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Viernes, 6 de octubre de 2006

MURIO LA ESCRITORA MARIA ANGELICA BOSCO

Una mujer liberal, elegante y rebelde de profesión

Tenía 97 años. Fue la primera autora de género policial y ganó el premio Emecé con La muerte baja en el ascensor.

 Por Silvina Friera

“Soy liberal, desobediente y rebelde de profesión.” Así se definía María Angélica Bosco, que murió el martes a los 97 años, en una entrevista reciente con Página/12. Aunque decía que no estaba jubilada del todo, ya no escribía libros para publicar; sólo tomaba notas en su diario íntimo cuando tenía ganas porque había descubierto que le encantaba descansar. No le gustaba que la calificaran como la “Agatha Christie” argentina por haberse dedicado al género policial, pero una vez en la Feria del Libro firmó un autógrafo a una señora que la había confundido con la escritora inglesa. “Las mujeres aburren a los lectores contándoles qué malos son los hombres y qué desgraciadas son ellas. La literatura femenina era un gran pañuelo. Yo no quería hacer eso, entonces por compasión al lector, para que se distrajera, para que se divirtiera y no me secara las lágrimas, me pareció que el policial era una oportunidad”, señaló la autora de La muerte baja en el ascensor, La muerte soborna a Pandora, La trampa, En la estela de un secuestro, Muerte en la costa del río y La muerte vino de afuera.

Una charla con esta chispeante escritora podía durar horas, porque sabía cómo sumergir a sus interlocutores en ese pasado que recordaba con alegría, nunca con nostalgia, mientras movía los dedos de sus manos –tan finas y delicadas– con tanta elegancia, que siempre llamaba la atención. Tan coqueta era que ocultaba el bastón que usaba desde mediados de 1995. Al principio no lo quería, después lo fue aceptando, aunque para conformarse –siempre se jactaba de su buena salud y de su autonomía– contaba que el bastón le inspiraba veleidades de reina. Para ella el humor empezaba por casa, burlándose de sí misma, por eso afirmaba que era “la típica tilinga de Barrio Norte”.

Imposible no reírse con los comentarios de la Bosco, como cuando respondía a la pregunta de si tenía novio: “¡No, Dios me libre, están todos bajo tierra! Los sobreviví a todos”. De muy joven, le gustaba andar en motocicleta en Mar del Plata con un amigo. Y aunque la criticaron mucho por estos comportamientos, “demasiado osados” para una señorita de Barrio Norte, muchos años después en la Sociedad Argentina de Escritores se encontró con las mujeres que la habían cuestionado. “Y resulta que me dicen: ‘¿Te acordás cuando andábamos en motocicleta con el colorado Polledo?’. La que andaba era yo, ¡caramba!, pero las otras con el tiempo también se subieron a la moto.” Cuando el portero del edificio en donde vivía Bosco se enteró de que había ganado un premio con una novela policial, le pidió: “¿No me ayudaría a encontrar al que roba las botellas de leche?”. También hubo en ese entonces una señora que la felicitó porque había situado la acción de su novela en la Argentina: “Acá tenemos tan buenos crímenes como en cualquier otro lugar del mundo”. Cuando la Bosco hablaba, nadie la paraba.

Había nacido el 23 de agosto de 1909, pero cuando en 1954 ganó el Segundo Premio de Novela Emecé por La muerte baja en el ascensor (publicada en el Séptimo Círculo, colección dirigida por Borges y Bioy Casares), decidió “rejuvenecer” unos años y declaró que había nacido en 1917 (pasó de tener 45 a 37). Había publicado su primer libro de cuentos, El corazón de la princesa, en 1934. Fue autora de novelas, cuentos, ensayos y autobiografías como El comedor de diario (1963), Cartas de mujeres (1975), Borges y los otros (1967), Carta abierta a Judas (1971) y Memoria de las casas (1998), entre otros títulos. Fue secretaria de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) de 1965 a 1969 y condujo el ciclo Radiografía de un best seller en Radio Nacional, de 1961 a 1969. Entre 1977 y 1979 entregó varios libretos para el ciclo televisivo División homicidios de Canal 9, aunque había incursionado previamente en la tele comentando libros en Buenas tardes, mucho gusto. Trabajó como asesora en la Editorial Fabril, tradujo, entre otros, a Gustave Flaubert, Italo Calvino, Emile Zola y Rimbaud y fue secretaria del suplemento literario de Clarín, además de haber colaborado en La Nación y La Prensa.

En su libro más autobiográfico, Memoria de las casas, desmitificaba el oficio de la escritura. “No vivo como escritora las 24 horas del día, como dicen otros que hay que vivir -–planteaba Bosco–. Cuando me siento mujer y madre, me olvido de la profesión. Tampoco el ser escritora me ha servido para escabullirme de los engorros de la vida diaria. Si tengo que arrear con ellos, ¿y quién está libre?, trato de hacer lo mejor posible. Esto no tiene nada que ver con lo de ser o no ser profesional. No exageremos con lo de la profesión. Profesiones exigentes hay muchas; la de escritor es una de ellas, lo admito, una profesión que supone vocación y entrega como muchas otras y además el don de crear, que es dado y no armado. Pero lo de encaramarse a una escalera y decir ‘miren soy escritor’ en voz alta y para que todos lo oigan me parece una tontería. Escribo porque me gusta y porque elegí esa carrera, además vivo. A lo mejor vivo como escritora nomás y no me doy cuenta.”

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Bosco se burlaba de sí misma definiéndose como la “típica tilinga de Barrio Norte”.
Imagen: Rafael Yohai
 
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