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Domingo, 13 de octubre de 2013

HISTORIETA  › GUSTAVO SALA HABLA DE LO QUE NO IMPORTA ESTA ACA

“Me gusta una cuota de maldad si hay una idea atractiva”

El libro recopila las viñetas que el humorista gráfico, acostumbrado a la incorrección y el cuestionamiento, publicó en la revista Rolling Stone junto con abundante material inédito. Lo presentará mañana en la Galería Patio del Liceo.

 Por Andrés Valenzuela

Gustavo Sala es rock. No toca en una banda, aunque supo cantar en el dúo Los Dentistas Tristes. No es crítico de rock, pero no es raro que sus lectores le pidan recomendaciones sobre grupos nuevos. En un ambiente dominado por los festivales súper esponsoreados y un star system mediático, el espíritu más transgresor del rock parece conservarse en los lugares más inesperados: un programa de TV o un libro de historietas. Un libro como Lo que no importa está acá, que justamente mañana Sala presentará a las 19 en Moebius, de la Galería Patio del Liceo (Santa Fe 2729, local 13). Una mitad del libro recopila sus viñetas de la revista Rolling Stone. La otra parte es puro material inédito (ver recuadro). En ése, como en Bife angosto y todos sus demás trabajos, Sala ejerce la incorrección, el señalamiento incómodo, la animalada sin filtro para señalar ideas, posiciones y cuestionar el lugar de la guitarra eléctrica y los distorsionadores. Hoy, parece, no hay nada más rockero que reírse de ese género. Y contra lo que podría pensarse, Sala ama el rock.

–¿Qué pasa cuando un pibe le pide recomendaciones de bandas?

–En realidad, me gusta recomendar cualquier cosa, sea una banda, una historia o una película. Tengo un espíritu de querer que otro vea lo que me gusta o que se vuelva loco con lo mismo que me volvió loco a mí. Con la música me pasa que ni siquiera necesito que me lo pidan, soy un difusor involuntario de bandas como Manos De Topo, unos españoles pop de los que soy fan y por los que he jodido a un montón de amigos, que aún me odian por eso. Del mismo modo que jodí con Shaman, con Viva Elástico, La Ola Que Quería Ser Chau o Valentín y Los Volcanes.

Sala va levantando el índice con cada banda que menciona y se entusiasma como si las estuviera escuchando en ese mismo momento. Es esa pasión la que explica que dos por tres ilustre las tapas del suplemento No o que la revista independiente NaN lo haya buscado para ponerle portada a un número cuya nota de tapa iba dedicada a la movida indie local. “Está bueno que un amigo descubra una banda que está tocando por 40 pesos todos los fines de semana en Buenos Aires”, considera.

–¿Por qué hoy parece más zarpado seguir a ciertos humoristas que escuchar bandas? ¿Hubo un desplazamiento y el humor es más rockero que el rock?

–Puede ser. Por lo menos el humor gráfico que uno puede publicar en un medio con cierto rock, como la revista Barcelona, el suple No, Orsai, o de alguna manera Página/12, sin ser puntualmente sobre música o rock. Entre los grupos nuevos veo más una búsqueda de la canción, de la melodía, de la construcción de un universo estético propio antes que la cosa contestataria y de estar en contra de algo. Se está hablando mucho de la muerte del rock, o de cómo los grandes festivales resultan una gran contradicción. No vale estar súper sponsoreado y ser parte de una maquinaria recontra marketinera. Ves tocar en vivo a Massacre, Las Pelotas o Catupecu... No creo que sea posible un ejercicio de contracultura rodeado de millones de publicidades. Desde luego que hay un underground combativo y revulsivo, pero sí puede ser que suceda en la historieta si hablamos de tipos como (Diego) Parés o (Sergio) Langer, que siempre son incorrectos, que tienen un porcentaje de maldad y mugre que se agradece.

–Menciona a Parés y Langer, pero usted también tiene su cuota de maldad.

–Es lo que a mí más me interesa como autor. Digo, me interesa si hay una idea atractiva. Mi búsqueda no es la cosa guarra en sí misma, como primer objetivo, ni tampoco hacer una cosa editorial limpia, sin algo orgánico que tenga cierta movilidad.

Rápidamente, Sala retoma la idea de la mugre y recuerda el primer disco de Acorazado Potemkin, que lleva precisamente ese nombre y se apresura a recomendarlo. “Como para seguir linkeando humor gráfico, rock y under”, justifica. Pero Sala no vive sólo del underground ro-ckero local. Cuando vivía en Mar del Plata, gastaba fortunas en viajes a Buenos Aires para disfrutar recitales. Entre ellos, el show en Vélez Sarsfield de Spinetta. Y claro, el Flaco es uno de sus grandes parodiados. “Sería muy feliz si los fans de Spinetta se enojan por este libro, o si los fans de Charly García se vuelven a enojar, como ya pasó alguna vez”, asegura. “Me parece ingenuo que eso suceda en esta época de la cultura, del mundo y de la música, que todavía no quede claro cuándo lo que se dice es amor... Cuándo es humor y cuándo es otra cuestión, dónde está el enemigo.” Sala plantea “desde el amor hacia el Flaco y desde el humor hacia cualquier fundamentalista”.

De la misma filosofía surge José Luis Perales, el fanático de los Redondos, ese que sólo sabe responder “aguante los Redondos” a cualquier cosa que se le diga. “Ese es un universo que sigue dando para encararlo desde cualquier lado, es como un océano estético-musical que parece no acabarse nunca, incluso cuando hace más de diez años que la banda ya no existe”, analiza. “Que hoy el Indio Solari lleve 130 mil personas a un recital habla de una realidad distinta de la del resto del rock argentino.”

–¿De dónde sale todo el material inédito del libro?

–No sé si por culpa o porque soy medio idiota y no quería que se viera como un refrito y sólo eso. Pero es también por generar material, complementar lo que el lector de la Rolling ya pudo haber leído con alguna otra cosa más nueva. Acá aparecen cosas que fueron surgiendo por otro lado. Los chistes de Los Beatles aparecieron después de una charla con Boom Boom Kid, por su discutible pero muy interesante lectura de Los Beatles, que según él están recontra inflados y sólo fueron grandes embajadores de cuestiones que ya otros habían hecho antes. O cuando murió Spinetta, por ejemplo, parecía haber un homenaje por hora, todos para ser políticamente correctos tenían que nombrarlo o hacer una canción suya. Otras cosas se me ocurren por motivos caprichosos, como lo de joder con Roberto Gómez Bolaños, que nos pusimos a discutir con un amigo sobre si estaba vivo o muerto y ahora que lo digo en voz alta... sigo sin saber si se murió o no. Capaz está muerto culturalmente, pero vive conectado a un GPS mental a todo lo que pasa, o está haciendo una serie en Televisa Celestial desde el más allá. No sé.

–El Chavo es otro icono cultural fuerte. Uno dice que no le gusta y se condena al ostracismo.

–Hay tipos tirabombas que te dicen que no les gusta El Chavo. Hay tipos con los huevos y el descaro de decirlo. ¿Hay posibilidades de que a alguien no le guste? ¿De que alguien no admita su genialidad o el universo riquísimo e imbatible de una serie que tiene décadas y sigue siendo completamente rockera? Porque si bien era una serie muy conservadora y familiar, hay una cuestión de miseria y humor miserable, pobre y sucio que me parece inagotable. El hábitat era un conventillo.

–En el último tiempo hay una integración con otros países latinoamericanos en materia de humor gráfico. Usted mismo está publicando afuera dos libros.

–Sí, acaba de salir un libro en Uruguay (Amasala), por Dragón Cómics, fruto de habernos conocido y charlado en el Crack Bang Boom de Rosario, y en Chile está por salir Enfermito, en una editorial grande que tiene una colección de humor gráfico. Es un poco presentarles mi material a lectores de países vecinos y muy cercanos, pero donde quizá no estoy publicando ni tengo otro material circulando.

–Usted ya publicó en España. ¿Cómo se incorpora su humor allí?

–En 2010 hice un libro para Diábolo, una editorial muy linda de Madrid, en el que conservamos todas las palabras y latiguillos locales. Incluso charlamos el tema con el editor, pensando en si era conveniente aclarar quiénes eran Pimpinela, Ignacio Copani o el Teto Medina. Pero decidimos dejarlo porque adaptarlo me hubiera parecido dramático. Es como ver una película de Alex de la Iglesia o de Almodóvar traducida al argentino. Ya se hizo la experiencia nefasta con algunas películas de Pixar y no funciona.

–¿Por qué circula tanto cierta historieta dentro del continente? Hay autores con mucho éxito, como Alberto Montt o PowerPaola.

–Me parece que tiene que ver con que muchos de los temas que aparecen son universales y pueden identificar sin distinción a un ecuatoriano, un argentino o un limeño. Montt juega con iconos como Dios, el Diablo, el desamor, la razón contra lo visceral, y tiene el poder de observación y la sutileza para trascender la cultura de cada país. En casos como el de PowerPaola, para mí justamente gana mucho un trabajo como Virus Tropical leído en Buenos Aires, porque te transporta a una cultura a la vez parecida y diferente. Ella te habla de personajes, calles, lugares y escenarios que no son conocidos, pero te enriquecen. Te lleva a su cultura. También hay cuestiones humorísticas o temas que pueden generar identificación.

–¿Y cuando se llega a un punto en el que hace falta una referencia?

–Hay muchos fans de Capusotto, como Alex de la Iglesia, que no tienen un carajo que ver con la cultura peronista ni saben qué fue Pescado Rabioso ni nada de los ’70 en la Argentina o de su rock actual, pero ése termina siendo el atractivo. Me acuerdo de que cuando hacía la tira de José Luis Perales que se la mandé a Mauro Entrialgo, capo absoluto de la historieta española, y él me respondió que no había entendido un carajo qué era eso de “aguante los Redondos”. Porque no sabía ni qué era el aguante ni quiénes eran los Redondos. Entonces le tuve que explicar en un mail qué era todo el fenómeno para poner en contexto una tira de tres cuadritos. En ese caso puntual sí tenías que tener ADN argentino. Si no, era como si yo te dijera “almohada con merthiolate”. Aparentemente no significa nada aunque... podés estar hablando de cualquier cosa.

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“Sería muy feliz si los fans de Spinetta se enojan por este libro”, dice Gustavo Sala, que es... fan de Spinetta.
Imagen: Guadalupe Lombardo
 
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