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Miércoles, 7 de septiembre de 2005

LAURIE ANDERSON, “THE END OF THE MOON”, EL AVANCE DE LA TECNOLOGIA Y LA POLITICA DE ESTADOS UNIDOS

“Llegué a cansarme de las grandes puestas”

La artista estadounidense abre hoy el Festival Internacional de Buenos Aires con un espectáculo relacionado con su “residencia” en la NASA. Pero el universo de Laurie Anderson va más allá de un espectáculo y ofrece una visión moderna que no pierde humanidad.

 Por Eduardo Fabregat

Fue en 1990, pero la impresión de quienes estuvieron aún perdura. En el Opera, Laurie Anderson presentó Strange angels con una puesta impactante y textos en un castellano aprendido por fonética. Canciones hermosas, textos agudos, poemas delicados, en la voz de una mujer menuda pero llena de energía creativa, dueña de un talento singular para aunar lenguajes y estéticas. Laurie pasó y dejó la impresión de algo irrepetible, incomparable por la simple razón de que es difícil hallar otra artista multimedia que conjugue tanto... y tan bien. Tuvieron que pasar quince años –en este país, una eternidad–, pero la apertura del V Festival Internacional, hoy en el Alvear, tiene el sabor del reencuentro: Laurie Anderson presenta, hasta el domingo, The end of the moon, una especie de “poema largo” (en su idioma original, con subtítulos) con música y proyecciones, en parte producto de su experiencia como “artista residente de la NASA”. Y si tener a Anderson sobre el escenario es gratificante, más aún es entrevistarla: una dama cortés, inteligente, entregada con gusto a la charla aunque hace tres horas que se bajó del avión y la esperan para una prueba técnica.
–Disculpe la ignorancia, pero... ¿qué significa ser una “artista residente de la NASA”?
–No se preocupe, todos eran bastante ignorantes. Cuando me llamaron les pregunté eso, y la respuesta fue “No sé”. Hubo que inventarlo. The end... es como un recorrido por los lugares por los que pasé.
–¿Y con qué se encontró?
–Estuve en lugares donde hacían control de misiones, el telescopio del espacio, nanotecnología... con la NASA es imposible generalizar. Hay gente que trabaja en áreas muy distintas. Y no tenían ninguna curiosidad sobre mí, andaba con mi placa y me presentaban a un astronauta que decía “ah, sí, artista residente” y eso era todo, no preguntaban nada. Son adictos al trabajo, no tienen tiempo para hablar con la artista residente.
–El título The end of the moon tiene una carga de melancolía.
–Tiene que ver con el contraste entre la tecnología y una idea romántica de la Luna. Habla del fin del romanticismo. Ahora que la tecnología y el capitalismo cruzan sus caminos, una de las preguntas es quién es dueño de la Luna. Es un nuevo tipo de colonización, los chinos ya pusieron su bandera, los americanos tratan de plantar la suya en Marte...
–¿Tiene algún sentido que un hombre vaya y clave su bandera?
–No, claro... Pero aquí vino un español y plantó su bandera, y ustedes aún hablan español. Eso dice un par de cosas sobre la colonización, ¿no?
–Y mete un poco de miedo, teniendo en cuenta lo que hicieron los españoles con el continente, sus habitantes y riquezas...
–La colonización es algo bastante odioso. Ellos tenían el barco más rápido: la carrera espacial es lo mismo. Pero el espacio está asociado con la idea de futuro. Agarrás el telescopio y preguntás “¿Cómo llegamos allí?”, no “¿de dónde venimos?”. Lo que comenzó con cierto romanticismo se convirtió en una cuestión comercial. Si ves cómo se siente la gente con respecto al espacio, podrás ver cuáles son sus aspiraciones, su nivel de esperanza y fantasía. Ahora es un trabajo, “lleguemos, extraigamos los minerales, blablá”. Los proyectos más visionarios son los que me entusiasman. Uno es forestar Marte, un proyecto de diez mil años. Es fantástico, porque hay que ir a algún lado, y hacer un buen plan es inspirador.
–Da algo de esperanza frente a lo que queda de este planeta.
–Ahora sabemos más para diseñar algo que pueda funcionar. Si se piensa por qué cayeron las grandes civilizaciones del pasado, es más o menos lo mismo: tirar abajo los árboles, destruir todo... Ahora al menos sabemos lo que estamos haciendo, y es un avance. El otro proyecto que me enamoró combina tecnologías para construir una escalera al espacio.
–¿...?
–¿Conoce la historia de la planta de habichuelas? Bueno, es ese concepto. Están desarrollando una tecnología orgánica que crece. Llegar al espacio consume una enorme cantidad de combustible, entonces la idea es ahorrarlo llevando la nave a una plataforma espacial. Algunas de estas tecnologías son fantásticas, un plástico que se disuelve en el agua... Se puede ver a la tecnología de un modo pesimista u optimista. Yo hice muchos grandes espectáculos multimedia, pero llegué a cansarme de las grandes puestas. La compañía de autos, la compañía de moda, todos utilizan esa presentación en la que apretás un botón y wow, sale una gran cosa. Y yo pienso “Sí, ¿y qué? Otro gran show”. A veces me gusta, y hay gente que lo hace muy bien. The end... es tecnológicamente muy complejo, pero luce muy simple. Desapareció todo, todo está controlado por mi laptop. Software y números. Y un teclado muy pequeño, unos pedales, el violín y es todo. The end... es un poema largo, en el que el violín es mi compañero emocional. Yo cuento la historia y él llora. Al principio la música era más complicada, y me di cuenta de que no todo puede tener la misma fuerza. El lenguaje lidera y la música da la base.
–Pero en sus espectáculos el lenguaje siempre tuvo importancia.
–Yo siempre estoy cambiando los formatos, en estos dos años estuve mucho en Japón e hice una película, música para caminar por unos jardines, esculturas electrónicas... Lo lindo de ser una artista multimedia es que nunca tenés que elegir, podés incorporar pintura, fotografía, estampados con papa, lo que sea. Quizá no seas muy bueno en ninguno, pero mi ambición nunca fue “superarme”. Conque funcione está bien.
–En un espectáculo en solitario, ¿no se corre el riesgo de no terminar nunca, no tener un cambio de ideas que permita cerrarlo?
–No hay nadie con quien al bajar del escenario puedas decir “¿No estuvo bárbaro?”. Extraño la colaboración. Pero en Japón trabajé con demasiada gente, y esto es como un antídoto. Eran producciones de cien personas, demasiadas mentes y opiniones. El resultado a veces es impersonal, y un poquito demasiado brillante, demasiado profesional.
–Estos años son de gran explosión en las tecnologías y el acceso a ellas. ¿No puede ser paralizante tener tanto al alcance de la mano?
–Sí, pero... dicen que es muy diferente pero no es tan diferente. “El sistema once, ¡tenés que tenerlo!”, y no es tan diferente al sistema diez. Todo va más rápido, sí, pero me encanta, porque quiero tener cada vez menos. La última vez que vine, el equipamiento que traje ocupaba todo este salón. Ahora mi equipamiento entra en ese rincón, y espero que el próximo tour entre en mi bolsillo, que me baje todo de internet en el momento. Mi idea es ser un trovador electrónico, poder viajar liviana. La tecnología libera a la gente, no la esclaviza. Y creo que incluso la laptop es una fase pasajera. Cuando diseño instrumentos trato de que sean muy portables. Y me aburren los shows con muchos teclados: es como ver gente planchando.
–Todo es cada vez más pequeño, cada vez más rápido.
–Yo veo a nenas que se familiarizan tan rápido con la tecnología... aún no saben escribir, pero tienen cámaras, y filman y editan y graban un DVD... ¡¡y tienen 5 años!! Para ellos eso es aprender a escribir. Un amigo le enseñaba una canción a su hijo en el teclado, y le mostraba los sonidos, piano, órgano... y el chico le dijo “Papá, este teclado tiene un montón de fuentes”. Eso es una clase de persona diferente, la primera generación realmente digital. La evolución le va a permitir a la gente recuperar su cuerpo, no va a estar atada a un lugar. Es, también, una situación sin escapatoria: tengo en mi teléfono un mail recordándome que tengo que ir a un website para bajar un gran catálogo. Me imaginé que en Buenos Aires podría tomarme un par de horas fuerade contacto... Entonces, siempre en el escritorio, pero ahora llevo el escritorio conmigo. Trato de no ser excesivamente entusiasta con la tecnología, pero es placentero: me permite estar en contacto con el mundo físico, no tengo que ir hasta la biblioteca. Puedo estar en un parque consultando la Wikipedia.
–Muchas personalidades de la cultura tuvieron una postura crítica sobre la situación política en EE. UU.. A pesar de ello, el cuadro no cambió para bien. ¿Por qué la cultura no puede influir de modo decisivo en la política?
–Desde mi punto de vista, la situación política en mi país es desastrosa. Hay una desconexión entre lo que la gente hace y lo que cree que está haciendo. La gente normal tiene buena voluntad, hoy llamás a información en New York y lo primero que hacen es pedirte una colaboración con la gente de New Orleans. Y en el mismo país tenés Halliburton: codicia absoluta, corrupción absoluta. Esta última elección fue un shock. Para mí fue un tifón. Una administración que maneja los medios y que dispara un mensaje de “hay una guerra, no cambiemos nada”. Es una situación brutal. Cuando alguien protesta, llega la presión. Tenemos un presidente con medio cerebro. No es una situación muy diferente a la de Reagan: hacen un presidente terrible, pero serían un gran rey. Medio estúpido pero con buenas intenciones, campechano... Son tipos hasta queribles, pero le dieron mucho poder a gente que es mala, codiciosa. Bush dice que “Nuestros padres fundadores creían en Dios y en el país”. ¿Y sabe qué? ¡Es mentira! Usted está equivocado, ¡lo siento! Para los hombres que firmaron la Constitución de EE. UU., el punto era separar la Iglesia del Estado, no crear un estado clerical que decidía lo que estaba bien o lo que estaba mal. Y se inspiraban en la idea francesa de libertad individual y derecho a la libertad de expresión, algo que hoy fue borrado.
–Hasta el punto de encarcelar a una periodista.
–Si hablás, te cortan. La gente tiene miedo. Hicimos una lectura de la Constitución de EE.UU. con varios artistas. Tres días después, los que participamos fuimos avisados de una inspección de impuestos, revisando cada centavo. ¿El gobierno presionando gente? ¡Oh, no, cómo se le ocurre, no sería democrático! ¡Y por leer la Constitución! Pero sé que no soy la única que piensa que hay algo mal, que se da cuenta de que esta no es una cultura de consumidores felices. Esa desesperación no se expresa libremente, pero no quiere decir que no exista. Las cosas a veces funcionan de un modo más reposado, pero dejan su marca. Hace treinta años, Bob Dylan no era un número uno, pero cantaba cosas que representaban otra opinión. Y eso quedó.
–¡Y seguro que también le revisaban las cuentas!
–¡No tenga duda! (risas)

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“El violín es mi compañero emocional: Yo cuento la historia y él llora.”
 
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