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Martes, 7 de abril de 2009

MUSICA › KISS CERRó EL QUILMES ROCK ANTE ALGO MáS DE CUARENTA MIL PERSONAS

El circo de los carapintadas

La banda neoyorquina supo aplicar todas las herramientas de la mercadotecnia rockera para poner el broche del festival. Antes, Las Pelotas y Ratones Paranoicos debieron lidiar con una puesta austera y la impaciencia del público.

 Por Juani Provéndola

Si el Quilmes Rock es fiel testimonio de la esponsorización del género, quién más idóneo que KISS para dar el broche de oro a la edición 2009. El cuarteto neoyorquino entendió y aplicó todas las herramientas de la mercadotecnia en favor de una música que para ellos es, ni más ni menos, un negocio. “Lo primero que necesitás es dinero: eso es lo más importante. Incluso en la iglesia Dios te pide la limosna antes de que el padre empiece a hablar de Jesús”, le había aclarado a Página/12 Gene Simmons, bajista y gerente del grupo que fundó en 1973 junto al guitarrista y cantante Paul Stanley.

Bajo esas consignas, no fue sorpresivo entonces que la última de las cuatro noches haya sido la menos festivalera: las bandas antecesoras se quejaron por la inferioridad de condiciones en las que debieron desplegar sus sets y el público, que pedía KISS y quería KISS, respondió con rechiflas e insultos. Las Pelotas, que supo ser el plato fuerte de cualquier evento similar y ahora atraviesa un período de transición, se quejó una y otra vez por no disponer de las pantallas gigantes. Su cantante, Germán Daffunchio, puso las notas sociales dedicando sus canciones a “los veinticinco chicos que mueren de hambre por día en todo el país” o a “Julio López, que sigue desaparecido”. Con menos palabras pero idéntica fortuna siguió Ratones Paranoicos, que tampoco despertó gran fervor pese a proponer sus rocanroles más encendidos. Juanse, además, vivió su duelo personal devolviendo con furia un botellazo de agua al campo y sufriendo la hostilidad de quienes le gritaban “¡Pomelo!”.

El primer gran clamor popular se produjo cerca de las 22, cuando la jornada ya llevaba largas horas de trajín pero nadie parecía advertirlo: el célebre lema de “Quieren lo mejor, tienen lo mejor: con ustedes, ¡la banda más caliente del mundo!”, se escuchó antes de que un gran telón negro se desplazara al ritmo de los primeros acordes de “Deuce”. Allí, un River de moderada convocatoria –algo más de 40 mil personas– se vino abajo mientras KISS consumaba su regreso a Argentina tras aquel exótico show en 3D que ofreció en 1999 como presentación oficial del disco Psycho Circus. Sin nada nuevo bajo el sol desde aquel entonces, Buenos Aires fue ahora la escala de la gira por su 35º aniversario de vida (36, en rigor) en donde, más que repasar la veintena de discos editados, Simmons y Stanley se dedican a evocar los años iniciales que compartieron con los históricos Peter Criss y Ace Frehley en batería y guitarra: 14 de las 20 canciones que tocaron corresponden a sus tres primeros discos (KISS y Hotter than hell, de 1974, y Dressed to kill, de 1975).

El grupo conoce el gran acervo popular que tiene en estas tierras (en cantidad, las bandas tributo a KISS pueden pelearle palmo a palmo a las de Beatles) y Stanley, frontman como pocos, lo usó en su beneficio con una eficacia demoledora, aunque dejando a veces un intenso tufillo a demagogia y lugar común: “Ustedes son el público número uno”, “mi corazón les pertenece” y el consabido duelo de ovaciones entre plateas y campo. Con la gente en su bolsillo de brillantina y tela elastizada, Stanley pudo darse el lujo de plebiscitar exitosamente el clásico “Black diamond” tras ofrecer él mismo, como opción, la introducción de “Stairway to heaven” de Led Zeppelin.

La propuesta musical de KISS no admite bemoles: es vértigo continuo sin treguas ni renuncios (¡vaya descubrimiento!). Los matices hay que buscarlos fuera de ella, en sus legendarios vestuarios y maquillajes, pero también en llamaradas, explosiones, plataformas, sangre artificial y pirotecnia de todo tipo que el grupo pone a disposición de sus shows desde los tiempos en los que se decidieron a redefinir la forma de entender y encarar un espectáculo de rock.

Nadie recordaba que brotaban fuegos de artificio por el mismo escenario desde el cual, una noche atrás, Ricardo Mollo había fustigado duramente a un espectador por encender una bengala. Ahora, todo estaba al servicio de un lema que el grupo hizo estribillo: “Rock and roll toda la noche, y fiesta todos los días”, con chispas fulgurantes, luces multicolores y papel picado diluviando sobre un campo que, durante “Rock and roll all nite”, se transformó en arena de un ritual pagano del más tradicional hard rock. Y si KISS, en vivo, responde tanto a patrones de la música como del teatro, no es de sorprender que así como el grupo interactúa en conjunto como un engranaje más de una poderosa maquinaria audiovisual –aunque debe decirse que durante largos lapsos el sonido general, empastado y sin mayores matices más allá del volumen, dejó mucho que desear–, cada uno de sus músicos también tengan sus momentos personales. Gene Simmons escupió fuego en “Hotter than hell” e intentó coronar infructuosamente su usual representación demoníaca de “I love it loud”, donde comenzó chirriando su bajo y vomitando sangre, pero no pudo volar como un auténtico vampiro por una falla en el arnés que lo sostenía. A quien sí le funcionó ese dispositivo fue a Stanley, quien sobrevoló el campo hasta posarse en la torre de sonido desde donde cantó “Love gun”. Tommy Thayer, que desde 1994 colaboraba con KISS detrás de escena como productor y en 2002 tuvo que calzarse el pesado disfraz de “Hombre del espacio” de Ace Frehley, se estrenó en Buenos Aires disparando petardos –ya que no virtuosismo– desde su guitarra en el solo de “She”, y Eric Singer aporreó los parches largamente en “100.000 years”, mientras la plataforma que sostenía a él y su batería subía y bajaba rodeada de humo y fuego.

A la hora de los bises, fue el turno de los clásicos con los que KISS trascendió las fronteras del rock duro: con “Lick it up”, “I was made for lovin’ you” y “Detroit rock city” se despidió el grupo que alimentó su leyenda a través de mitos incomprobables (¿sacrificio en vivo de pollitos? ¿caballeros al servicio de satanás?). Durante dos horas, los misterios quedaron en segundo plano y KISS exhibió medallas a las que, parece ser, les sigue sacando lustre.

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Casi todo el show se centró en el material de los primeros tres discos de la banda.
Imagen: Gonzalo Martinez
 
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