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Viernes, 13 de febrero de 2009

UN NUEVO TOMO DE LA COLECCIóN CONTINUARá DE FIERRO

El Quijote cabalga a pedal

Mañana, junto a la edición número 28 de Fierro, aparecerá El caballero del piñón fijo y algunas historias sin ruido. Domingo “Cacho” Mandrafina y Carlos Trillo recuerdan los desafíos y placeres que les deparó su notable trabajo conjunto.

 Por Lautaro Ortiz

Como hace veintitrés años, el dibujante Domingo “Cacho” Mandrafina le pone otra vez el cuerpo al debut de El caballero del piñón fijo. Antes fue en octubre de 1985 –número 14 de la antigua Fierro–, a propósito del capítulo inicial. Allí se lo veía con campera de jean, sentado en la redacción de la revista hablando del porqué y el cómo de su nuevo trabajo. Hoy lo vuelve a hacer –con la misma generosidad, con la misma humildad–, pero sabiendo que el motivo difiere en tamaño y páginas: por primera vez aquella historia se edita en formato libro en la Argentina. Y eso gracias a la Colección Continuará –dirigida por Juan Sasturain–, que eligió para el segundo tomo uno de los trabajos más curiosos de la dupla Mandrafina-Trillo. A los seis capítulos de El caballero... se les suman Algunas historias sin ruido, historietas mudas realizadas por ambos autores en la misma época que el andante de la bicicleta.

“Me impresiona mucho lo de los veinte años. Pasaron muy rápido, y para colmo son algunos más”, dice el dibujante, para luego apelar al recuerdo: “Lo primero que pensé cuando Trillo me dio el guión fue ‘¡qué embole, tener que dibujar a un tipo en bicicleta durante toda la historieta!’. Ya me resultaba difícil cuando tenía que dibujar una ocasionalmente, ¡imagínese a un protagonista dándole todo el tiempo a los pedales! Pero después, como era de esperar, eso pasó a un segundo plano y el relato, con su estilo paródico, y el personaje mismo, me envolvieron y me olvidé de la bicicleta. Incluso, creo que llegué a dibujarla bastante bien.”

Según explica Sasturain en el prólogo, El caballero del piñón fijo es una “obra inteligente e inspirada, de rara perfección en su factura y absolutamente original”, que “retoma en tono de negra farsa la empresa quijotesca del esforzado andarín que sale al camino acaso ya no por impulso interior, sino de simple, engrupido mandado; y no a desfacer entuertos, socorrer viudas y defender doncellas, sino a cumplir –para el poder– una tarea escalonada de estructura clásica y oscuros fines. Mutatis mutandis, del rocín a la bici, de la armadura al traje de deshollinador, de Alonso Quijano a The Lone Ranger, de los caminos de Castilla y la aventura caballeresca a los tragicómicos senderos del grotesco más contemporáneo, el patético flaco pedalea solo pero acuciado, comentado, producido por un coro cirquero que glosa su penosa saga. Va hacia el polvo y al polvo volverá”.

El tándem Mandrafina-Trillo se inició a fines de los ’70, cuando el guionista ya había alcanzado la plenitud de su oficio con trabajos recordados como El Loco Chávez, Las puertitas del Señor López, El último recreo, Merdichesky y Charlie Moon (con Horacio Altuna) y series como Alvar Mayor, El Peregrino de las Estrellas y Marco Mono, con Enrique Breccia. Por su parte, Mandrafina brillaba con Savarese, de Robin Wood, y El Condenado, de Guillermo Saccomanno, entre páginas y páginas geniales para Columba y Record. Cuando se pusieron a trabajar juntos, hicieron maravillas: basta mencionar Husmeante, Ulises Boedo, Peter Kampf y Cosecha verde, para dar una idea de la fuerza creativa de ambos autores. Y no menos recordables fueron aquellos trabajos publicados en los primeros años de la década del ’80, cuando Mandrafina y Trillo andaban por el mismo camino estético: “Fue un período de gran producción tanto para Cacho como para mí”, explica Carlos Trillo. “Las historias mudas y El caballero... eran el tipo de relato que más nos gustaba hacer: a mí me permitía desarrollar un poco la parodia y Cacho descubría que en ese sitio se sentía tan cómodo (o más) que en las aventuras serias.”

–Mandrafina, ¿piensa lo mismo que Trillo?

–Totalmente. Las historias mudas, con su inevitable referencia a los cortos de cine mudo que veíamos de pibes, me permitieron trabajar un material con humor bastante negro en algunos casos y agregar registros a mi trabajo, que estaba entrenado en aventuras casi exclusivamente policiales. Y salir para otro lado en historieta siempre es bueno para evitar las recetas de la rutina que tiene en su raíz.

–¿Qué tipo de dificultades le planteó la historia, si es que la hubo?

–Sólo lo de la bicicleta. En esa etapa yo tenía un entusiasmo muy grande por la profesión y las dificultades me servían para mejorar mi trabajo y buscar la mayor variedad de recursos técnicos, tanto en el relato como en lo gráfico. Una exigencia que disfruté mucho era la galería de personajes que proponía la historia, que para mí es fundamental. Siempre me consideré más historietista que dibujante; encuentro el sentido del dibujo y de los personajes en medio del relato.

–¿Las historias mudas significaron un desafío mayor?

–Sí, porque fue un trabajo anterior y era mi primera experiencia con la ausencia de textos, que es una cuestión distinta a la que me planteaba con El caballero.... Cuando Trillo me propuso esas historias sin texto, para mí fue un desafío. Pero mientras las iba haciendo me di cuenta de que no, que en realidad es casi igual que otros trabajos. El argumento existe, el guión también, ya que la secuencia del relato la marca el guionista y, encima, con más detalle que cuando usa los diálogos. Lo único que hay que hacer es pensar más en el código de lectura de la historieta, ya que al lector sí le va a faltar el texto. Para el dibujante el único cambio importante es que tiene que dibujar más.

–¿Cómo ve hoy ese trabajo realizado hace veinte años?

–No soy buen lector de historietas, especialmente las mías. Lo primero que noto es el trazo con pincel. Hace tanto que trabajo la línea con pluma que no deja de llamarme la atención cada vez que veo páginas de aquellos años, con la marca inevitable de Breccia en la pincelada. Con el tiempo creo que logré disimularlo.

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“Una exigencia que disfruté mucho era la galería de personajes que proponía la historia”, recuerda Mandrafina.
 
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