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Sábado, 2 de diciembre de 2006

OPINION

Problema de cartel

 Por Eduardo Fabregat

Tarde pero seguro, ¿habrá llegado la hora de un debate real sobre Cromañón puertas adentro del rock argentino? Según los cables del jueves, la decisión del productor José Palazzo de incluir a Callejeros en la grilla del Cosquín Rock 2007 provocó que dos bandas “cabeza de serie” como Divididos y Catupecu Machu declinaran participar. Semejante patada al tablero significa un quiebre con respecto a lo que viene sucediendo desde la trágica noche del 30 de diciembre de 2004, desde que Callejeros hizo una costumbre de negar toda responsabilidad y descargar las causas de casi doscientas muertes en los demás partícipes. Es más común escuchar alguna declaración de aliento a la banda que críticas, lo cual no tiene que ver tanto con un monolítico apoyo del medio, sino que quienes hablan son músicos “del mismo palo”, mientras que los que tienen una visión crítica prefieren no entrar en polémicas públicas y reservan su opinión para el off the record.

“Fernando (Ruiz Díaz, cantante y guitarrista de Catupecu) no quiere hacer un escándalo sensacionalista de esto”, señaló a este cronista Fausto Lomba, manager del grupo. “Pero es cierto, no queremos compartir el cartel con una banda de la que nos separan diferencias de criterio y artísticas. Catupecu Machu no es una banda bengalera”, definió. Jorge “Killing” Castro, manager de Divididos, señaló en cambio que “nosotros tenemos diferencias hace tiempo con Palazzo. No es que no tocamos en Cosquín por la presencia de Callejeros... Tenemos, sí, una opinión formada sobre ellos, pero nuestro problema es con Palazzo, una persona que no tiene códigos. Así como él tiene todo el derecho del mundo a seleccionar a los artistas, nosotros tenemos derecho a decir que no”. Ante el rumor de que Attaque 77 también se sumaría a lo que empezaba a parecer un boicot, su representante Mundy Epifanio lo desmintió rotundamente: “Attaque no tiene problemas con nadie arriba del escenario... abajo puede ser, pero jamás pediríamos que una banda no toque, eso lo debe decidir la Justicia. Me parece más importante el debate sobre las barbaridades que se están cometiendo con los permisos y habilitaciones para shows”.

En rigor, ambos debates son válidos: tal como señaló este diario en varias notas, una de las consecuencias de Cromañón fue una clausura general que dejó a centenares de personas sin trabajo y un estado de histeria que lo iguala todo y abre puertas a toda clase de abusos, especialmente contra los músicos under. Pero la irresponsabilidad de Callejeros –junto a la de funcionarios, Omar Chabán y el mismo público– tuvo una incidencia directa en lo ocurrido: en un reportaje realizado por los periodistas Juani Provéndola y Damián Mercado en la revista Si se calla el cantor de octubre de 2004, Patricio Santos Fontanet señaló que “Obras es un lugar de paso... Nosotros no queríamos ir ahí porque no nos gustaban un par de cosas. La organización del lugar es distinta a la nuestra. Nosotros queremos que la gente se divierta y no echamos a trompadas a un pibe porque prende una bengala como hacen ahí (...) Cuando hacemos los temas no nos fijamos qué es lo que le puede gustar a la gente, pero cuando organizamos un show sí”. Cuando los periodistas le señalaron: “No te gusta que la seguridad de Obras eche a los que prenden bengalas, pero en Cromañón te pusiste medio fastidioso con tanto humo...”, el cantante respondió: “Nosotros no, pero ellos mismos... promediando un show en La Plata le pregunté a la gente si podía respirar, todos gritaron que no y en el siguiente tema volvieron a prender otra bengala. Los shows los damos para ellos, no para nosotros, así que vamos a buscarle la vuelta para que se puedan divertir”.

Basta comparar estas declaraciones con las palabras posteriores a aquel 30 de diciembre para entender cuál es el debate que aún falta, y por qué la actitud de Catupecu Machu puede dar pie a esa discusión de una buena vez. Muchos de los músicos que se cruzarán en el camarín cordobés con Callejeros siguen sufriendo las consecuencias del delirio bengalero. Muchos de esos músicos saben bien que –como dice Fontanet en la entrevista– el grupo sí organizó ese show maldito, que las bengalas estaban lejos de “fastidiarlos” y que “le buscaban la vuelta” a que su público se “divirtiera” encendiendo fuegos en un lugar cerrado. En la Justicia, el grupo está a punto de ir a juicio oral por “estrago doloso” con los demás responsables. Va siendo hora de que el rock deje de tirar la pelota afuera y admita que, en Cosquín o donde sea, no todos pueden compartir el mismo cartel.

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