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Domingo, 16 de abril de 2006

LOS DOCUMENTALES APOCRIFOS

Un aporte más a la confusión general

Los falsos documentales First on the moon, I am a sex addict y The war game trascienden para cuestionar el estatuto de la verdad mediática.

 Por Julián Gorodischer

Caveh Zahedi, director y protagonista absoluto de I am a sex addict, reconstruye su supuesta adicción al sexo con prostitutas. Es un monologuista del género stand up que habla a cámara y subraya las fallas de la reconstrucción dramatizada: su humor crece cada vez que puntúa los ruidos de su relato apócrifo. Con algo del humor sexual de Woody Allen –monotemático, autorreferencial–, la película cuestiona el peso propio de la verdad documental: poco importa si el drama del hombre tentado, imposibilitado de consolidar una pareja estable, sucedió o no. ¿Se apoya en una verdad autobiográfica o utiliza la fantasía para dar forma a su pasado? En I am a sex addict reaparece la función elemental de un fraude legitimado: cuestionar las leyes de un género, relativizar el ¡drama! del hombre contemporáneo y poner en el tapete la pureza de la información dura (aquel panteón del documental de Nat Geo): esa blancura se mancha en I am..., pero también en otras perlas falsamente documentales del Bafici como First on the moon (del ruso Alexei Fedorchenko, en competencia oficial) o The war game, del inglés Peter Watkins.

El apócrifo, que se presentó muchas veces con intención moralizante (en la fábula radial de Orson Welles sobre Guerra de los mundos o en la biografía trucada de José Máximo Balbastro, ídolo literario narrado en el programa El monitor argentino por Jorge Dorio y Martín Caparrós) se desprende en I am a sex addict de esas típicas advertencias sobre “el modo en que los medios manejan las creencias de la masa” y se liga a un humor más primario: el director se empalaga transgrediendo un verosímil; filma en San Francisco como si fuera París, o repite a una misma actriz en dos papeles, o exagera la actuación de su sexopatía hasta parecer más un sátiro que un conflictuado. El grupo de sexadictos anónimos, la obsesión por el sexo oral, la visita compulsiva a casas de masajes enfatizan la parodia... Caveh Zahedi, que fue uno de los personajes animados de Despertando a la vida de Richard Linklater, utiliza como recursos películas caseras, recreaciones ficcionales, escenas animadas.... Su reacción a otros modos de construir biografías tambalea cuando toma un viso aleccionador (la pareja estable como garantía/seguridad), pero, en medio del pastiche de tonos y discursos, toda palabra dicha podría estar allí como afirmación o parodia.

First on the moon, el film de Alexei Fedorchenko en competencia oficial, recorre el camino opuesto al de Zahedi: si I am... se esfuerza en subrayar la falla, First... toca todas las fibras correctas de construcción de un verosímil: entremezcla materiales históricos de archivo del pleno stalinismo con una fantasía de carrera espacial en la que la Unión Soviética se habría adelantado treinta años a la llegada de Estados Unidos a la luna. Fedorchenko propone una hipérbole de los mitos de la Guerra Fría: espías, secretos, culto al heroísmo oficial y, siguiendo el camino opuesto al de Zahedi en I am a sex addict, arriba al mismo destino: el cuestionamiento fuerte al estatuto de lo verdadero y lo falso. First..., como relato complejo, imagina una URSS posible: incluyendo una trama oculta de silenciamiento, búsqueda del superhombre, arenga pro nacionalista en la escuela o la alcoba. Aquí hay una reflexión interesante sobre los modos en que se inscribe el acontecimiento en la historia: de cómo el mismo material documental, pasado de contexto, o comentado con intención desvirtuadora, pero a la vez legitimado con un premio al Mejor Documental en el Festival de Venecia (algo que ocurrió para sorpresa del director), puede cruzar la frontera de la ficción.

The war game, del inglés Peter Watkins, da otra vuelta sobre la Guerra Fría y se suma al mito del documental apócrifo: ser una obra de efectos revulsivos, desatar un inmenso equívoco que aleccionaría sobre el modo habitual de los medios masivos/la industria cultural. Con la obra The war... se cumple la regla, más aún que en las dos antes mencionadas: este falso documental encargado por la BBC en plena Guerra Fría para alertar sobre los efectos de una guerra nuclear fue prohibido para su transmisión en esa señal y se difundió durante veinte años de boca en boca, en proyecciones en cinematecas que aumentaron la fama de su director. Esta fantasía paranoica sobre el modo en que una sociedad reaccionaría ante una catástrofe nuclear incluye: imágenes en blanco y negro sobre el confinamiento de los habitantes, víctimas deformadas, policías fusilando fríamente a saqueadores, todo ambientado en un pequeño poblado inglés. “Tiene la fuerza revulsiva de Saló de Pasolini”, la promocionó el escritor Elvio Gandolfo. Ocurrió lo que se esperaba: ese equívoco tan afín al apócrifo. The war game ganó un Oscar al Mejor Documental en 1967, completando el círculo virtuoso del género: hacer un pequeño/gran aporte a la confusión general.

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