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Viernes, 13 de febrero de 2015

HISTORIETA  › FIERRO LLEGA AL 100 JUNTO A PáGINA/12 Y PUBLICA UNA EDICIóN ESPECIAL

Una revista en el centro de la historieta argentina actual

La versión “actual” de la Fierro no sólo le da lugar a expresiones que de otro modo no lo tendrían, sino que ha generado la publicación de más de treinta libros de viñetas que primero pasaron por sus páginas. Motivos para celebrar sobran, entonces.

 Por Andrés Valenzuela

No todos los días una revista cumple 100 números. Es un logro infrecuente. Y para una revista de historietas, es un acontecimiento inusitado. Cuando apareció el primer número de Fierro acompañando a Página/12, algunos pesimistas (y otros arteros, también) le auguraban seis meses de vida. Seis meses. Con el número que aparece mañana en los kioscos, la revista señera de la historieta argentina alcanzará ocho años y cuatro meses de vida. O lo que es igual: 100 números.

Se podrá debatir mucho en torno de esos 100 números que se celebran con edición especial (repleta de autores) y todo. Los nombres que la compusieron, las historias, su línea editorial. A algunos les gustará más, a otros menos, a algunos muchísimo y a otros nada. ¿Hay alguna revista que pueda conformar por entero a la totalidad de su público objetivo? Seguramente no. En el caso de Fierro, la presión, durante muchos años, fue magnificada hasta lo indecible, sencillamente porque era la única revista regularmente disponible en el mercado. En cierto modo, aún lo es. Mensualmente llegan a los kioscos algunas revistas de historieta norteamericana, pero sólo una argentina. Las otras revistas nacionales del sector –más allá del juicio cualitativo, que las hay muy buenas– no alcanzan ni la periodicidad ni la distribución de ésta.

Así, Fierro se sitúa en el centro de todas las disputas. Siendo “la” revista de historietas mensual en los kioscos, cada veterano de las viñetas querría verla a su modo, a su gusto. Cada fanático querría ver a tal o cual autor en lugar de aquel otro. Es inevitable. Es hasta deseable. Sería para lamentar si no sucediera nada de ello. Su subtítulo (“la historieta argentina”) no hizo sino agregar más fervor al debate y poner a discutir qué era la historieta argentina. Aquí vale una mínima elucubración sobre las intenciones de Juan Sasturain –su director– y Lautaro Ortiz –su jefe de redacción– respecto de esa declaración. Porque hasta se puede intuir que fue una picardía, una forma de levantar la perdiz y señalar por dónde pasaba la producción actual, que ya no tenía que ver con héroes antiguos, ni necesariamente con el dibujo académico clásico, sino por otro lado. O por algunos de los otros lados por los que pasa hoy la historieta argentina.

Aunque sus detractores gusten de decir que es “experimental” (como si ello de por sí fuera un disvalor), la Fierro “actual” es profundamente narrativa. Tanto, que muchas de sus historias fueron recopiladas en libros, como novelas gráficas (ver recuadro). Lo que sí ofrece son historias que se salen del adocenamiento, que reflejan la riqueza estilística imperante en el atomizado campo viñetero nacional y que son más fruto de lo que sus autores quieren contar (en primer lugar) y que sus editores eligieron (luego).

Los protagonistas

Sasturain suele decir que “el que trabaja es Lautarito”. Ortiz señala que “el que decide es Juan”. Y ninguno de los dos deja de apuntar a los autores como los principales sostenes del proyecto Fierro. La importancia de esta Fierro se puede palpar en las palabras de sus protagonistas, tanto de aquellos que publican hoy como de cualquiera que lo hizo en algún momento de los últimos ocho años. Para Ignacio Minaverry, por ejemplo, la revista significa nada más y nada menos que la posibilidad de vivir de su vocación, de sus ganas de contar historias con dibujos puestos uno junto al otro. El autor de Dora y Noelia en el país de los cosos reconoce que le “abrió la posibilidad de vivir de la historieta”, tras años de producción.

Diego Parés, que con su relativa juventud ya es un veterano con enorme volumen de producción entre plumín y plumín, llama a publicar en Fierro “una responsabilidad”. Una, además, que lo interpela. “Es la misma responsabilidad que sentía cuando de pibe me invitaron a participar de la vieja etapa y no me animé”, reconoce. “Es tratar, sin conseguirlo nunca, de estar a la altura de mis maestros, y de quienes admiré y admiro.” En su lista de próceres figuran algunos nombres sobrecogedores, como Enrique Bre-ccia, Carlos Nine, Horacio Altuna o José Muñoz (y con muchos de ellos llegó a compartir páginas en esta etapa de la revista), hasta otros con los que suele firmar colaboraciones, como Esteban Podetti o Pablo Fayó. “La revista tiene un lugar todos los meses en el kiosco, parece poco decir, pero es mucho”, reflexiona, al cabo, el plumín que siempre celebra la etapa más industrial de la historieta.

Rodolfo Santullo nació en México, pero es uruguayo por adopción y crianza. Sin embargo, publica tanta historieta en la Argentina que más de uno amenaza con nacionalizarlo de prepo. El guionista transnacional asegura que la primera etapa de la revista está entre sus lecturas de formación y reconoce como “un sueño” la posibilidad de publicar en su nueva fase. “Por suerte pude hacerlo en un par de tandas largas y permitió la generación de dos libros junto a Dante Ginevra, de los que estoy muy orgulloso”, agrega. “Veo la revista como una posibilidad para los artistas de generar trabajo en buenas condiciones, y para los lectores, la posibilidad de acceder a historieta variada y de factura regional a un precio más que accesible.”

La Fierro además significó un espacio para el humor gráfico. Especialmente para los humoristas más ácidos y revulsivos, cuyo trabajo suele obviarse –por incómodo– en los grandes medios de comunicación. Tal es el caso del inefable –y para muchísimos, adorable– Gustavo Sala. “En la década del 80, uno soñaba con publicar en esas páginas llenas de surrealismo y ciencia ficción, con una buena dosis de garches”, recuerda. “Fue la revista que nos hizo pasar violentamente y sin anestesia a la historieta para adultos.” Por eso, califica de “hermoso” llegar a sus páginas en la “renacida revista”. Para el humorista marplatense –una de las figuras del Suple No, además–, “la revista tiene un lugar central porque dentro de la autoral es una publicación donde siempre se pudo experimentar, probar series raras y cosas que probablemente otras publicaciones no recibirían en sus páginas”.

El testimonio de Pablo de Santis es contundente: “Me acuerdo cuando en el colegio me explicaban que la Creación no era algo que había ocurrido una vez, sino algo que ocurre todo el tiempo, porque hay que mantener lo creado. Juan Sasturain no sólo inventó Fierro, sino que persistió en ella a través de los años. Le dio a la historieta argentina un centro. Con la colaboración fundamental de Lautaro Ortiz como jefe de redacción, mantuvo un nivel de calidad, de fidelidad a la tradición y a la vez de búsqueda incesante de nuevos talentos”.

La académica Laura Vázquez Hutnik, largo tiempo responsable de las páginas de análisis de la revista en su actual encarnación, reconoce una reacción “pasional” con la publicación. “Tenemos una relación inolvidable e inquebrantable.” Aunque no la leía de chica (no la compraban en su casa, lamenta), descubrió en sus páginas de este siglo “un espacio que disfruté en distintas dimensiones: la complicidad, la celeridad de la entrega, la posibilidad (casi única en los medios, a excepción de los digitales) de escribir lo que se me viniera en gana”. Las discusiones que sus escritos generaban, cuenta, aparecían en Fierro, pero se debatían en festivales, pizzerías y presentaciones de libros.

Sobre el rol que juega –o debería jugar– Fierro en el actual estado de la historieta argentina, y en un sentido mucho más amplio, en qué medida permite la revista evaluar o medir al campo, se plantea la cosa Max Aguirre, ocasional colaborador de la revista, pero también un observador habitualmente certero del medio. Y con la mirada crítica y análitica de Aguirre contrasta rápidamente Juan Carlos Quattordio, fanático confeso de la publicación. “Publicar en Fierro significó salir del limbo, como un muerto vivo después de la bomba atómica cultural que tiró el puto menemismo”, declara. “Hoy el lugar de Fierro es vital. Se ven historietas argentinas, no de argentinos para afuera, así que además es un lugar de resistencia. La revista acoge al semillero de los heroicos fanzines y nuevos talentos, y apuesta sin importar los resultados. Es una revista viva y vital. Estoy enamorado de la Fierro... Si tuviera 50 páginas más, me caso.”

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