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Viernes, 24 de octubre de 2008

OMAR RINCON Y UNA MIRADA INTEGRAL SOBRE LA PANTALLA AMERICANA

“Guste o no, la televisión es el gran relato popular”

“Ningún canal estatal supo ganarse un respetado lugar de audiencia”, señala el colombiano, que analiza cómo la TV pública se estacionó en un lugar que favorece el juego de las emisoras privadas y compara diferentes lenguajes del continente.

 Por Emanuel Respighi

“Quienes se meten a la TV pública, como Tristán Bauer, son osados. Es difícil manejar un dinosaurio en la era de la velocidad.”

Omar Rincón es, probablemente, uno de los más prestigiosos especialistas de la televisión latinoamericana. Uno de esos nombres que se ha ganado un lugar en cuanto congreso o seminario sobre el particular mundo de la TV se realice en cualquier lugar del mundo, por más alejado que esté de estas tierras latinas. Un referente insoslayable del medio, tanto por su fino conocimiento sobre los procesos y tendencias que signan a una industria en movimiento constante como por agregarle a su crítica catódica propuestas innovadoras para mejorar su calidad o, al menos, modificar el statu quo de la pantalla chica. Analista filoso de la TV de América latina, tan extravagante en sus maneras como en sus ideas, el colombiano es reconocido por su diatriba independiente. Aprovechando un fugaz paso por Buenos Aires, donde fue invitado para brindar sus ideas sobre las consecuencias sociales de la TV digital, Rincón dialogó con PáginaI12 en un reportaje en el que analiza la TV argentina y se explaya largamente sobre la TV pública latinoamericana. “El problema de la TV pública de este lado del mundo es que suele confundir calidad con prestigio”, afirma, dando comienzo a una jugosa charla.

Sentado en uno de esos ochentosos sillones caqui que dan la bienvenida en Canal 7, el analista colombiano contempla la estructura de ese gigante símbolo estatal audiovisual con la misma y apesadumbrada sensación que lo atrapa cada vez que ingresa a algún canal público del sur del continente o detiene el vertiginoso zapping en cualquiera de las tantas pantallas televisivas en manos estatales. “Después de realizar varios estudios y de repasar la historia de más de medio siglo, llegué a la conclusión, sin temor a equivocarme, de que la TV pública de América latina no ha funcionado. Ningún canal estatal supo ganarse un respetado lugar de audiencia. La TV pública de América latina tiene muy buenos contenidos y suele estar en manos de gente idónea, pero nunca supo posicionarse como un medio masivo. ¿Y para qué vale hacer TV si no te ve nadie? ¿Cuál es la gracia de pensar contenidos de calidad, de servicio social y en cierta manera formadores, si sólo son vistos por menos del 5 por ciento de la población? Son preguntas que me hago y que parecieran que nunca se las realizan quienes tienen que tomar decisiones”, subraya el autor de Televisión pública: del consumidor al ciudadano (La Crujía), fiel a un estilo que lo vuelve tan carismático como profundo... y polémico.

–¿A qué le atribuye este problema de audiencia de las televisoras públicas?

–Los teóricos y los expertos suelen decir que la TV cultural puede ser entretenida. La conclusión a la que yo he llegado es que la TV pública le cedió a la TV privada el entretenimiento. Y la TV privada festejó ese equívoco conceptual: ¿cómo no van a ponerse contentos si el entretenimiento es la principal búsqueda del público cuando prende el televisor? Esto se debe a que la TV pública confunde calidad con formación. La TV pública desprecia el entretenimiento sin razón, en vez de intentar generar propuestas entretenidas, que no necesariamente deben ser chabacanas. Y lo más grave es que tanto los privados como los públicos están de acuerdo con la manera en que se dividieron los contenidos televisivos. No hay conflicto. Pero en ese juego siempre perdió la TV pública.

–¿Por qué cree que sucedió eso?

–La TV pública cedió el entretenimiento en pos de hacer cultura, educación y democracia para un puñadito de televidentes minúsculo. El primer error fue cederles el entretenimiento a los mercaderes, como si no fuera una necesidad humana. Es más: la gente tiene el derecho a entretenerse. Y la TV pública tiene la obligación de entretener a la ciudadanía gratuitamente. El entretenimiento no tiene nada de malo si apunta a los sentimientos y está bien contado, si no pone el énfasis en el contenido y sí en el relato, si hace hincapié en los argumentos emocionales y no en los racionales, si se piensa en lo popular en vez de en lo que se considera “lo culto”. Y el segundo error es que la TV privada, para cumplir con sus objetivos, enfatiza en los formatos y en la narración, mientras que las públicas enfatizan únicamente en los contenidos, perdiendo la máquina narrativa como motor de cambio social.

–Usted plantea a la TV privada y a la TV pública como medios de comunicación pares. Sin embargo, la TV pública persigue objetivos sociales culturales que trascienden el rating.

–Pero ése es otro error, a mi juicio. No sé por qué razón a la TV pública le siguen exigiendo que haga cultura, educación y ciudadanía. Y ésa es una exigencia que, incluso desde las posibilidades que tiene el Estado como regulador de las licencias, no le piden a la TV privada. Entonces, la TV pública queda como misionera de la cultura, la educación y la democracia, algo loable, pero pasado de moda. La gente lo que menos quiere cuando prende la tele es ser culturizada y educada explícitamente. ¿Y qué es lo que ocurre, entonces? La gente sintoniza la TV privada y, aunque no se den cuenta, son educados y culturizados subliminalmente por sus contenidos. Por eso digo, un tanto en serio y otro tanto en broma, que es necesario que los directores de cine, los periodistas y los intelectuales se vayan de la TV pública, porque a ninguno le gusta hacer TV y entonces terminan haciendo cosas que no llevan el lenguaje catódico, ni los recursos televisivos. Hacen TV aburrida. No respetan las formas televisivas. Es preferible que dejen su espacio a aquellas personas que sí quieren hacer TV.

La fórmula pública

–¿Y qué camino debería tomar la TV pública para cambiar de rumbo?

–La TV estatal carga con la mochila histórica de que sus contenidos son muy aburridos. Una señal como Canal 7, con más de 50 años de historia, carga además con un pasado muy difícil de movilizar: tiene una estructura y un aparato burocratizados. Las televisiones públicas de América latina son como dinosaurios pesados. El problema es cómo reinventar ese dinosaurio con las nuevas formas de contar de hoy, que son más de flujo, simples, experimentales... Por eso digo que quienes se meten a manejar la TV pública, como Tristán Bauer en la Argentina, son unos osados. Es difícil manejar un enorme dinosaurio en la era de la velocidad.

–En este contexto histórico, ¿qué posibilidades reales tiene la TV pública de recuperar el tiempo perdido y el espacio y audiencia cedidos a la TV comercial?

–La TV pública debe apuntar, esencialmente, a acaparar a públicos diversos. Básicamente debe volver a poner en un lugar central el concepto de que lograr audiencia es importante, es un objetivo al mismo nivel que el de formar ciudadanía. Uno hace TV para que la vea la mayor cantidad posible de personas. Y para ello las pantallas estatales deben estar más cercanas a los pueblos, abrirle la pantalla a la gente. Mi propuesta es que la TV pública brinde por lo menos 6 horas diarias en las que el público pueda participar de la programación, aunque sea desde la medianoche a las 6 de la mañana. Que la gente mande sus videos caseros, hoy que las posibilidades de video son muchas y variadas, es una alternativa posible. La TV pública debe volver a todo el mundo productor, debe encabezar la nueva era tecnológica. Esa iniciativa le daría un nuevo movimiento social y comunicativo a la pantalla. Por otro lado, creo que la TV pública debe enfocar su esfuerzo en hacer menos horas televisivas de estreno pero de excelente producción y alto costo, como una manera de recuperar la audiencia y el prestigio perdidos. Tal vez la estrategia podría ser que en vez de estrenar programas las 24 horas, sólo lo hagan de 18 a 24, 6 horas de alta calidad que combinen ficción, arte y cultura nacional, en lo posible mostrando el país. Pero es imprescindible que haya ficción.

Panorama latinoamericano

–¿Cómo evalúa a la TV argentina en tanto industria?

–Como producción, la mejor televisión de América latina es la argentina. No hay país que produzca más TV que la Argentina de tan alta calidad estética, técnica y profesional. Pero lo que noto es que es una TV de muy bajo contenido, que lo suele bastardear: no existe preocupación por lo que se cuenta y el cómo se lo cuenta. Los contenidos televisivos que suelen hacerse no interpelan la cabeza del televidente. Es una TV con mucha estética y producción, pero que además piensa contenidos de interés muy local. Por eso no exportan todo el material que deberían emitirse en las pantallas del mundo entero dada la calidad.

–¿Cuál es, entonces, la industria nacional de TV que a su juicio prioriza el contenido?

–Creo que la televisión brasileña está más cercana a alcanzar el equilibrio entre la forma y el contenido. La TV colombiana es mejor que la argentina en pensar contenidos sociales y cruzarlos con el entretenimiento que en ejecutarlos, porque somos técnicamente inferiores. La TV chilena es más conservadora y la peruana se basa en el chisme y no sale de allí. Creo que cada país tiene la TV que quiere y se merece. El prime time en Colombia se conforma por series y telenovelas como Sin tetas no hay paraíso y El cartero, dos programas que piensan problemas sociales populares y cómo la mentalidad narco se está arraigando en la sociedad. En Perú, el chisme y el chollywood mandan. En la Argentina, el prime time lo forman Marcelo Tinelli, Susana Giménez y se cuela alguna telenovela de contenido social. En Brasil, las telenovelas nacionales que abordan grandes problemáticas locales y universales. Yo no entiendo cómo en un país tan rico como la Argentina, con tanta cultura y educación, el programa de Tinelli sea el más visto e importante de la TV. Evidentemente eso habla de que la gente prende la TV para desenchufarse y no pensar en nada más que en ver a mujeres bonitas semidesnudas. Es una vergüenza. Todo el mundo tiene derecho a distraerse. Pero uno puede distraerse viendo ficción o algún contenido que sea más respetuoso. Para entretenerse no hace falta ver Showmatch, que es un ciclo culturalmente precario y mentalmente anestesiante.

–Recién hablaba de que la TV colombiana se destaca por crear ficciones que reflejan los procesos sociales del país. Pero, ¿no cree que las actuaciones en las telenovelas hacen perder la verosimilitud de la trama?

–Lo que está pasando es que la actuación televisiva se convirtió en una sobreactuación constante. Debe ser que de tantos programas de chismerío, la realidad se ha exagerado y, por ende, también las actuaciones de la ficción. No entiendo por qué en la TV colombiana se grita y se gestualiza tanto, por qué se debe ser tan colorido y tan excesivo. Parece ser que eso es lo que llaman buena actuación ahora, porque como en la pantalla se ven más o menos las mismas cosas, la manera que los productores y programadores encontraron de llamar la atención es a través de actuaciones exageradas. Uno quisiera actuaciones más sutiles, más reposadas, como contrapartida del exceso y el griterío que invadió la TV actual. Lo que sí es interesante de ese modelo es que la gente quiere pensar ciertos problemas de su actualidad desde la ficción. En Colombia está la moral de que se quiere salir de la pobreza rápido y como sea, y por eso la TV refleja esa mentalidad narco en sus ficciones, con el sicariato, la silicona y el narcotraficante. Es la entrada de la cultura popular en la pantalla. Creo que la TV es el relato de reflexión de lo popular, no de lo ilustrado. Lo popular sólo va a la TV, lo ilustrado va a los congresos, las galerías de arte, la universidad y los libros. Lo popular sólo tiene lugar en la TV. Guste o no, la TV es el gran relato popular, su gran representación.

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