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Domingo, 2 de enero de 2011

OPINION

10 recuerdos del 10

 Por Eduardo Fabregat

Ya está, ya pasó. Queda esa niebla después de los grandes y medianos festejos, eso que resuena dentro de la cabeza, parece una manada de elefantes enfurecidos y suele llamarse resaca. Final para 2010, puerta de entrada al primer año de la segunda década y, en un fin de semana largo, caluroso y arrastrado, buen momento para repasar diez postales del año ’10.

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De oferta. Fue una gran temporada teatral, y no extraña si se tiene en cuenta la potencia de los teatristas argentinos. Los independientes festejaron que al fin, después de meses y meses de vueltas, vacíos legales y tramoyas de inspección, el GCBA se dignó extender habilitaciones a sus salas. Pero los dos hechos más llamativos de 2010 relacionados con el teatro pasaron por otro lado: el banco que sponsorea al Opera pretendió –y por un tiempito lo logró– desplazar la marquesina histórica de la sala de avenida Corrientes, hasta que primó la conservación histórica y debió resignarse a compartirla. El San Martín, en tanto, se convirtió en salón de fiestas: en una de tantas gracias de la ciudad PRO, los funcionarios de Macri alquilaron el teatro al empresario Andrés Von Buch, que a cambio de 80 mil dólares festejó allí su cumpleaños, show del Ballet Estable incluido. El episodio tuvo la anuencia del saliente director Kive Staiff, que se amparó en el recorte presupuestario y naturalizó una aberración administrativa e ideológica.

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Cajita feliz. Se la esperó todo el año, llegó justo para el primer aniversario de aquel Vélez. La caja Spinetta y las Bandas Eternas es una suerte de monolito reverencial para el pueblo flaquista, que perdona la discutible decisión de eliminar en los DVD todas las alocuciones de Luis en escena y que falten dos canciones de Almendra, entre alguna que otra desprolijidad. No le resulta difícil: repasar las performances de Pescado Rabioso, Almendra y los modernísimos Invisible; reencontrar la mágica emoción del dúo Spinetta/Rapoport, revivir los cruces con Charly y Fito, y que se haga un nudo en el ánimo cuando aparece Cerati, convierten a esos tres CD, tres DVD y dos libros de fotografías en una de las experiencias culturales del año.

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ACV. Fue a mediados de mayo, el terremoto permanece. Inmediatamente después de un show en México, Gustavo Cerati sufrió un ACV y quedó en coma profundo, y sigue sin despertar. Huelgan las palabras para traducir lo que eso significa en escala humana y artística: Cerati es una de las figuras fundamentales del rock hecho en Argentina, e imaginarlo inmóvil en una cama de hospital dispara una extraña forma de angustia. Todas las presunciones alrededor del porqué del episodio, de la vida de una estrella de rock y las presiones de la carretera tienen razón de ser pero se empequeñecen ante esa angustia y la inevitable convicción de que, aunque despierte, ya nada será igual.

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Temblores. La tendencia a la ineptitud del gobierno porteño volvió a quedar de relieve cuando, tras el derrumbe de un gimnasio en Villa Urquiza, la caída del entrepiso de Beara mató a dos jovencitas. El boliche no tenía habilitación para realizar fiestas públicas, y entre sus propietarios figuraba un funcionario PRO. Sucedió en pleno debate por los temblores en el Barrio River y la cada vez más acotada cantidad de lugares para la música en vivo, grandes o pequeños: para terminar de darle a todo el paquete un giro de comedia, el Gobierno de la Ciudad organizó una medición de pogo y saltos en el Monumental. Los doscientos jóvenes que participaron, con remeras amarillas, saltaron al entusiasta grito de “Macri, basura, vos sos la dictadura”.

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Piquete afinado. No fueron las únicas manifestaciones de protesta frente a la gestión cultural en la ciudad. Decenas de artistas grabaron videos para defender el Centro Cultural Bonpland, símbolo de la situación de muchos espacios. La clausura del escenario de Café Vinilo durante un concierto de Diego Schissi colmó la paciencia de varios, y los músicos sacaron a relucir un espíritu de unidad inédito para reclamar la reglamentación de la Ley 3022. Los tres lunes consecutivos con corte de la Avenida de Mayo –y algunos de los cánticos políticos más afinados del año– obligaron al ministro de Cultura, Hernán Lombardi, a negociar con los representantes de músicos y boliches. La ley, que estimula la actividad musical en la ciudad, se reglamentó dos meses después.

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Espejito, espejito. Fue, también, año de divismos. A la cabeza, por supuesto, Marcelo Tinelli, rey del rating y divo número uno de la pantalla chica: su programa pisotea una y otra vez al buen gusto, pero evidentemente es lo que el público demanda a la hora de distraerse. Sin tanto ascendente sobre la audiencia, Mirtha Legrand verbalizó las preocupaciones que tiene en la actual coyuntura política cualquier anciana millonaria de rancio abolengo, un abolengo que incluye el explícito apoyo a la última dictadura militar. Cuando a Federico Luppi se le soltó la cadena y remarcó esa catadura moral en un programa del Uruguay, la señora buscó victimizarse, pidió la intervención de Cristina Fernández e interpeló: “¿Qué es esto, una dictadura?”.

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Paralelismos. La tragedia de la Love Parade alemana trajo inequívocos ecos de República Cromañón: una única salida para la multitud, una estampida, más de veinte muertos, centenares de heridos. Pero también por las estrategias judiciales de los responsables, que se escudaron en el silencio para ver cómo zafar en los estrados. El sexto aniversario del 30 de diciembre llegó con una redoblada expectativa por lo que pueda suceder en febrero, cuando la Cámara de Casación se expida sobre las apelaciones. Mientras tanto, Patricio Fontanet disolvió a Ca$hejeros y ahora toca con otros músicos, bajo el nombre Casi Justicia Social.

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Medios al desnudo. La radicalización del enfrentamiento entre el Gobierno y los medios monopólicos se tradujo en una inédita conciencia del público del funcionamiento de las líneas editoriales. La difusión del caso Papel Prensa, la exposición de los intereses comerciales del Grupo Clarín detrás de cada titular y cada zócalo pusieron a la luz hechos que antes se meneaban en pasillos y despachos. Mientras 678 operaba como contrabalance de tantas mentiras y operetas y Fibertel intentaba un cacerolazo virtual sin éxito, un grupete de jueces trató de poner todos los palos posibles a la ley de medios que reemplazó a la de Videla. En esa guerra mediática hubo una importante cantidad de artistas e intelectuales que declararon un decidido partido por el gobierno. Tan importante, que el Grupo debió cancelar los Premios Clarín Espectáculos, con los que intentaba desbancar al Martín Fierro desde hace unos años. No por temor a que los artistas no fueran, sino por lo contrario: por temor a que los artistas fueran y dijeran cosas inconvenientes en el escenario.

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Do re militancia. Los festejos del Bicentenario, esa toma de las calles en paz y alegría, habían consolidado un espíritu de época palpable. La muerte de Néstor Kirchner produjo otro fenómeno de expresión popular, y el rescate de la militancia que se vio en esos días alcanzó también a los artistas. Como prolongación de aquel apoyo a la ley de medios y otras acciones del Gobierno, en Facebook apareció el grupo Músicos con Cristina, decididos a eliminar la histórica desconfianza en la militancia y trabajar por un proyecto de país más solidario e inclusivo. En pocos días llegaron a 5 mil miembros, sobre el cierre del año tuvieron su primer encuentro físico, a puro brindis y estribillo.

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Pogos. Fueron dos ceremonias bien diferentes, pero que resaltaron una buena síntesis del año rockero. En el Hipódromo de Tandil, el Indio Solari presentó El perfume de la tempestad y arrastró a a 90 mil personas que pusieron el cuerpo para el pogo más grande del universo. Paul McCartney, inoxidable, llenó dos veces la cancha de River con un concierto de alto poder emotivo y artístico. Allí el pogo fue simbólico: la prueba de temblores obligó a que en el césped hubiera sillas, lo que condiciona el futuro de los espectáculos en el Monumental. Lo que quedó claro, luego de tres horas de misa Beatle, es que hay cosas que siempre trascenderán la tiranía de un calendario.

Feliz 2011, lector.

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Imagen: Bernardino Avila
 
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