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Lunes, 6 de julio de 2009

MUSICA › ENTREVISTA A LA CANTANTE CORDOBESA PAOLA BERNAL

“Yo aprovecho los silencios”

Junto a Pablo Lozano y al Trío Martínez-Jaurena-Ciavattini participará hoy, en La Peña del Colorado, de la celebración por el aniversario de la fundación de su provincia. La intérprete, nacida en las Sierras de Córdoba, explica de qué modo el paisaje se transforma en música.

 Por Cristian Vitale

Si hay algo que distingue a Paola Bernal entre las cantoras de su generación –35 años– es su seguridad en escena: mentón arriba, mirada al cielo y una presencia que se (auto)impone ante cualquier adversidad, donde esté. En Córdoba o en Buenos Aires. De local o de visitante, da igual. Ahora es visitante. Recién llegada de sus pagos, mata el tiempo caminando por las calles de la Capital. La postura es similar. Va segura y firme, con la mirada alta, pero siente una sensación de extrañeza. “Qué paranoia, che. ¿Qué hace toda esa gente con barbijos?, ¿tanto miedo hay?”, reflexiona, con un fraseo exento del tonito cordobés. En las sierras, claro, no hay tonada. O es leve, se nota menos. Y en las sierras, tal vez por esa cantidad de oxígeno que tiene el aire, tampoco existe la gripe A como tema de preocupación. “Yo no estoy con la tele prendida en la cabeza, entonces no estoy al tanto. Me parece extraño todo esto”, sigue. Pero la Bernal, claro, no está en Buenos Aires para hacer un estudio de campo sobre la influencia de la influenza en la conducta de las porteños, sino para ser parte de la Noche Cordobesa –hoy 21.30 en La Peña del Colorado (3657)– en la que junto con Pablo Lozano y el Trío Martínez-Jaurena-Ciavattini activarán la conmemoración del nuevo aniversario de la fundación de su provincia. “Mi idea es poder trasmitir a través de la música ese paisaje que no es Santiago del Estero ni el Litoral, ¿no?... es otro muy hermoso. Hay algo en las sierras que hay que desmenuzar”, dice.

–¿Qué, específicamente?

–Bueno... una forma de vida que se convierte en música, algo que está lejos del confort. Cuando se vive allá, hay que buscar leña y prender el fuego para mitigar el frío de las sierras. El hecho de prender el fuego todos los días puede ser algo muy normal, pero a mí me ha generado muchas cosas eso de ver la combustión, el aire... tiene mucho que ver con el sonido, con el latido del bombo. En Cosquín creo que está todo por hacerse.

Paola Bernal puede mirar y trasmitir el reverso de Cosquín, ese que no es el de las nueve lunas, sino el cotidiano. En las sierras nació y en las sierras vive. Nació a la vuelta de la plaza mayor, donde año tras año se instala la peña oficial del festival mayor del folklore argentino, y vive –luego de triangular entre Venezuela, Caballito y Córdoba Capital– en el hermoso paraje de la Villa del Pan de Azúcar, a tres cuadras del río. “Cada mañana abro la puerta y veo un paisaje sereno... eso es impagable, ¿sabés? Cuando vivía en Caballito tenía la sensación de estar fuera del eje. Una cosa de incomodidad que no alcanzo a entender... me pasaba con el sol, con la siesta de sol. Acá –en la ciudad– está todo concentrado, y parecería que todo es para mostrar, mientras los pueblos te permiten mirarte para adentro... ver como van cayendo las hojas”, dice. Y algo de eso se impregna en sus canciones. O en las canciones de otros, que ella retransmite. Por el camino, su reciente disco producido por Roberto Cantos del Dúo Coplanacu, aporta una nueva mirada sobre obras de Atahualpa Yupanqui (“Piedra y camino”), Ramón Ayala (“Mi pequeño amor”) o Alfredo Zitarrosa (“Qué pena”), bajo una orquestación tradicional: guitarra, bombo y bandoneón. “Yo aprovecho los silencios... los pájaros te dan mucha información. Vivir en Cosquín me permite poder trasmitir esa sensación en música... esa cosa permanente que te conecta con la naturaleza, que armoniza con lo más nítido del ser humano, ¿no?, El problema es que hemos creado otros espacios que han relegado a la naturaleza”.

–¿Es inevitable ser folklorista si se nace en Cosquín?

–No creo. Hay el mismo porcentaje de músicos que en otros lugares. Lo inexplicable de Cosquín es la sensación de naturaleza... el entorno, las sierras, el río, las piedras. Todo eso junto te da mucha energía... te hace sentir fuerte, porque se respira un ritmo natural y de ahí tenés un paso a la música, porque ese paisaje, esa vivencia se impregna como “sonido del lugar”, algo así como un pasaje del paisaje a la respiración que hace a la música. A sus tiempos.

La primera vez que Bernal participó en el Festival de Cosquín fue a los 10 años. Cantó con Los Arroyeños. Cuatro años después, a los 14, fue contratada para cantar en la peña oficial. Allí conoció a los Carabajal tercera generación (Demi y Roxana) y a Juan Saavedra, que recién llegaba de Francia. “Terminaba en la peña y me iba al boliche con la gente de Cosquín, y de ahí a la Cacharpaya. Era un momento en que estaba todo permitido”, se ríe. Pero el debut “oficial” –en el escenario mayor– fue en 1993 y, exceptuando la edición de 1995, nunca dejó de presentarse. “Lo distinto este año fue que pudimos hacer realidad un viejo sueño: la peña. Pudimos montar un espacio para mostrar esa confluencia que se da en Córdoba entre los distintos géneros musicales, la danza y la pintura. Fue encontrarnos y creer en algo que no sabíamos hasta dónde iba a llegar... la idea no fue hacer un negocio de esto.”

–¿Incluye al cuarteto en esa confluencia?

–¿Por qué no?

–Bueno, algunos dentro del folklore no lo consideran bien...

–Yo no. Me gusta y lo he bailado siempre, sobre todo durante la adolescencia. Lo que pasó con Rodrigo o lo que pasa con la Mona Jiménez no es casual... es una manifestación del pueblo en su esencia más pura, al menos el de Córdoba Capital. Se relaciona con esa cosa heredada de los comechingones, ¿no?: el humor, eso. Lo que sí, hay un espacio para darles otros contextos: Ica Novo armó un cuarteto que se llama Córdoba del Centro, tal vez sea un buen ejemplo... en ese camino vamos.

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“Los pueblos te permiten mirarte para adentro”, señala Bernal, que vive en Cosquín.
 
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