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Viernes, 10 de mayo de 2013

FERIA DEL LIBRO › EDGARDO RODRíGUEZ JULIá HABLA DE SU NOVELA LA PISCINA

Las heridas de la infancia

“He escrito sobre mi trayectoria íntima, pero también sobre la comunidad a la que pertenezco y cómo se ha transformado”, asegura el escritor puertorriqueño acerca del libro, en el que un arquitecto repasa sus primeros años en el caserón familiar.

 Por Silvina Friera

“La familia es el lugar más visitado y menos conocido”, dice el narrador de La piscina (Corregidor), novela que Edgardo Rodríguez Juliá presentó en la Feria del Libro. Una tenue luz se cuela por la persiana entreabierta en la habitación de un hospital de San Juan. Un padre agoniza y su hijo, un arquitecto llamado Edgar, comienza a explorar su infancia en el caserón familiar durante la década del ’50, un período de grandes mutaciones sociales. Cuando la memoria se dispara, cuando se destapa esa caja hermética que se creyó cerrada, o al menos clausurada, los espacios que antes parecían acogedores se revelan hostiles. La minuciosa telaraña tejida en torno de los secretos se rompe. “Todos tenemos ese punto ciego respecto de nosotros mismos y donde más notable se hace es con la familia, el sitio de las prohibiciones iniciales, de las heridas profundas, que conocemos siempre un tanto parcialmente –plantea el narrador, cronista y ensayista puertorriqueño en la entrevista con Página/12–. La familia es la puerta cerrada, el lugar de los misterios, de las situaciones que preferiríamos olvidar pero que no podemos.”

La narrativa de Rodríguez Juliá (Río Piedras, 1946), autor de Sol de medianoche, Mujer con sombrero Panamá y El espíritu de la luz, entre otros títulos, se inscribe en la tradición literaria que combina lo autobiográfico con lo político. “He escrito sobre mi trayectoria íntima, pero también sobre la comunidad a la que pertenezco y cómo se ha transformado. La ambición de la gran literatura es conjugar lo íntimo con lo social”, subraya. Un texto central del escritor boricua es Puertorriqueños (Album de la Sagrada Familia puertorriqueña a partir de 1898). El tema de la fotografía como emblema de cambio aparece también en La piscina, aunque en la novela no haya fotos publicadas, pero sí evocadas. “La pose está a mitad de camino entre lo que somos y lo que ambicionamos ser. Cuando el puertorriqueño, el caribeño, el antillano, viaja a Nueva York, le gusta fotografiarse en las azoteas. Yo creía que era algo propio. Pero no: todos se fotografiaban en las azoteas porque es un sitio donde se puede lograr cierto tipo de privacidad. Es una pose en que nos vemos vulnerables justamente en esa disyuntiva entre lo que queremos ser y lo que somos”, explica. La puesta en escena de su última novela es autobiográfica. “Me crié en ese caserón, con esa gente del siglo XIX, con una abuela que se mostraba tan indiferente a la televisión como yo con Facebook y Twitter”, bromea el autor. “En ese caserón estuve hasta los 11 años, cuando me mudé a San Juan, como muchos puertorriqueños. Viví ese tránsito entre el Puerto Rico semirrural y urbano.”

–¿Por qué la evocación del arquitecto se detiene a fines de los ’50, antes de la Revolución Cubana?

–El foco de la novela son esas heridas principalísimas de la infancia. Lo más importante ocurre entre el ’53 y ’54. Efectivamente, hay un umbral puesto en 1958. Un año después llega la Revolución Cubana y esa relación horizontal que hubo siempre entre Cuba y Puerto Rico se quiebra: Cuba representa el bloque soviético y Puerto Rico el bastión de los norteamericanos y del capitalismo. Pero fue también la época de la gran migración. Y eso es importante en términos de desarrollo sociopolítico y de la literatura puertorriqueña. Puerto Rico ha sido un país muy convulso en cuanto a las transformaciones económicas y sociales. Era el país más pobre de las Antillas y en un momento se convirtió en un milagro económico. En 1952, se estableció el Estado Libre Asociado, una manera de lograr cierta autonomía en algunos aspectos de la vida política respecto de Estados Unidos; pero en otros aspectos es una entrega al régimen norteamericano, sobre todo en la cuestión económica. En el momento en que se desarrolla la novela, no hay dudas de que Puerto Rico era un país latinoamericano.

–¿Cómo impacta culturalmente el hecho de que Puerto Rico sea un país más norteamericano que latinoamericano?

–La cosa es rara y paradójica. Puerto Rico se asimila cada vez más a los Estados Unidos, pero hay una reafirmación cultural intensa. La gran paradoja del Caribe es una reafirmación cultural continua ante el imperio, que es muy contradictoria. Nosotros tenemos un Instituto de Cultura Puertorriqueña para “velar por la pureza de las manifestaciones puertorriqueñas”. ¿No es fascinante? Ha habido una regionalización de la literatura latinoamericana en la década del ’90. Esa comunidad con una identidad compartida que hubo en los años ’60 y ’70 durante el boom ya no existe. Aunque ahora hay más concursos y festivales literarios, que uno pensaría que es la manera apropiada para lograr una visión más solidaria de la cultura latinoamericana, no hay una identidad compartida. En la Revolución Cubana la experiencia de Casa de las Américas fue decisiva para lograr esa visión de Latinoamérica como un todo cultural, como un sentido de lo “nuestro”.

–El arquitecto recuerda que a su madre nunca le perdonaron el hecho de haberse casado con un negro. ¿Puerto Rico es una sociedad racista?

–Sí. Todas las Antillas son sociedades racistas. Tradicionalmente la menos racista era Puerto Rico, porque se entendía muy mulata. Pero el racismo cobra unas veladuras y unos disfraces siniestros. La sociedad puertorriqueña es muy hipócrita. Los dominicanos siempre han dicho que descienden más de los taínos, de los indios, que de los negros, y no quieren tener que ver con los haitianos, que son los negros. Y en Cuba la revolución no solucionó el problema del racismo, sobre todo por la importancia que tuvo la esclavitud en la economía cubana. Recuerda “La balada de los dos abuelos”, de Nicolás Guillén, que es el poema del mulataje por excelencia.

–¿Por qué la sociedad puertorriqueña es muy hipócrita?

–Para el Comisionado Residente en Washington, un puesto electivo, se había pensado en un negro, Rafael Cox Alomar. Muchos estábamos muy contentos, pero ocurrieron las elecciones en 2009, se votó y Cox Alomar simplemente desapareció del mapa político. ¿A quién se eligió para ese puesto? Al hijo de un viejo líder político puertorriqueño de la pequeña burguesía. Creo que el racismo es un tema muy candente en Puerto Rico; tener un presidente negro, como en Estados Unidos, eso jamás.

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“La familia es la puerta cerrada, el lugar de los misterios”, afirma Rodríguez Juliá.
Imagen: Rafael Yohai
 
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