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Sábado, 30 de agosto de 2008

OPINIóN

Cuando los monarcas pop llegan a los 50

 Por Eduardo Fabregat

7 de junio, 16 de agosto, 29 de agosto. La coincidencia pasa por un año específico, 1958, y el día de ayer vino a cerrar una suerte de triángulo dorado del pop, si se tiene en cuenta que esos días corresponden a las fechas de nacimiento de Prince, Madonna y Michael Jackson. En rápida sucesión, este año llegaron a los 50 los tres iconos que dio el pop estadounidense en la última porción del siglo pasado: eso da pie a una buena serie de consideraciones, sobre la escasez de sucesores pero –ante todo– sobre la actualidad de sus carreras, que se presenta bien diferente. Y, en última instancia, sobre las características mismas del género.

Es que el de estrella pop no es un trabajo fácil, y de eso sabe bastante Britney Spears, que aspiró al trono de Madonna y terminó desbarrancando. El punk se la hizo más fácil a sus artistas: die young, stay pretty, era cuestión de excederse en el pico de heroína y listo. Pero el pop exige a sus representantes ser siempre bellos, jóvenes, glamorosos, brillantes, lustrosos... y a no olvidarlo, exitosos, que “pop” viene a ser una abreviatura de popular. No ayuda en mucho que The Beatles, icono pop por excelencia, se hayan separado sin un solo paso en falso. Una banda eternizada en la genialidad de Help!, de Revolver, de Sgt. Pepper, Abbey Road o el Album blanco, una banda cuyo disco más desangelado, Let it be, es aún así impecable. Y, para colmo de males, personajes como Prince, Madonna y Jackson suben solos al ring, saborean la mesa del éxito y se comen los garrones de la decadencia en soledad. Su desmesurado talento los obligó a ser solistas, y los congeló en obras cumbre a las que, con el correr del tiempo, se hizo difícil empardar.

Entre los tres vendieron millones y millones de discos y le cambiaron la cara a la música joven, encarnando la última revolución pop al viejo estilo. Hoy la escena está mucho más atomizada, y las posibilidades de exposición se multiplican: puede rendir mejores frutos un buen boca a boca desde MySpace que la alta rotación en MTV de aquellos ’80. Y aquello que la industria vende como artistas pop tiene un indisimulable aire a cosa fabricada en serie, de identidad diluida y con fecha de vencimiento. La escena no parece construirse en base a artistas de personaldad fuerte –salvo en estilos fronterizos al pop, como el hip hop– sino a tendencias, y ya se sabe lo que pasa con las tendencias y los productos que las alimentan. Spice Girls fue “Wannabe” y un intento de regreso que capotó estrepitosamente. Nadie creyó nunca que el grupete de chicas pudiera sostenerse en el tiempo.

Y hablando de sostenerse en el tiempo, la que siempre juega con las mejores cartas es, claro, Madonna Louise Veronica Ciccone, que a fines de los ’70 tuvo la inteligencia de abandonar sus sueños de ballet, se reinventó como Madonna e inició así una carrera envidiable. Quizá en la era de “Like a virgin” tampoco nadie daba dos dólares por la continuidad de esa chica material, pero a la cantante le sobró inventiva para volver a reinventarse una y otra vez y demostrar que su trono no es para cualquiera. Ni siquiera para Shakira, que la lleva muy bien y a quien ayuda la penetración en el creciente público hispanoparlante de Estados Unidos, pero todavía no abandona el status de princesa pop. Y es que la reina sigue reinando, como lo demuestran los 50 mil alemanes frenéticos que anteayer nomás llenaron el Olímpico de Berlín en una nueva fecha del Sticky & Sweet Tour, la gira que pasará por 37 ciudades de Europa y América y en la que Madonna despliega su esperado arsenal de bailarines, cambios de vestuario (3500 piezas de ropa, dicen las gacetillas) e himnos de su cosecha. Hard candy no será precisamente un prodigio de inspiración, pero lo cierto es que la señora, aun con su excesivo celo por tratar de seguir luciendo joven, sabe cómo envolver el paquete: Buenos Aires podrá dar testimonio de ello el 6 de diciembre.

Prince fue siempre un caso diferente. Su momento de mayor exposición fue con el multiplatino Purple rain, y ya nunca volvió a vender tanto. Pero en Prince se conjugaron otras cualidades, sobre todo porque es el único de los tres que toca un instrumento (porque no puede decirse que lo que hace Madonna con la guitarra sea estrictamente tocar), o mejor dicho varios. Aunque sus mayores éxitos fueron pop, su vena Jimi Hendrix lo acerca al rock mucho más que sus coetáneos. Y, además, Prince se cagó olímpicamente en ciertas reglas no escritas del género, como cuando su sello grabador esperaba otro Purple rain y les tiró por la cabeza la compleja trilogía de Around the world in a day, Parade y Sign’O’the times, su real cumbre artística. Lo que cualquier productor del ramo definiría como “suicidio” fue para el menudo príncipe de Minneapolis una liberación: siguió grabando un disco detrás de otro, se peleó con el sello, se liberó de él con el subterfugio de convertirse en el Simbolito Impronunciable, editó discos por internet antes que nadie, recibió el año 2000 con un show descomunal, terminó ganándole a todos en su berretín de hacer lo que se le canten las pelotas. Su disco de 2007, Planet Earth, lo muestra en excelente forma artística, inspirado, tan buen ejecutante y cantante como siempre y sin la más mínima obligación de rendirle cuentas a nadie. Sin crisis de los 50.

Muy diferente, claro, es el caso del tercer lado del triángulo, el extraño personaje que ayer sopló velitas en Bahrein o donde se esté refugiando. Lo que en Prince y Madonna fue depuración, actualización, transformación, en Michael Jackson fue deformación. No debe haber pendiente más cruel que la experimentada por el autodenominado –con bastante razón– Rey del Pop, que conoció el éxito siendo un niño y hoy parece un personaje de la corte de freaks de Tim Burton. Más cerca del mito de Elvis Presley, el artista que, aburrido de todo, se recluye porque sabe que ya no puede estar a la altura, a Jackson lo persiguen el escarnio público, el juicio por abuso de niños, la deformidad facial, el episodio con su hijo casi cayendo del balcón, la ruina del rancho Neverland, las mil excentricidades que se ha empeñado en cometer. Conociendo la generosidad del mundo pop (¿acaso llevar 3500 piezas de ropa en un tour no es una excentricidad?), todo pasaría de largo si Michael mostrara algún signo de vitalidad artística. Pero aquel single a beneficio de los damnificados por el Katrina nunca llegó, lo único que aparecen son box sets y recopilaciones (su sitio oficial propone una votación internacional para definir el contenido de King of Pop, un compilado personalizado para cada país) y no hay canciones nuevas que lo defiendan. Este año, la reedición por el 25º aniversario de Thriller, su disco más perfecto, terminó operando más como acto de crueldad que como homenaje: las fotos, los videos, las canciones, hablan de otro Jackson, un rey que perdió la corona. Del trío dorado del pop, hoy es sin dudas el más desamparado.

En 1981, cuando Prince, Madonna y Michael Jackson se aprestaban a dominar el mundo, MTV hizo su primera transmisión con “Video killed the radio star”, de The Buggles. Pero el video hizo algo más perverso que matar a las estrellas de la radio: obligó a los nuevos monarcas a la imposible tarea de mantenerse a la altura de una imagen congelada.

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