó cuando en el trabajo con Claudia (Clo Quiroga, directora) apareció el ovillo: esa palabra se iba a ir desenredando. Pero oralmente. Porque es muy distinto cuando cuento, que cuando digo: miren, chicos, esto es para leer. En realidad, yo quiero que estén las dos cosas. Tengo un cuaderno que es una “hoja de vida” del espectáculo, ahí cuento todo lo que va pasando en las funciones, las devoluciones. Y es muy fuerte cuando los chicos no se van y empiezan a preguntarte. Una vez fui a un colegio y a un chico, muy “varoncito”, muy duro él, se le caían las lágrimas. Y me dijo: “¿sabés que ahora yo entendí la dictadura?”. Eso para mí fue revelador. Darme cuenta lo que emocionalmente significó para alguien que no lo había vivido. Cuando contás, cuando narrás, los chicos empiezan a entenderlo desde otro lugar. No intelectualmente: lo comprenden desde lo emocional.

–Dice que no es lo mismo un cuento contado que leído, pero que quiere que estén ambos. ¿Cómo sería?

–El relato oral es un convite, una invitación al texto. En ese convite yo me preocupé por incluir al narrador y también al escritor: en lo posible voy contando cómo cada autor llegó a ese texto. Cada una de las historias está contada con su protagonista real y su escritor real. Y yo cuento el encuentro entre el escritor y el protagonista. Ese “atrás de la historia” hace que los chicos quieran saber más, al tender ese puente les estás dando la posibilidad de tomar nota, y te preguntan, quieren saber. Y además después de contar, muestro los libros: es éste, de acá saqué la historia, si quieren pueden leerlo, ver las ilustraciones, comparar los textos con mi adaptación. Es una forma de dar a conocer y de convidar literatura. Porque creo que ese es el fin último de mi trabajo como mediadora de lectura. Mi trabajo no es sólo para recrear o para habilitar un momento social: mi trabajo como narradora es convidar lectura.

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“La palabra poética no paga peaje: entra. Desde allí uno puede contar todo”, dice Torrás.
 
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