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Miércoles, 2 de mayo de 2007

EDDA BUSTAMANTE, EN EL CENTRO DE LA ESCENA SEXUAL

Las memorias de una loba

Es la única actriz argentina que genera fantasías sexuales intergeneracionales, desde la histórica Correccional de mujeres hasta la serie erótica Circo rojo, que se estrena el sábado en Playboy.

 Por Julián Gorodischer

No sobran mujeres que asimilen con tal naturalidad los estereotipos que les tocan. Pero Edda Bustamante lo logra: se comunica en un tono como extraído de un orgasmo; no prevé pausas ni cortes ni un bajón posterior al acto sexual. Edda es pura intensidad a la medida de su plan inmediato: estrenar en Playboy (el próximo sábado a la una de la mañana) la miniserie Circo rojo, de alto contenido erótico, que dirigió José María Muscari, y que parece pensada a su medida. Edda, en la ficción, es una mezcla de presentadora y madama que administra las pasiones y las apariciones de domadores y acróbatas, exclusivamente dedicada, como jefa buena, a mantenerlos contentos, con licencia exclusiva para mirar. En la vida, es de esas mujeres que se enamoran castamente en forma continua, siempre a primera vista, en exaltación misteriosa del amour fou no erótico, capaz de generar una hermandad que, por momentos, se expresa en términos de romance no consumado.

–No había un personaje para mí en Circo rojo –dice Edda Bustamante–, pero Muscari me lo iba a inventar. Cuando aparece en mi celu, con un mensajito de texto, me da paz. Es la primera vez que me tiro a la pileta con mucha agua; no necesito ni leer el guión. Muscari es el hombre de mi vida en este momento; el hombre del año. Tiene todo.

Oh, acomodador/ por favor, no me saque de aquí/ no podría estar sin ver/ otra función más...

Los músicos de Attaque 77 le dedicaron un tema llamado “Caminando por el microcentro”, en 1989, que estaba inspirado en su gestualidad al borde del rapto místico-sensual en Correccional de mujeres y la sacaron del baúl de las presas ficcionales más populares de los ’80 (Camila Perissé, Leonor Benedetto, la propia Edda) para entregarla a esa zona en la que el espectáculo es tocado por el rock y adquiere sus cualidades: esa capacidad de ser intergeneracional, de interesar al veterano y a Ciro Pertussi con el mismo jadeo. ¿Alguien se acuerda de que Edda Bustamante dio su salto al protagónico en una película de Emilio Vieyra (Correccional...), director tan afín a las tramas de seguridad y enderezamiento posdelictivo, tan proclive a inmortalizar pechugonas en las duchas de penales de la dictadura, de promover una hermandad entre las brigadas y la pantalla grande en sintonía con el espíritu patriótico de los ’80 en Comandos azules en acción y otras “delicias” militarizadas?

Los de Attaque sacaron a Edda con su tema de ese magma de vedettes y segundonas tan afines al gusto estético de los uniformados de entonces, y la elevaron por encima de los planos de Correccional..., hacia una imagen mítica en la que Edda estaría pasando, como en un sinfín, por su clímax sexual en el roce con otras chicas, mientras se están duchando. “Pasa una cosa muy loca –corrige Edda Bustamante–. Todo el mundo ha creído que yo he tenido sexo con mujeres en mis películas. La cabeza de los hombres, de los directores, de los productores, de los ex novios, el mozo, todos piensan que en todas mis películas he hecho desnudos y que he tenido sexo con mujeres. Yo misma he pedido en TV que me hicieran un personaje traicionero, a la que se descubre en relación con una mujer poderosa, algo muy fuerte, así, y no me han dado bola.”

Adorando las pantallas/ ya no puedo más/ Edda, Edda/ Bustamante/ Edda... Edda, Edda/ ven a mí...

Sucede algo extraño: ella no acredita una película o un programa que hayan pasado a la genealogía discreta del espectáculo local; sus apariciones en Los gatos (1985), La clínica del Doctor Cureta (1987), Tesoro mío (1999) no alcanzaron el estatuto estelar de otras bombas anteriores (Libertad Leblanc o Isabel Sarli): esas historias no eran lo suficientemente disparatadas como para convertirse en objetos de consumo de estética kitsch, ni tan eficaces como para destacarse entre la producción contemporánea. Sin embargo, ella sí cree que habría merecido un premio de la crítica por su actuación como torturada en En retirada (de Juan Carlos Desanzo), pero su topless justo en la escena de la picana, a cargo del torturador de Rodolfo Ranni, tal vez dispersó la atención a una zona más mundana que la del dolor de la víctima de apremios ilegales en centros clandestinos de detención. ¡Qué necesidad! Igualmente, Edda no fue como Leonor o Camila una renegada de la calentura que producía, ni una quejosa de que los tipos sólo pensaran “en eso”.

–Siempre me pasó, desde que tengo uso de razón, haber sido muy deseada. He ido por la calle y siempre me han mirado. Ya de chiquita, en las reuniones familiares me encontraban con la patita levantada, en todo momento mirando a cámara. Mis primas repetían: mirala a Edda, mirala a Edda, mirala a Edda... Creo que es una onda; mi onda le dispara al otro una movida sexual.

–Es de las pocas que logró instalarse como “fantasía media” para distintos grupos generacionales...

–Yo no creo en las generaciones, creo que todos estamos metidos en una bolsa. Así como Nicole Neumann, con 15 años, despierta a los de 20 y a los de 105, yo digo que ante la belleza no existe la generación. No se puede explicar. Me aburre la gente que habla de generaciones. No creo en la edad, no hay historias compartidas. Eso es un mito: todos somos unos solitarios metidos en una bolsa de circunstancias, y de golpe te encontrás o no. Un pibe de 15 pudo haberse jugado la vida con alguien de 40. Creo en la pila, en una droga interna que se genera a través del deseo.

Edda, no puedo dormir/ desde que te vi/ casi siempre pienso en ti y ya soy adicto a tu sexo....

Analizando, pese a su reparo ante lo generacional, a las distintas camadas de gatitas de Playboy (ella posó desnuda alguna vez en la tapa de la revista, y vuelve desde las imágenes del canal), Edda se anima a esbozar una teoría de la diferencia entre “las de antes” (encarnadas en la mismísima Edda) y “las de ahora”. La diferencia salta a primera vista: nunca estaba caracterizada pero, básicamente, promovía un tipo de físico voluptuoso, más abundante que módico, sin intervención del bisturí en la delantera y con licencia para la insinuación de algún rollito en la cintura.

–No se puede explicar la diferencia –dice Edda Bustamante–. O se podría decir, tal vez, que hay una diferencia notable de los cuerpos. También hay una que tiene que ver con la mirada: he visto revistas actuales para ver qué largan las pibas. Hay muchas que largan sexo. Yo te largo un texto. En cada situación entregaba mi cuerpo a alguien, y transmitía esa intención a la foto. A la energía del hombre. En las pibas nuevas, son las tetas las que miran.

Edda, Edda, busca amante... (Versión popular/ transgredida del tema “Caminando por el microcentro”).

Tal vez por ese aura de comehombres que la atraviesa desde su personificación de reclusa erotizada, haya generado tanta expectativa el anuncio, en 2001, de su participación en el programa de Canal 9 Reality reality, donde Edda haría de sí misma entregándose a una convivencia forzosa (otra reclusión) con otros actores, en una experiencia precursora y sin los brillos ni el presupuesto que tendrá, seguramente, el inminente Gran hermano Famosos, secuela arriesgada de Telefé para competirle el rating a Bailando por un sueño. La realidad es que con Reality reality no pasó nada, a excepción de una inmejorable villana que encarnó la desaparecida de la escena Gisella Barreto (enfrentada a toda la casa a través de maliciosas cartas plagadas de faltas de ortografía).

Edda, otra vez, desmaterializaba su influencia, convertida en una instancia mítica que no se ve afectada por la estética berreta de un programa ni por el fascismo implícito de una película. Más cuidada, a las órdenes de un director talentoso como es Muscari, ella participa en Circo rojo de un continuado de escenas amatorias del mago y la ayudanta, o del domador y la bailarina. Edda no se suma a los paneos de posiciones más afines a la lógica de frotación y apoyado de canales como I Sat o The Film Zone que al registro explícito de una película porno. ¿Por qué Edda elige o le es asignada esa posición al margen de la fiesta, recorriendo la escena del circo sin involucrarse en sus pasiones, desmereciendo su tradición como bomba?

–Si me consideran sexual, es porque soy sexual. No estoy para calentar; estoy para manejar la calentura. Calentar está en lo que larga el otro, en cambio dirigir la calentura está en la cabeza de una.

–¿En su cabeza?

–A mí no me interesa el sexo. A mí me interesa la persona que me despierta el sexo. No me levanto pensando nunca jamás en algo sexual. Me pasó una sola vez con el chino, el novio de la hija de una modelo; estábamos en el hall del Maipo, entre la gente, y lo vi al chico. Sentí la necesidad de darle un beso a ese hombre. Le dije a la novia: ¿Me disculpás?. Era el primer hombre que me movió a que yo le diera un beso.

Siempre en actitud: en la película, la miniserie erótica o el vernissage de turno. Sostener una imagen mítica tiene ese altísimo costo: la exclusividad total. Edda Bustamante lo paga incluso estando dormida:

–Hace tres o cuatro años tuve un sueño muy loco: yo estaba en un bar muy pequeño, como una fiesta extraída de una película de Woody Allen, y no podía soportar la sensación de amor. Empujaba a la gente, las cosas se caían; él estaba tocando el piano. Lo agarraba y le daba un beso en la boca..., y era Marianito Mores. Me desperté totalmente sacada, diciendo: ¿Y esto qué significa? No creo en los analistas que interpretan los sueños. La mente, siempre, es superior a todo eso.

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“Estoy para manejar la calentura”, dice la favorita de Muscari.
 
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