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Lunes, 23 de junio de 2008

EVGEN BAVCAR, FOTóGRAFO NOTABLE Y ARTISTA INTEGRAL

“Lo nocturno es mi espacio existencial”

Ciego desde niño, desarrolló una asombrosa capacidad para captar “imágenes que me surgen desde lo profundo”. Admirador de Borges, uno de sus proyectos es hacer un gran film sobre la noche con cámaras infrarrojas.

 Por Facundo García

El lugar común es que el ciego se detenga indeciso, esperando que alguien lo ayude a alcanzar el otro lado de la avenida. Esta vez las reglas son otras. Porque no solamente se cruzan calles de asfalto: de la mano de Evgen Bavcar se puede partir de la vereda del escepticismo hacia la que queda enfrente, donde lo que parece imposible se vuelve natural. Fotógrafo privado de la vista, él va marcando con una voz ducha en matices el paso del que se anime a seguirlo. “La mayoría piensa que hago esto por provocación”, admite, divertido. Le sobran reconocimientos –ha sido Artista Oficial del Mes de la Fotografía de París– y también evidencias para refutar a sus detractores. Eso se nota en la tranquilidad que le pone a la charla con PáginaI12. Desde Francia, en un departamento que otros han descripto como “en penumbras y atiborrado de espejos”, este hijo excepcional de la ex Yugoslavia empieza a destilar reflexiones capaces de ponerle los puntos al más soberbio de los mirones.

“No tengo edad”, conjura el entrevistado, y obliga a ir al archivo. Se sabe que nació en 1946, en un viejo pueblito que se llama Lokavec y queda en el oeste de la actual Eslovenia. Una rama le arrancó un ojo a los diez años, cuando correteaba con sus amigos. Poco después, el chico encontró medio enterrado un trozo de metal de apariencia curiosa. Lo tocó. Nada. Lo movió más y entonces sobrevino un destello. El artefacto era una mina abandonada de la Segunda Guerra Mundial. Ahí comenzó el lento camino hacia la ceguera. En seis meses de oscuridad progresiva, Evgen absorbió todo lo que pudo. “Mi infancia –confiesa ahora– es para mí un espacio en el que escarbo igual que un minero. Con esas sensaciones tempranas me las he arreglado para estudiar historia del arte y llevar adelante mi obra.”

La pubertad transcurrió con las dificultades que enfrentaba un muchacho accidentado a mediados del siglo XX, en un país convulsionado por la reciente llegada del comunismo y marcado por heridas de mil luchas. A los dieciséis, su hermana le prestó una cámara Zorki –la copia de la Leica que se hacía de aquel lado de la Cortina de Hierro–, y el pibe le sacó una foto a la chica que más le gustaba.

–Es interesante esa primera fotografía. ¿Por qué sacarle una foto a alguien que usted no veía?

–Me llevaba conmigo algo de su presencia. Con el material revelado, le pedí a personas de confianza que me describieran cómo era su cara. Hoy sigo solicitando que me narren lo que se ve en mis trabajos. Persisto en respetar ese tipo de intereses que me salen de adentro, y ciertamente no he dejado de preocuparme por conocer más sobre las mujeres... piense cómo tengo que rebuscármelas yo cuando antes de ir a una fiesta la dama que me acompaña quiere saber si está guapa. ¿Qué hago? Una opción es sacarle una foto, y otra es darle un espejo. Cargo continuamente un espejito de bolsillo, exclusivamente para responder esas consultas.

Por supuesto que no han faltado detractores. En un presente que somete la imagen a las previsibilidades de la lógica mercantil, valorizar lo que produce un “no vidente” incomoda. Bavcar ha craneado su propia teoría para sumar al debate: “Hoy todos los espacios de la ciudad se han convertido en supermercados visuales, plagados de banalidad”, analiza. En ese entorno, encontrar las representaciones que se desean íntimamente es muy difícil. “Hay que ser capaces de pensar imágenes vírgenes, que tengan que ver con el deseo propio, individual e irremplazable. Eso, que es lo que yo llamo el tercer ojo, es lo que he intentado desplegar.”

La presencia de esta mirada alternativa se manifiesta, por ejemplo, en los sueños. Todos tienen la capacidad de una perspectiva trascendental, pero a fuerza de tristezas y decepciones se la suele anular. “Hago esto –marca Bavcar– para no ser culpable de haberme comportado como un indiferente. Me surgen imágenes de lo profundo, no quiero negarlas. Es mejor compartirlas.”

–En esa forma opcional de percibir, ¿encuentra algún modelo?

–El Quijote. Estoy seguro de que, de haber existido en la realidad, el personaje de Cervantes habría sido ciego. Es trágico y a veces triste; sin embargo él lleva siempre la intención de ir más allá de lo inmediato. Yo prefiero imaginar mis propias Dulcineas antes de volverme loco por las mujeres de la publicidad, que me quieren vender productos de consumo. Si voy a imaginar una doncella ideal, que lo sea en todos los sentidos; “inaccesible como las estrellas”. Pruebe explicar esto a los Sanchos Panza que nos rodean. No lo entenderán. Han sido esclavizados por una cosmovisión serializada, impuesta día a día y durante décadas por fotomatones.

–En el duelo contra los fotomatones, ¿qué tipo de arma es la fotografía?

–Jacques Leconte dice que entre el hombre y el amor está la mujer. Entre la mujer y el hombre, el mundo. Entre el hombre y el mundo, un muro. Y yo agrego que entre el hombre y el muro están las imágenes.

–Pero el reino de las imágenes es muy amplio...

–En efecto, lo que yo intento quizá no coincida exactamente con la fotografía. Más bien soy un iconógrafo, en el sentido que les daban los bizantinos, para quienes icona significaba una representación de lo invisible. Quiero decir que, como los que van a leer esta nota, yo no veo a Dios directamente. Sí puedo, en cambio, tantear si lo capto mediante una foto. Es mi herramienta para buscar lo trascendental, para comunicar lo visible con lo invisible.

–No le vaya a pedir a Dios que diga “Whisky...”. Vaya a saber cómo se lo toma. Yendo a un plano menos abstracto, ¿tiene tele en casa?

(Se ríe.) –Sí, había una que funcionaba medio mal. De todas maneras la TV me aburrió. Sus secuencias son tan obvias que con sólo escuchar dos o tres palabras, usted ya sabe si los protagonistas corren, están abrazados o se quieren. Haga la prueba. Lo que sí me gusta es ir al cine...

No es una broma. En los países industrializados existen salas que mediante un mecanismo que se llama audiovisión ofrecen la posibilidad de usar auriculares para acceder a un relato de lo que muestra el proyector. “Naturalmente –señala Evgen– prefiero invitar amistades que me vayan dando su propia versión de lo que pasa.” ¿Experimenta Bavcar algo parecido a la visión? Sí, aunque son paisajes que nacen en su interior. “Mi paleta está formada por colores de Eslovenia, el único país que vi, y al que vuelvo periódicamente para recordar.” Todos los años, en mayo, retorna a su tierra natal para refrescar memorias y grabar el canto que sueltan los ruiseñores cuando cae la noche en los bosques. “¿Sabe? Me han fascinado esas aves desde hace mucho, y el otro día me enteré de que hay países en que los ciegan para que también canten de día. Es una tremenda casualidad”, se sorprende.

Una de sus placas más recientes muestra al artista vestido de soldado. Los que lo conocen no se alteraron. Antes lo han visto en moto y cosas por el estilo. No obstante, un ciego portando un arma es una imagen fuerte. En este caso opera como protesta, ya que el gobierno esloveno no le ha permitido a Bavcar recuperar el fusil que llevó su padre cuando era militar. “No lo iba a disparar. Me importa tenerlo porque cuando porto ese objeto siento que estoy en contacto con mis orígenes. En ese reclamo de respeto estoy defendiendo el de muchas personas en mi misma condición que son tratadas como si no fueran adultos en igualdad de condiciones”, lanza. Conociendo el filo de las ironías que acuña el barbudo, es mejor no hacerlo enojar. Para muestra basta una sola anécdota. Sucedió hace veinte años, por la época en que nombraron a Evgen Fotógrafo Oficial del Mes de la Fotografía en París. Mandó, en medio de uno de los salones, una foto con todo el flash. “Sentí que se acercaba una mujer a gritar por qué demonios había apuntado hacia ella. Sin perder la tranquilidad, le dije: ‘Disculpe, señora. De haber sabido que un individuo como usted iba a figurar en el rollo, jamás se me habría ocurrido apretar el botón’”.

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“Entre el hombre y el muro están las imágenes”, plantea Bavcar, esloveno radicado en Francia.
 
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