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Lunes, 7 de diciembre de 2009

HISTORIETA  › LA MUESTRA BICENTENARIO: 200 AñOS DE HUMOR GRáFICO

Saga argentina en cuadritos

Hasta el 7 de febrero, el Museo Sívori ofrece una exhibición que aúna la revisión del arte del comic hecho en Argentina y su relación con el desarrollo político y social. Abundan los monstruos del género y hay más de una agradable sorpresa.

 Por Andrés Valenzuela

La muestra Bicentenario: 200 años de humor gráfico empieza con una excepción: dos grabados de un artista extranjero. Ambos originales de Gillray James son de 1798 y 1806. El dibujante británico ilustraba acontecimientos de la política inglesa y francesa. Entre sus trabajos se cuenta “Captura de Buenos Aires”, una gran viñeta de factura exquisita que presenta a Napoleón enfurecido porque le han contado que las tropas de Su Majestad tomaron la capital del Plata. Una excepción, sí, a la regla de la colección, que se expone hasta el 7 de febrero de 2010 en el Museo Sívori (Av. Infanta Isabel 555, Capital Federal), pero que demuestra cómo desde su fundación la vida política y social argentina fue acompañada por el humor gráfico.

Los orígenes del género en nuestro país son conocidos. Publicaciones pioneras como El Mosquito (también representada en la muestra) recurrían a los dibujantes para –a falta de fotografías– ilustrar las noticias de la época. En las paredes del Sívori se pueden encontrar caricaturas de San Martín, O’Higgins, Pueyrredón y varios de los primeros presidentes, como Sarmiento, Avellaneda o Carlos Pellegrini.

La muestra se organiza por etapas. La primera descansa en los orígenes del género y abarca todo el siglo XIX. La pared que le sigue se concentra en las tres primeras décadas del siglo XX, y luego la exposición mira hacia la “edad de Oro” del medio: 1930-1959. La sala que queda está dedicada a la edad moderna del humor gráfico argentino, de la década del ‘60 a la actualidad. Las obras en exposición son, en abrumadora y gozosa mayoría, originales con sus borrones, correcciones y trazos fuera del margen, parte importante del patrimonio del itinerante Museo del Dibujo y la Ilustración, al que el Sívori suele albergar.

Los primeros pasos por la exposición dejan claro que desde el comienzo los plumines no se cargaban con tinta, sino con ácido. Basta como ejemplo ese dibujo del presidente Avellaneda “montando” un caballo con el rostro de Sarmiento (publicado en el periódico La Presidencia) gracias al preciso trazo de Henri Stein, alter ego de Carlos Monet. Cada una de estas imágenes funciona como una postal que señala cómo ciertos próceres se construyeron con el mito y la leyenda, pero que su propia época se guardaba bien de reservarles el mármol.

En la pared de al lado, dedicada a la etapa 1900-1930 aguardan al visitante varias obras interesantes, entre las que se destacan muchas de los primeros años de Caras y Caretas, algún original de las primeras Billiken (por el 25 de mayo de 1921), la PBT o el diario La Razón. También aparecen varios nombres que luego serán claves para las décadas de esplendor del medio. Uno de ellos es Ramón Columba, que años más tarde fundaría la editorial homónima, dedicada a la historieta con publicaciones como El Tony, D’Artagnan, Intervalo o Nippur. A las postrimerías del período (1928) corresponde el famoso afiche de Geniol que dibujó el francés Mauzán Achille durante su estancia en Argentina.

Luego, en lo que resta de la sala se concentra el período más fructífero para el humor gráfico y la ilustración nacional. Entre 1930 y 1959 fue la llamada “edad de Oro” del medio que incluye nombres bien reconocidos, como Florencio Molina Campos, Dante Quinterno, Ernesto Scotti, Oscar Blotta, Eduardo Ferro, Guillermo Divito, Raúl Roux y su hijo Guillermo, Lino Palacio, Oski o Abel Ianiro. Todos ellos aparecen representados (algunos, como Divito o Quinterno, con varias obras). Por supuesto, las publicaciones más referidas del período eran también las más populares, como Patoruzú o Rico Tipo. De esta última destaca una pared dedicada a las chicas de Divito, que escandalizaron el ambiente gráfico de la época y, sin embargo, representaban los cambios sociales que atravesaba la sociedad metropolitana a mediados de la década del ’50.

Finalmente, la última sala está dedicada a los exponentes más modernos del humor gráfico nacional. Ciertamente, también podría ser la más discutida y cada quien podría echar en falta a uno u otro autor. Sin embargo, el pasaje incluye a varios “indiscutibles”, como Calé, Landrú, Quino, Manuel García Ferré, Caloi, Crist, Andrés Cascioli, Sergio Izquierdo Brown, Guillermo Mordillo, Horacio Altuna, Carlos Nine, Hermenegildo Sabat, Rep o Roberto Fontanarrosa. Aquí hay que destacar el original de El Loco Chávez (Carlos Trillo y Altuna), uno de los pocos que aún existen, pues casi la totalidad de este trabajo se perdió en un incendio. La tapa (también original) del primer número de Humo(r), que presenta una mezcla de César Luis Menotti con José Alfredo Martínez de Hoz. También, del virtuoso lápiz de Andrés Cascioli es un documento soberbio de la época. Además hay rarezas, como el impresionante trabajo (sin título) en tinta china de Carlos Garaycochea, en el que compone un curioso caballero medieval “modernizado” a fuerza de líneas y tramas.

El recorrido por la exposición permite constatar, además, que muchos temas políticos y sociales atraviesan a toda la historia de la aún joven Argentina. El proyecto de país, el accionar de las figuras públicas, la oposición por la oposición misma, los baches porteños, el papel de las mujeres en la vida social son temas recurrentes y que fueron reflejados por los dibujantes que pusieron sus ojos atentos en sus contemporáneos, con el humilde objetivo de hacer reír.

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