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Lunes, 31 de marzo de 2008

J. G. BALLARD, DE LA IMAGINACIóN A LA REALIDAD

La memoria del soñador apocalíptico

El autor de Crash, uno de los grandes escritores fantásticos contemporáneos, publica su autobiografía, Miracles of life. Shanghai to Shepperton, un libro conmovedor y revelador en el que repasa su vida y revela que padece un cáncer incurable.

 Por Jacinto Antón *

Desde Barcelona

Piscinas vacías, carreteras desiertas, aeroplanos enterrados en el barro, ciudades sumergidas, automóviles rotos, selvas que cristalizan. Es en los reinos de la desolación y la melancolía –con toda su maravillosa atracción, su enfermiza belleza y su misterio– donde ha fructificado la imaginación del británico J. G. Ballard, uno de los grandes escritores fantásticos contemporáneos, heredero de los surrealistas, autor de relatos extraños e inquietantes y de novelas igualmente perturbadoras (insanas, han dicho sus críticos) como El mundo sumergido, La sequía, Crash –llevada al cine por Cronenberg– o El día de la creación.

Conocido popularmente por su novela El imperio del sol, en la que relataba su infancia en Shanghai y a partir de la cual Spielberg rodó la película del mismo título, Ballard ha publicado este año su verdadera autobiografía: Miracles of life. Shanghai to Shepperton (Fourth Estate, 2008), un libro conmovedor y revelador en el que repasa su vida. Y que cierra develando que padece un cáncer incurable. Es la de Ballard, al que el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB) dedicará en junio una gran exposición, con Jordi Costa como curador, una autobiografía formalmente muy sobria, casi aséptica, pese a que explica la vida extraordinaria de un creador con mayúsculas y a que está recorrida por una profunda humanidad que pone a menudo al borde de las lágrimas.

Es literariamente más plana que El imperio del sol y su continuación La bondad de las mujeres, sus dos novelas autobiográficas, pero tiene el gran aliciente de que aquí no hay ficción que vele la realidad, además de su calidad casi testamentaria. James Graham Ballard, la mayor parte de cuya obra ha publicado en castellano Minotauro (Berenice acaba de editar su último libro de cuentos, inédito en España, Fiebre de guerra), nació en 1930 en Shanghai donde sus padres formaban parte de la elite colonial británica. En esa ciudad “extravagante pero cruel” se enraíza su mundo literario. Es ahí donde, por ejemplo, le conmociona la visión de una piscina seca, símbolo emergente de lo desconocido que habría de convertirse en una de las imágenes más poderosas de su narrativa. Muchas otras de sus obsesiones, explica, nacieron mientras recorría en bicicleta la Shanghai ocupada, visitaba campos de aviación abandonados, casinos y nightclubs desiertos o contemplaba los esqueletos de dos submarinos alemanes varados en la playa de Tsingtao como dinosaurios herrumbrosos. Su primera degustación de surrealismo. “Aprendí que la realidad misma es un estado que puede ser desmantelado en cualquier momento, no importa cuán magnífica pueda parecer.” Esa afirmación sintetiza toda su obra.

Tras Pearl Harbour, los japoneses internaron a Ballard y su familia en el campo de Lunghua, donde, escribe, pasó una de las épocas más felices de su vida, pese a las penurias. Como Jim en la película de Spielberg, el joven Ballard observaba, entusiasmado ante la rutilante y letal belleza tecnológica, pasar los plateados cazas estadounidenses Mustang –“¡Cadillacs del cielo!”– desde la pagoda del campo. El escritor aprecia mucho la forma en que el cineasta plasmó la escena. De esa época, Ballard describe un acontecimiento brutal en un apeadero ferroviario, donde presenció la lenta tortura de un joven chino por un grupo de soldados nipones. El descubrimiento de Freud y de los pintores surrealistas (De Chirico, Ernst, Dalí, Magritte, Delvaux) cuando estudiaba en Cambridge, fue un hito en su vida y lo impulsó a escribir. “Aún pienso que el psicoanálisis y el surrealismo son una llave para la verdad acerca de la existencia. Ofrecen una ruta de escape, un corredor secreto, a un mundo más real y con más significado.” El arte es un hilo conductor en la vida de Ballard, que vivió la conmoción del pop-art, fue amigo de Paolozzi y organizó la famosa exposición en The Arts Lab de automóviles destrozados en choques y presentados como esculturas. Una joven en topless recogía las reacciones del público.

La experiencia sirvió de base a la no menos polémica novela Crash, cuya adaptación por Cronenberg en 1996 Ballard juzga “elegante”. Interesado en la psiquiatría, Ballard estudió medicina. La disección de cadáveres, práctica a la que dedica un apartado de sus memorias, le abrió el mundo “vasto y misterioso” del cuerpo humano. Dejó los estudios para trabajar en una agencia publicitaria mientras trataba de ordenar sus impulsos literarios. En 1954 se alistó en la RAF (Real Fuerza Aérea británica) en alas del vehemente interés por el vuelo y los aviones que lo perseguía desde niño. Fue enviado a una base de la OTAN en Saskatchewan (Canadá) y allí, en los descansos de las prácticas en su aeroplano Harvard T-6, descubrió apasionado la ciencia ficción.

Pero le interesó el género como ingenio visionario, exploración no del espacio exterior, cósmico, sino del interior (acuñó el término “inner-space”). En 1955 se casó con Mary Matthews (de la que el libro incluye una foto sorprendentemente carnal). En un autor entregado a extrañas visiones de apocalipsis y mórbidas realidades enajenadas, sorprende el grado de amor y ternura con que escribe de su esposa y sus tres hijos. A estos últimos les dedica la autobiografía. Ballard los sacó adelante solo en su casa del suburbio de She-pperton tras el fallecimiento en 1963 de su esposa a causa de una neumonía en Alicante durante unas vacaciones. El relato de ese terrible episodio es tristísimo. “Le estuve diciendo que la quería hasta el final.” Ballard apenas pasa por la época de “desesperada promiscuidad” en la que trató de olvidar a su mujer (en la biografía hay poco del sexo, a menudo malsano, de sus ficciones). El autor habla de una única experiencia con el LSD –“una rejilla al infierno”– que lo confirmó en su adicción al whisky con soda. Ballard escribe que sus últimos años han sido felices hasta que en junio de 2006 le diagnosticaron un cáncer de próstata que se había extendido a la columna y las costillas. Señala que los médicos le han quitado los dolores pero que han sido francos con él, de forma que no se hace ninguna ilusión sobre el eventual fin. Y cuando uno lee esas frías palabras no puede dejar de percibir su eco en todas las piscinas vacías, estancias desiertas y lugares yermos que Ballard ha conjurado, libro a libro, en las almas de quienes lo han leído.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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“El psicoanálisis y el surrealismo son una llave para la verdad acerca de la existencia”, señala Ballard.
Imagen: Focus
 
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