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Sábado, 3 de febrero de 2007

DESDE HOY, 106 MURGAS LE PONDRAN MUSICA Y COLOR A UNA NUEVA FORMA DE MILITANCIA CARNAVALERA

El desafío de recobrar la mística de Momo

La porfía de los murgueros ayudó a que hubiera un impulso estatal, pero aún hay tela para cortar: el funcionario Claudio Yomaiel defiende las políticas del Programa Carnaval Porteño, mientras que el veterano Coco Romero advierte sobre el “murgocentrismo” y propone un rescate más integral.

 Por Karina Micheletto

Para algunos representa la supervivencia de una vieja tradición que las dictaduras militares no lograron torcer. Otros hablan de un fenómeno más reciente entre las clases medias porteñas, alimentado por años de talleres. Por una u otra razón, y sostenido por una serie de políticas públicas, el Carnaval porteño tomó la forma que hoy volverá a materializarse en distintos barrios de la ciudad. Durante todos los fines de semana de este mes (más el lunes 19 y martes 20, feriados de Carnaval en la ciudad) habrá 36 corsos distribuidos en Buenos Aires, de los que participarán unos quince mil murgueros de más de cien agrupaciones, con la expectativa de convocar a un millón de espectadores. Promovido y sustentado por el Estado, el actual Carnaval porteño es la consecuencia de la aparición de los grupos murgueros como actores sociales de peso, con un par de logros importantes en su haber. Un avance que algunos critican como excesivamente “murgocentrista” dentro del Carnaval.

Dos años atrás, los murgueros dieron un primer paso en la recuperación del feriado de lunes y martes de Carnaval, otorgado en principio sólo a los empleados municipales de la ciudad. Un reclamo por el que siguen realizando marchas, en busca de que el feriado vuelva a figurar en el almanaque de todo el país, tal como existía hasta que fue derogado por decreto en 1976. Otro avance murguero importante fue la sanción de la ordenanza 52.039, que declara al Carnaval Patrimonio Cultural de la Ciudad.

Desde que en 1997 la Legislatura sancionó esta ordenanza, las murgas comenzaron a funcionar organizadamente. Se creó una Comisión de Carnaval, integrada por representantes del Poder Ejecutivo, la Legislatura y las agrupaciones murgueras de la ciudad, que centraliza toda la actividad de carnavales. Esta comisión lleva un registro en el que deben anotarse las murgas (unas 106 este año) para participar de los corsos. Y también maneja un presupuesto propio, distribuyendo un millón de pesos entre todas las murgas inscriptas (un dinero que en la práctica termina funcionando como un cachet, estipulado por categorías según cantidad de integrantes y por funciones realizadas). El presupuesto de la ciudad destina, además, unos 400 mil pesos para la organización de los corsos a través del programa Carnaval Porteño.

“Intentamos implementar una política cultural eficiente para el Carnaval porteño, que es la expresión cultural de mayor expansión territorial, porque abarca todos los barrios, y que atraviesa todos los sectores sociales: hay corsos en Pompeya, al borde de la Villa Zabaleta y también en Núñez o Bajo Belgrano”, explica Claudio Yomaiel, director del Programa Carnaval Porteño. “La murga porteña estuvo a punto de desaparecer por causa de una política pública, que fue la que implementó la dictadura. No sólo eliminaron los feriados de Carnaval, también le hicieron la vida imposible a más de una agrupación, por el fuerte contenido comunitario, de contención social y de crítica que tiene la murga. Ahora, otra política pública busca lo opuesto, recuperar el Carnaval porteño, y no veo ninguna contradicción en eso. Eso sí, falta dar otro paso: recuperar el Carnaval para toda la ciudadanía, y no sólo para los murgueros”, sigue Yomaiel.

Coco Romero, responsable de los talleres de los que surgió gran parte de la movida de agrupaciones murgueras post dictadura, tiene una visión diferente. Con diecinueve años de trabajo en el tema desde el Centro Cultural Rojas, critica el “murgocentrismo” en el que, dice, cae una propuesta como la de los carnavales porteños. “La murga es una de las agrupaciones del Carnaval, pero una de las tantas. No se puede desconocer todo el movimiento artístico que alimenta al Carnaval: grupos de clown, de teatro, coros, acrobacia, titiriteros, músicos, carrozas, comparsas, disfraces... El movimiento artístico que llevan adelante las murgas es fantástico, pero no alcanza, no se sostiene un Carnaval con veinte murgas que pasan una atrás de la otra. Hace falta todo el movimiento que históricamente sostuvo la gramática del Carnaval porteño.”

Para Romero, la apuesta es a largo plazo: “Ahora hay que darle un espacio estratégico a la participación de otros elencos artísticos, convocar a todos los grupos trashumantes callejeros para que alimenten esta fiesta. Y si no hay un proyecto claro de incentivar el espacio lúdico para los niños, con los disfraces, no se puede salvar el Carnaval. Una comisión de Carnaval debería recuperar el Carnaval argentino como lo que fue: el teatro del pueblo donde todos pueden participar”.

Planteada la polémica, el Carnaval porteño crece a la par de la explosión de las murgas, que pasaron de las 32 de 1997, cuando se creó el registro de la Comisión de Carnaval, a las más de cien de la actualidad. Con el paso del tiempo se fue marcando la diferencia entre “centro murga” y “agrupación murguera”, tal como se diferencian al interior del movimiento. Los centros murga son las agrupaciones más tradicionales, que respetan la estructura original de la murga: levita como vestimenta principal, bombos con platillo, desfile con nenes (llamados “mascotas”) adelante, luego las mujeres y detrás los varones. Alrededor, el desfile de las fantasías (banderas, estandarte, cabezudos, etc.), y los disfrazados que van por todo el desfile. Por el escenario pasan los cantores solistas, mientras la murga hace los coros en los estribillos.

Con la aparición de los talleres de murga, el género comenzó a evolucionar, derivando en las formaciones que se conocen como “agrupaciones murgueras”. Así aparecieron los cambios en la formación del desfile, los instrumentos y las formas estéticas, y las licencias como la introducción de escenas teatrales. Las agrupaciones murgueras más conocidas, como Los Quitapenas, Los Desconsolados de Barracas o Los Mismos de Siempre de La Paternal, también muestran esa evolución en el cuidado puesto en la pintura de las caras, o en las vestimentas.

Planteado en la escena post Cromañón, los organizadores insisten en que este año, al igual que en los anteriores, se hará especial hincapié en la seguridad del público. La pirotecnia, por supuesto, estará prohibida. Desde las agrupaciones murgueras, que sufrieron la tragedia en forma directa, ya que muchas de las víctimas formaban parte de algún movimiento murguero, plantean este Carnaval como otra forma de homenaje. En cada corso, a las 22.40, se recordará a las víctimas. Pero no con un minuto de silencio, sino con un minuto murguero, al ritmo de los bombos y los platillos.

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En 1997, el Carnaval fue declarado “Patrimonio cultural” por la Legislatura de Buenos Aires.
 
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