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Lunes, 15 de diciembre de 2014

LUIS EDUARDO AUTE SE PRESENTA ESTA NOCHE EN EL TEATRO COLISEO

Claves de un artista integral

La música, la pintura, la poesía y el cine se funden en este español nacido en Filipinas. “Me gusta trabajar entre bastidores”, señala Aute, que mostrará su último CD, El niño que miraba el mar. Antes, se proyectará un cortometraje de su autoría: El niño y el Basilisco.

 Por Cristian Vitale

Luis Eduardo Aute viene de dar la vuelta al mundo, casi. Está cansado, ojeroso, sin dormir. Se le nota en la mirada y en el cuerpo. Sin embargo, fuma –y bastante–. Se toma un buen whisky y luego matiza con ron. Se sienta en el patio de un hotel porteño, mira el cielo, respira hondo –o todo lo hondo que puede– y lanza un “qué gran ciudad es ésta... qué gente guapísima”. Está, también, contento y distendido. Está disfrutando. “Me siento muy cómodo aquí”, agrega el “español” nacido hace 71 años en Manila, en las horas previas a la anteúltima parada de la extensísima gira presentación de El niño que miraba el mar, y que tendrá hora y espacio hoy a las 20.30, en el Teatro Coliseo (Marcelo T. de Alvear 1125). “El disco tiene canciones muy diversas, pero siempre necesito tener un punto de referencia, un núcleo a partir del cual empezar a escribir, y en este caso fue una imagen”, enmarca Aute, sobre un factor determinante que detallará en breve. “Pero el eje es el amor, claro. Toda mi discografía está basada en las canciones de amor, porque creo que tanto una canción como un poema o cualquier obra de arte surge de una necesidad amorosa. Es desnudarse y expresar emociones o fantasmas personales a un interlocutor perfecto, la mayoría de las veces imaginario, que va a entender lo que le cuentas, y no te va a poner ningún obstáculo... la relación de amor perfecta”, se ríe el músico, poeta y pintor.

La presentación puntual del disco estará precedida por un cortometraje de su propia autoría (El niño y el Basilisco), cuyo relato ancla en dibujos “en animación” hechos por él. “Yo hice una experiencia años atrás con un largometraje que se llamó Un perro llamado dolor, y que me llevó cinco años de trabajo, entre el guión, los dibujos y la música... eso me abrió una nueva manera de entender el cine, a través de simples dibujos. Fue la raíz de este cortometraje, que surge de la canción que da título al disco: ‘El niño que miraba al mar’. Y tanto la canción como la película hablan de una situación imprevista: una fotografía que me tomó mi padre cuando era chico, en el malecón de la bahía de Manila, mirando el horizonte, y su conexión con otra que mi hija me tomó en el malecón de La Habana en 2011. Cuando la vi me sorprendió porque era igual a la que me había hecho mi padre”, desarrolla el músico.

–Un déjà-vu real...

–¡Tal cual! Cuando se lo conté a mi hija, ella y su hermana hicieron un montaje de ambas fotos... me juntaron a mí conmigo mismo sentado mirando el mar. Cuando vi la imagen me impactó fuertemente por la imposibilidad de ese encuentro ¿no?, ese encuentro de uno con uno mismo, con toda una vida de por medio. Esa imagen provocó la canción, el disco, y la película.

–La multiplicidad, claro. A propósito, ¿Qué fue lo primero en usted: la pintura, la poesía, la música o el cine?

–La pintura. Empecé a pintar desde muy joven, con la idea muy clara de que quería ser pintor, y lo sigo siendo, incluso con más regularidad que la música... diría que es el medio que más conozco. La música fue mucho después.

En 1968, puntualmente. Aute había pasado los veinte años cuando se animó a plasmar sus primeras canciones en un disco debut (Diálogos de Rodrigo y Gimena), que no tuvo su correlato en vivo sino hasta diez años después, y con siete discos más sobre los hombros. “La verdad es que les tenía pánico a los escenarios, pero tuve que agarrar el toro por los cuernos, no tanto por voluntad propia sino empujado por compañeros y amigos, que me decían que lo lógico era que defendiera mis canciones con la gente presente ¿no?... al final vencieron ellos y perdí yo”, se ríe.

–¿En qué lugar cantó en vivo por primera vez?

–En Albacete, en un recital colectivo organizado por la CNT, el sindicato de los anarquistas. Subí aterrado porque pensaba que la gente no conocía mis canciones, pero cuando empecé a escuchar que las cantaban, me tranquilizó un poco. Vencí el miedo, pero hasta ahí, porque aún le tengo cierto respeto al escenario. No acabo de asumir que la gente salga de sus casas y pague una entrada para escucharme. ¿Quién soy yo para contarle a nadie nada y encima obligarles a acudir dónde yo esté? La verdad es que me gusta trabajar entre bastidores, en el taller, más que ponerme debajo del foco.

–Cosa de pintor, más que de músico...

–(Risas.)

–¿Hay algún referente de la pintura y otro de la música que se puedan “unir” en lo que usted hace, en su concepto del arte?

–Podemos estar días hablando de esto. Está la ópera que amaba mi padre y que por supuesto mamé de chico. Sobre todo la italiana. También Atahualpa Yupanqui, que fue uno de los provocadores para que empezara a escribir canciones. O George Brassens y la canción francesa, que me ayudó a entender que se podían escribir textos con dimensión poética, y Bob Dylan, claro, porque cuando apareció él, yo era un obsesionado lector de la poesía surrealista francesa y él escribía textos medio surrealistas, también, pero en inglés ¿no?... textos muy largos, con una guitarra simple y una voz horrible que me llevó a pensar “si este tipo escribe canciones, yo también lo puedo hacer”.

–Bien, ¿y el vínculo con la pintura?

–Velásquez, Goya y Picasso, españoles los tres ¡qué se le va a hacer!... también tuve influencia de los expresionistas alemanes, pero después los abandoné y me dejé llevar por los surrealistas.

–Ahí está el vínculo... el surrealismo en la pintura y en la música. ¿Cómo involucra a la figura de Yupanqui en este cuadro?

–Conocí a Yupanqui en 1968, la primera vez que fue a España. Conocía sus canciones pero no lo conocía personalmente, y tuve ese privilegio como testigo directo de la grabación de dos de sus discos. Con él descubrí una manera muy profunda de entender la canción, que le salía de las vísceras. Luego conocí la música de Piazzolla y me fascinó tanto que creo que hay en mí una influencia suya en la manera de entender la música popular. Y ahí está, creo que sigo componiendo canciones con el espíritu de Yupanqui y de Piazzolla gravitando sobre mí. La verdad es que ninguno de los dos le tenía miedo a la libertad... y esto es surrealismo, también.

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“Tanto una canción como un poema o cualquier obra de arte surge de una necesidad amorosa”, destaca.
Imagen: Guadalupe Lombardo
 
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