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Domingo, 16 de agosto de 2009

MUSICA › CANTORES DE TIPICA, EN EL BUENOS AIRES TANGO

“La vida es como la pinta el tango”

“Somos los muchachos del ’40”, dicen a coro, y con orgullo, Alberto Podestá, Juan Carlos Godoy, Rubén Cané, Osvaldo Ribó y Lalo Martel. Todos se formaron en las filas de algunas de las orquestas más importantes de la época de oro del género. Esta noche cantarán juntos.

 Por Karina Micheletto

No perdieron ni la voz ni las mañas. Cantores de típica se presentará hoy en el teatro Avenida.

Son Cantores de Típica, caballeros que saben de qué se trata eso de la mugre sagrada de la que hablaba Troilo. Se han formado en las filas de algunas de las orquestas más importantes de la época de oro del género, y en este caso el verbo se ajusta con exactitud: comenzaron a cantar en orquestas profesionales a los 14, 16, 18 años, según los casos. Tan chicos eran cuando empezaron, que algunos sortearon las prohibiciones de minoría de edad a las escondidas: cuando un santo y seña avisaba que caía la inspección, la orquesta quedaba sin cantor por unos temas. El tiempo ha pasado lo suficiente como para que todos bromeen sobre eso, y estos caballeros no han perdido las voces ni las mañas. Esta noche cantarán juntos, en el espectáculo que lleva el nombre que los define, Alberto Podestá, Juan Carlos Godoy, Rubén Cané, Osvaldo Ribó y Lalo Martel, Cantores de Típica. Será a las 20, en el teatro Avenida, en el marco del Festival Buenos Aires Tango y los que no hicieron la cola con anterioridad se lo van a perder: no quedan más localidades gratuitas para esta función (claro que siempre es posible darse una vueltita a la caza de algún sobrante ocasional, siempre y cuando se esté dispuesto a volver a casa con los oídos vacíos).

En los currículos de estos caballeros se resume buena parte de la historia del género: han cantado con orquestas como las de Carlos Di Sarli, Pedro Laurenz, Francini-Pontier, Miguel Caló, Alfredo Gobbi, Ricardo Tanturi, Angel D’Agostino, Mariano Mores, o con las guitarras de Roberto Grela, por ejemplo. Compartieron escenarios, mesas y anécdotas con Troilo, Discépolo, Homero Manzi, Cátulo Castillo. De ellos, dicen, aprendieron no sólo los yeites del tango: también “formas de manejarse en la vida”, códigos no escritos que, aseguran, los guían hasta hoy arriba y abajo del escenario.

“Nosotros vivimos la noche de Buenos Aires, pero una noche linda, donde ante todo había respeto para el compañero. Era otra cosa”, resume Podestá el recuerdo de aquellos años iniciáticos. “Bueno, no vamos a comparar nuestra adolescencia con la de los chicos de 16 años de ahora, que están en confusión. Eramos chicos, pero nos guiábamos por un sentido del respeto, de amor a lo que hacíamos”, completa Ribó. Martel confirma: “Eso nos llevaba a respetar a los mayores, y a aprender de ellos. Hablar con Homero, con Cátulo Castillo, era tocar el cielo con las manos, y nosotros teníamos esa suerte, sabíamos que había que aprovecharla. Era como estar en la escuela escuchando a la maestra. Después estaba el respeto al director de la orquesta, lo que decía él era inapelable. Por ahí venía el autor y decía: ‘Traje este tango nuevo, quiero que lo haga tal cantor’. Y el director decía: ‘No, no tiene la cuerda’. Ahí se terminaba el asunto, se hacía lo que decía el director”.

Lo primero que celebran los cantores ante la actuación de esta noche es la posibilidad del reencuentro. Martel vive en Chile, Cané en Mar del Plata, se han juntado para ensayar y no paran de charlar. “Esto para mí es tan lindo como el momento de la actuación. Encontrarnos es la satisfacción, porque hemos visto nuestras carreras, nos conocemos, sabemos quiénes somos y qué hicimos cada uno. Somos viejos amigos”, explica Cané. “Con Alberto nos hemos visto más seguido, porque siguió yendo seguido a actuar a Chile. Pero con los demás muchachos nos reencontramos después de muchos años”, advierte Martel.

Entre estos “muchachos del ’40”, como se definen ellos, hay uno que enseguida declara una pasión que corre cabeza a cabeza con la del tango: el hipódromo. Es Juan Carlos Godoy, que pronto despliega su verba de atorrante recordando con perfección trifectas ganadoras, giras donde seguía de largo “con otros muchachos burreros”, “porque ya para dormir era tarde”, desparramando anécdotas de hipódromos de diferentes lugares del mundo. Como cuando estuvieron unos cuatro meses actuando con Podestá en Nueva York. “Para irse a las carreras tenía como tres horas de viaje: subterráneo, colectivo, tren, taxi... Así que calcule, se iba a la mañana, y no aparecía hasta el otro día”, se ríe Podestá.

Las anécdotas siguen girando. Van y vienen los recuerdos de lugares clave en el oficio del cantor de tango: Pipo, donde se comía un plato de fideos por quince centavos; Bachín, con los manteles de papel; El Tropezón, donde un puchero para cinco valía un peso. Lugares donde se trabajaba matiné, vermouth y noche, confiterías como la Ruca, cabarets como el Singapur. Pero volviendo al tango, y al cantor de tango, cada uno tiene una definición propia, y una manera de contar qué le dio el género.

Lalo Martel: –Un cantor de tango es parte de su pueblo, como decía Alberto Castillo. Gracias al tango, a nuestros autores y compositores, estamos aquí, transmitiendo cosas que le suceden a la gente. Por eso el tango será eterno, no se va a terminar nunca. Para que se termine se debería terminar el ser humano, porque de eso hablan los autores, del ser humano.

Osvaldo Ribó: –El tango describe la vida. El enamoramiento, la traición, la alegría... La vida es como la pinta el tango. Y no-sotros, como cantores, le tenemos que estar muy agradecidos. Con el tango recorrimos el mundo, y aprendimos del mundo. Podíamos compartir mesas, como se dice, de atorrantes, y al día siguiente estar en un banquete con gente muy bacana, ¡hasta con nobles!

Alberto Podestá: –A mí el tango me dio todo, porque yo viví siempre del tango. Mi adolescencia la empecé en un cabaret, a los 15 años. Y ahí pasé mi vida, de cabaret en cabaret, en los bailes. Yo no tuve tardes jugando al fútbol, viví la noche, conocí gente, hice amigos, compañeros cantores, músicos, autores. Y el tango también me dio una familia, mi señora, mis hijos, mi nieta.

Rubén Cané: –El tango me acompaña desde que nací, porque mi mamá cantaba, no era profesional pero cantaba. A su vez, el tango ayuda a vivir. Mientras fui joven, me dio la posibilidad de cumplir muchos sueños. Y a mi edad, con tres hijos y una nieta de tres años y medio, me doy el lujo de que mi nieta me vaya a ver, y no solamente me escucha, capaz que me aplaude y me grita: “¡Abuelo cantor, te amo!”, adelante de toda la gente. Eso me hace pensar que he hecho las cosas bien en la vida.

Juan Carlos Godoy: –Yo tuve bastantes satisfacciones. Calcule, hice lo que yo quise...

Podestá: –¡Y seguís haciéndolo!

Godoy: –Eso sí: esas satisfacciones me hubieran venido bien cuando era joven. ¡Porque cuando era joven pasé un hambre! Nací en el ’22, pasé toda la mi-shiadura del ’30. Con el tiempo conseguí un trabajo en un banco, hasta que me fui a probar a Radio El Mundo con Tanturi, y empecé con él. Ese fue mi comienzo profesional. Porque antes lo mío era semiprofesional: por ahí con Tito Reyes íbamos a cantar por limosnas. Bah, cantábamos y rifábamos una botella de vino. ¡Era lo mismo que pedir limosna!

Godoy tiene voz finita, acento porteñísimo, y la capacidad de provocar carcajadas con cada frase. Pero hay algo con lo que ninguno de los cinco bromea: antes que ellos, hubo un muchacho que cantó bastante bien, y se llamó Carlos Gardel.

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