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Sábado, 20 de diciembre de 2008

MUSICA › JULIAN MASSALDI Y LAS CANCIONES DE ENCICLOPEDIA BRITANICA

El libro gordo del rock británico

El objetivo era bien ambicioso, pero el resultado sorprende: en el disco-librito que presenta mañana en Notorious, Massaldi versiona con criterio a autores ingleses, en plan acústico y esquivando los “meganombres”.

 Por Cristian Vitale

Julián Massaldi, pianista, compositor y cantante, lleva 15 años en el under. Primero, mediando los ‘90, a través de una extinta banda llamada Mantis; luego con El Colectivo de Julián, proyecto electropop de suerte esquiva, y ahora, mediante una idea que nació –literalmente– entre paredes: la mudanza de un octavo piso a planta baja y el redescubrimiento de un piano. “Estaba ahí y nunca lo tocaba... creo que por una especie de prejuicio Seattle, muy de los noventa”, dice él. El resultado es sorprendente, un disquito de 14 covers y una pretensión base: evidenciar la existencia de una escuela inglesa de la canción, nada menos; “una mezcla guiada por el placer y las ganas de homenajear”, en sus palabras. Massaldi seleccionó sus elegidos entre un número casi infinito de autores, los grabó acustizados para cantar “a garganta abierta” y los empaquetó en una especie de librito –tapa dura y marrón– bajo el fastuoso título de Enciclopedia Británica. “No sé, quería grabar en piano y salir a tocar por lugares chicos. Con el jazz siento que estoy mintiendo, la bossa no me mueve y entonces me encontré con esto. Originalmente incluía autores yanquis y canadienses, era una cosa más por estilo que por nacionalidad, pero terminé dándole una coherencia británica”, sostiene.

Los nombres visitados por Ma-ssaldi ahorran explicaciones superfluas: Ray Davies, John Cale, Robert Smith, David Bowie, Marc Bolan, Syd Barret, David Byrne, Peter Gabriel, Nick Drake... exponentes, todos, de la mejor tradición inglesa, la más exquisita. Un trabajo arduo y arriesgado que llevó al músico a romper reglas autoimpuestas, además de la negación del piano: hacer covers, cantar en inglés y mirar al pasado. “Siempre desprecié al músico cuya actividad consiste en tocar temas de otros. Pero es una tradición del jazz o del tango... digo, no hace falta ser una banda tributo onda Dios Salve a la Reina. Me di cuenta que versionar es una manera más de respetar el rol del compositor. Si la canción está buenísima, ¿por qué no hacerla? Eso por un lado; por otro, me daba bronca cuando grupos como Los Pericos cantaban en inglés... pero aflojé también: la opción de traducir las canciones podía resultar peor.”

–¿Y el prejuicio por el pasado? Excepto “Eleanor, put your boots on”, de Franz Ferdinand, “Harvest festival”, de XTC o “A soft seduction”, de David Byrne, el resto tiene entre 20 y 40 años.

–Sí. El tema de mirar al pasado también me resultaba un poco peligroso, porque termina formando parte de una onda “fin del mundo” para el rock, pero me autorrespondí que la música no tiene fecha de vencimiento. A los que sentimos tanto cariño por la cultura rock, como dice el Indio Solari, nos da miedo que el género se esté anquilosando, como el tango en los ‘60, que se quedó estancado... pero también está eso de conocer lo bueno de antes. Redescubrir a Brian Eno cuando todavía cantaba en vez de hacer música para aeropuertos. Hay mucho que bucear en el pasado.

Massaldi presenta el disco mañana y el próximo domingo a las 18 en Notorious (Callao 966). Acompañado por músicos amigos (Juan Ravioli, Julieta Rimoldi y Mariano Malamud, entre otros) y proyecciones en pantalla chica con “imágenes de Buenos Aires que mantengan una estética inglesa”. “Tuve que armarme argumentos contra mi propia acusación de cipayo”, sonríe. “Pero si no creés en los límites y las banderas en otros terrenos, ¿por qué vas a ser nacionalista en la música? Otra cosa: el tango, que es lo que debería hacer todo músico de acá para no traicionar sus raíces, también es un menjunje de sonidos de otros lados. El reggae igual: no es Jamaica. Después está la figura del japonés tocando tango... nunca va a poder entenderlo. Pero si esos argumentos los llevás al final, terminás preguntándote qué es lo verdadero y nada lo es. Mejor relajar y que cada uno toque lo que quiera, más allá de que Buenos Aires sea una ciudad con mucha anglofilia rockera.”

–Al menos, la más inglesa de Latinoamérica en términos de rock y pese a las inclinaciones latinas que existen en las bandas nuevas.

–Bueno, Spinetta, cuando presentó El Jardín de los Presentes, casi tuvo que pedir permiso por llamar a un par de tangueros. A ver si abrimos la cabeza, ¿no? Lo mismo que las tribus stone de acá, la lengüita a los 18 años ya no existe en ningún lugar del planeta.

–¿Por qué no figuran canciones de Lennon, Fripp, Harrison, Waters o Led Zeppelin? ¿Capricho?

–Fue otro filtro. La idea era dejar afuera los meganombres y escarbar por debajo de ese primer nivel. Hubo cierta coherencia en cuanto a por dónde se encara la canción: melodías claras, pocos solos, canciones que se puedan tocar de diez mil maneras sin perder su identificación. Daba un poco de impresión hacer esto porque te sentías un poco omnipotente, “éste va, éste no”. “¡Estás eliminado, Mercury!” (risas). Fue como jugar un poco a Dios.

–Peter Hammill no es un “meganombre” y tampoco está.

–Grabé una canción suya, pero quedó afuera porque sonaba a un chabón imitándolo. Es una de esas voces que dan un irte a otro lado del planeta para despegarte, o imitarla... y terminás siendo una mala banda tributo

–¿Cómo resolvió “Octopus” de Barrett?

–Mucha gente está conociendo la canción por mí y después escucha la original, que es más deforme. Me pasa con los temas de Barrett, aun cuando estaba más quemado, que mi cerebro se acomoda y escucha la canción que el tipo quería cantar. La canción en abstracto es originalísima. Creo que a él “Octopus” no le sonaba agresiva y disonante como terminó, sino como una linda cancioncita para tararear en familia. O para las chicas.

–“Los Zánganos se amuchan en sus tronos musgosos.” La letra no suena como para escuchar en familia o conquistar chicas...

–Bueno, eso no (risas). Y es cierto: también me acusaba de estar empaquetando de inofensivo y bonito cosas que a veces tienen una carga muy fuerte. Traté de que, por más que la instrumentación sea suave, la intención no resulte igual. Sacarle lo anodino a lo acústico.

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“Tuve que armarme argumentos contra mi propia acusación de cipayo”, se ríe Massaldi.
 
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