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Jueves, 4 de diciembre de 2008

UNA CHARLA IMPERDIBLE CON DONALD YATES

El hombre que tradujo a Borges

Escritor, doctor en Letras especializado en lengua española, experto en literatura policial y miembro de la Mystery Writers of America, Yates contó en el auditorio de la UCA sabrosos detalles de su larga relación con el autor de El Aleph.

 Por Silvina Friera

El amigo norteamericano de Borges, Donald Yates, traductor del primer libro del escritor argentino editado en lengua inglesa en 1962, ingresa al auditorio de la Universidad Católica Argentina con un andador. Aunque al principio se desplaza lentamente, la impaciencia parece darle un empujoncito en la espalda y pronto aumenta la velocidad de sus movimientos, llega hasta la mesa y se desploma sobre una de las sillas como si estuviera en su casa. “Me considero un visitante insistente o compulsivo, este es mi viaje número diecisiete”, dice el traductor, emocionado, porque acaban de nombrarlo Huésped de Honor de la Ciudad de Buenos Aires. Escritor, doctor en Letras especializado en lengua española, experto en literatura policial y miembro de la Mystery Writers of America, Yates ha traducido también a Marco Denevi (Rosaura a las diez), Manuel Peyrou (El estruendo de las rosas), Adolfo Bioy Casares y Rodolfo Walsh. Actualmente está escribiendo una memoria biográfica sobre los quince años de amistad que mantuvo con el autor de El aleph, con apoyo de una beca Guggenheim. Nacido en Massachusetts, Estados Unidos, en 1930, estudió en Ann Arbor High School, donde aprendió español, y se graduó en la Universidad de Michigan en 1951. Allí tuvo como profesor a Enrique Anderson Imbert, quien apadrinó su tesis doctoral The Argentine Detective Story (1960). “Mi interés por la lengua española fue fortuito, casual. En Ann Arbor ofrecían cursos de francés, español o latín. No sé por qué razón elegí el español, pero me cambió la vida. De haber aprendido francés no sé adónde habría ido a parar”, confesó Yates durante la entrevista abierta con el escritor Juan José Delaney.

Autor de numerosas ficciones detectivescas, Yates no se cansa de agradecerle a Anderson Imbert el hecho de haberle permitido descubrir a Borges, cuando el profesor le dio a leer el cuento “La muerte y la brújula” en 1954. Tan deslumbrado quedó con la originalidad de ese cuento “estupendo” que se le ocurrió traducirlo al inglés. “Le pedí la dirección de Borges y le escribí para que me diera la autorización. Borges me autorizó a traducir todos los cuentos que considerara convenientes”, recuerda. Con James Irby, otro graduado de Michigan, preparó una antología de textos de Borges. Después de padecer varios rechazos por parte de los editores –quién se iba a aventurar, entonces, a publicar a un escritor argentino desconocido–, Yates consiguió que Labyrinths. Selected Writings se publicara en la editorial New Directions, en 1962, con prólogo de André Maurois. Ese mismo año, gracias a que Anderson Imbert lo ayudó a conseguir una beca de la Comisión Fulbright, viajó a Buenos Aires por primera vez. “Creo que llegué un domingo y el lunes fui directamente a la Biblioteca Nacional, sin cita. Borges estaba en su despacho: ‘Ah, Yates, sé muy bien quién es... usted ha traducido mis cuentos al inglés y puedo decir, sin dudas, que ha mejorado el original’”, cuenta el traductor y autor de Marco Denevi: An Argentine Anomaly (1962), La novela policial en las Américas (1963), Antología del cuento policial latinoamericano (1964) y Latin Blood: The Best Crime Stories of Spanish America (1972).

En el segundo viaje de Yates a Buenos Aires, en 1965, le propuso a Borges hacer una biografía con el título Viaje mágico y empezó a recoger datos en las largas caminatas que hacían juntos por la ciudad. “Mi intención era que este libro estuviera listo para 1999, año en que se festejó el centenario de Borges”, explica Yates. “Pero no tenía tiempo para examinar todo el material y llegar con los plazos, y precisamente ese año salieron muchos libros sobre Borges. Me sorprende que haya dos biografías escritas por personas que jamás lo vieron ni lo conocieron”, ironiza el traductor. “Me di cuenta de que los hechos de su vida y de su carrera literaria eran demasiado conocidos y que otro libro que se ocupara de lo mismo sería innecesario. Cambié el enfoque y decidí hacer una memoria biográfica con la información que reuní en esos quince años de amistad.” A medida que afianzaba su amistad con el escritor argentino, Yates fue entablando relaciones con varias instituciones educativas. En el país, enseñó literatura norteamericana en la Universidad de Buenos Aires, en el Lenguas Vivas, en la Universidad Kennedy y en la Universidad de La Plata, entre otras.

“No quiero adelantar mucho sobre esta memoria porque puede perjudicar la venta del libro”, bromea el traductor. Pero se anima a revelar algunos hallazgos sobre el viaje de Borges a Europa en 1914. “En Ginebra, el padre llevó al pobre Georgie a un colegio calvinista y tuvo que seguir clases totalmente en francés o latín, sin saber ninguno de los dos idiomas. Pero los aprendió por su cuenta, también el alemán. Borges era un genio para absorber idiomas, no sólo hablados, sino escritos”, subraya Yates. “Si el padre de Borges se hubiera radicado en Francia o en Inglaterra, y no en España, como lo hizo en 1921, Borges podría haber sido un escritor francés o inglés. El primer texto de Borges como crítico fue una reseña escrita en francés sobre tres libros editados en España, que se publicó en el diario ginebrino La Feuille. El padre fue el responsable de que Borges escribiera en español de una forma totalmente singular.”

Delaney, el coordinador, le pregunta a Yates si Borges fue un desdichado. “Sí, fue un gran desdichado”, responde el amigo americano. “Cuando vine en septiembre de 1975, me dijo: ‘Yates, me hace el favor de llevarme a La Nación que tengo que entregar un poema...’ Era ‘El remordimiento’, en el que dice que ha cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer: no haber sido feliz. En sus poemas hay mucha desesperación, ‘me duele una mujer en todo el cuerpo’ (‘El amenazado’)”, ejemplifica. “De la miseria y la infelicidad surge la literatura; la gente que vive feliz no escribe cosas interesantes”, plantea Yates. Su afecto por Anderson Imbert no le impide confesar que su profesor se sentía rival del autor de Ficciones. “Aunque escribió cuentos fantásticos mucho antes que Borges, no tuvo su fama ni su valor. Pero Anderson Imbert era una persona de tanta humanidad e inteligencia que pudo ‘perdonarlo’ a Borges.”

Cuando Yates escribía su trabajo sobre el relato policial argentino, tradujo a Walsh al inglés. “Rudy (así lo llama al autor de Operación masacre) me ayudó muchísimo con mi tesis, y a partir de 1962 compartimos una larga amistad que duró hasta su muerte.” La traducción de Rosaura a la diez, “esa obra genial con cinco voces diferentes”, la hizo de noche, cuando regresaba a su casa después de dar clases. “Francamente no recuerdo que haya sido una experiencia difícil traducir esas voces, Rosaura, Milagros Ramoneda, David Reguel, Camilo Canegato, Eufrasia Morales, ¡qué lindo nombre para una maestra jubilada!”, admite. Sobre el arte de la traducción y el famoso lema italiano “traduttore, traditore”, Yates objeta el concepto de traición. “No es cierto que el traductor sea un traidor, aunque como traductor sé que he arruinado a algún autor.”

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“El padre fue responsable de que Borges escribiera en español de una forma totalmente singular.”
Imagen: Jorge Larrosa
 
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